Pablo Ruíz Galindo Covarrubias
14/07/2014 - 12:00 am
El Voto Instruido
México es una república democrática representativa, así lo establece, no en ese orden, el artículo 40 de nuestra constitución. El ser una república nos pone a todos, al menos en papel, en igualdad de condiciones ante la ley. La república se opone a la monarquía. En una democracia el poder reside en la ciudadanía, y […]
México es una república democrática representativa, así lo establece, no en ese orden, el artículo 40 de nuestra constitución. El ser una república nos pone a todos, al menos en papel, en igualdad de condiciones ante la ley. La república se opone a la monarquía. En una democracia el poder reside en la ciudadanía, y el término “representativa” quiere decir que el poder lo ejerce esa ciudadanía a través de representantes que elige en las votaciones. En México, eso nos dicen, el poder lo ejercemos los ciudadanos a través de las personas que elegimos en las votaciones. Así llegamos a nuestros políticos y a los partidos políticos. Nuestros representantes. Los que ejercen el poder, otra vez, dicen, gracias a nosotros, para nuestro beneficio. No todos los sistemas de gobierno son perfectos, pero hacer la lucha para lograrlo no afecta a nadie.
Dentro de la división de poderes, el poder legislativo es el poder que debe representar al pueblo. Los diputados y senadores son elegidos individualmente para representar los intereses de la ciudadanía, o al menos esa es la teoría. Desgraciadamente en nuestro país hay temas que todavía no han quedado muy claros. Los legisladores, aquellos sobre los que recae el poder legislativo, el de proponer, discutir y aprobar leyes, no saben a quién servirle. O sí saben, pero están equivocados. Su responsabilidad, la de representar los intereses de la ciudadanía que los eligió, ha sido superada por la necesidad de servirle a un partido o a un jefe. Es así de sencillo, y se ve reflejado en cada discusión y votación de leyes. ¿Para quién trabajan los legisladores? ¿Qué buscan? Todos lo saben, nadie lo dice, pero no es el deber ser.
Históricamente, para un legislador ha sido más importante servirle y representar a su partido que a la propia ciudadanía que lo puso en el puesto que ocupa. Hemos entrado en un problema en el que los diputados y los senadores hacen su trabajo de acuerdo a la instrucción que reciben de su partido. Y los ciudadanos, votando y mirando.
Tener una mayoría en el poder legislativo debería ser un arma importante para el diálogo y la negociación. Pero no, la mayoría en cualquier congreso o asamblea ha resultado en un beneficio para los partidos políticos de tener el control. Nos han quitado a los ciudadanos el poder de elegir a un representante que por su experiencia y conocimiento pudiera aportar algo adicional o votar de alguna manera distinta a la de sus compañeros. Hasta donde me llegué a enterar, en la boleta no nos preguntaron quién queríamos que fuera el presidente del PAN, PRI o PRD. Ni votamos por ellos, ni tienen por qué decidir por nosotros. En ese caso, lo mismo sería que los votos fueran para el partido y no para cada uno de los candidatos, que al final del día siguen la instrucción del partido.
Cuando los representantes de un partido discuten y votan en un mismo sentido porque existe un ideal en común, hay congruencia. Es resultado de un objetivo claro, de diálogo, de estudio y de trabajo en equipo. Cuando los representantes de un partido discuten y votan en un mismo sentido sin proceso de razonamiento, siguiendo la directriz del propio partido, de alguna corriente o de algún líder del partido, entonces el sistema nos gana, y la democracia representativa vale para nada. No es lo mismo instruirse para opinar y decidir, que opinar y decidir bajo una instrucción obligada de un tercero.
Ya llegará el día en que el voto instruido se refiera a una instrucción de enseñanza, estudio y análisis de lo que es mejor para el país. Ya llegará el día en que un legislador le pueda dar la espalda a un mal llamado líder que ordena, para darle la cara a la ciudadanía. Ese día México va a ser mejor.
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