Tomás Calvillo Unna
09/07/2014 - 12:01 am
Los vasos comunicantes de la tradición y el retorno de lo siniestro
“Yo soy de los que mueren solos, De los que mueren de algo peor que la vergüenza. Yo muero de mirarte y no entender” Rosario Castellanos
“Yo soy de los que mueren solos,
De los que mueren de algo peor que la vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender”
Rosario Castellanos
Arribé a Tel Aviv y olvidé al pasar la aduana dos libros que mi padre me regaló, El Apando y El luto humano, cuyo autor José Revueltas era un amigo suyo muy querido; los dos, hombres de letras, desde posiciones diferentes eran de alguna manera lobos esteparios.
Un policía del aeropuerto me llevó a una habitación donde habían guardado los libros, después de una exhaustiva revisión para cerciorase de que no contenían alguna bomba. No era para menos, un año antes en Múnich, un comando de la OLP asesinó a miembros de la delegación olímpica de Israel.
El autor mexicano había escrito una obra radical en su forma, El Apando, ese lugar siniestro de la cárcel de LecumberrI, una novela corta contenida en un solo párrafo, a la que el Dr. Jorge Olvera, nombra en su breve y excelente ensayo “cárcel de palabras”.
Alguna vez mi padre me presentó a José Revueltas en la casa de la pintora guatemalteca Rina Lazo, quien vivía frente de la Iglesia de la Conchita, una de las joyas de Coyoacán, ahí estaban también los escritores Renato Leduc y Juan de la Cabada, solo recuerdo que el idioma en ellos, entre las bebidas espirituosas, era el arte de la amistad, la inteligencia, el humor y la crítica.
En este 2014 se celebran los cien años del natalicio de José Revueltas: transgresor y rebelde permanente, para algunos una persona incomoda y además un amigo muy querible para quienes lo comprendieron y valoraban su inteligencia y honestidad literaria.
Nuestra embajadora entonces en Israel, Rosario Castellanos, me dijo que en el fondo Revueltas tenía una preocupación religiosa que no lo abandonaba y que respiraba en sus obras más allá de su comunismo, lo que convertía a su trabajo literario en una indagación más metafísica que histórica de la condición humana.
A veces uno se pregunta que estarían haciendo Revueltas, Paz, Huerta y la misma Rosario, hoy en día ante este México. Creo que defenderían la libertad frente a la amenaza y la política del temor, creo que por sus diferentes caminos apostarían a la imaginación y creatividad de la gente y con seguridad buscarían acotar al príncipe, fuera quien fuera y proviniera de donde proviniera. Sus creencias eran para abrir caminos no para cerrar puertas. Y creo que no serían ajenos a las siguientes líneas.
Una cuestión que el Estado tiene que responder es: si está dispuesto a jugársela con la sociedad, con su pluralidad y diversidad, apostarle a los ciudadanos con su potencial y creativa incertidumbre o solo administrar, como lo ha señalado Javier Sicilia, el infierno. Cuando nos referimos al Estado estamos hablando de la clase política con sus diferentes partidos, pero también de su alta burocracia y de las élites económicas que condicionan su quehacer. El concepto mismo de Estado Nación está en mutación y no se ve con claridad en que va a terminar toda esta aventura de la globalización y el avasallamiento tecnológico en la vida cotidiana.
En el caso de México lo que sí sabemos es que el dominio de la cocaína y sus efectos como matriz y mandamás de otras drogas, sumada a la presión brutal del imperio en la frontera norte afecta conductas de las milicias del crimen, de sus jóvenes y de la elite económica y política. El resultado es una violencia que destruye las raíces mismas del pacto social que implica la existencia del Estado y nos obliga a encontrar caminos ciertos.
En Michoacán ya se vivió la experiencia de lo que se puede denominar el fascismo rural, y su presencia no ha desparecido; preocupa las contradictorias conductas del Gobierno para enfrentar esa deformación socio política cuyo rostro visible son los Caballeros Templarios.
La insurgencia civil de las llamadas autodefensas ha sido la expresión de sobrevivencia de las comunidades. Que fueron no solo olvidadas por el Estado sino incluso aterradas por él mismo en complicidad con los delincuentes que asumían la supuesta protección del territorio michoacano frente a la incursión de grupos criminales provenientes de otros estados.
Frente a esa condición, que con sus matices y características regionales se presenta en Tamaulipas, Coahuila, Veracruz, Guerrero, Morelos y los que se sumen, es ciertamente difícil implementar una política de seguridad que construya la plataforma para contener a la sociedad del crimen. Por lo mismo es necesario no pasar por alto fragilidades en la estrategia que actualmente se sigue y que provocan dudas profundas por las medidas que se toman.
El Comisionado nombrado, más que una figura republicana asemeja al visitador de la época colonial, recuérdese al más afamado: José de Gálvez de la segunda mitad del siglo XVIII, mano dura, sin piedad, cárcel, tortura y ejecuciones a los rebeldes que se amotinaron ante la expulsión de los jesuitas.
El caso de Michoacán es paradigmático en varios sentidos, pero sin duda el del Comisionado sobresale. Uno imaginaría que su función política es la fundamental, pero da la impresión que la militar y judicial y la puramente policiaca también están presentes en su quehacer.
El caso del Dr. José Mireles es ejemplar no solo por el valor del mismo Doctor, sino porque su diferendo con el Comisionado ha dejado entrever la impaciencia, la crudeza de la antiquísima política de la zanahoria y el garrote y tal vez lo más grave el perjuro de quien ostenta el poder aplicado al ciudadano y la impunidad que ello conlleva. No olvidemos cuando se acusó al Dr. Mireles de exhibirse con la cabeza de un ser humano como trofeo de guerra y se hizo correr esa versión no solo con enorme irresponsabilidad sino con una alta dosis de perversidad ¿Cuál confianza y ética para establecer acuerdos se edifica con la difamación?
Cuando sucedió eso, se pensó que los días del Comisionado estaban contados, pero no fue así, al contrario, se llevó hasta últimas consecuencias la equivocada interpretación de lo que es la razón de Estado, y se ahondó en la humillación del líder de las autodefensas; movimiento que puso en evidencia la complicidad de los políticos y el crimen organizado.
Ese hecho en sí replantea la relación de la sociedad con el poder y se convierte en una alerta cívica, porque todo apunta al retorno de lo siniestro. Y en verdad ojalá uno se equivoque, porque de ser así, no están escuchando ni entendiendo lo que sucede en México. Y El Apando, esa crujía de castigo en Lecumberri, que José Revueltas describió, no será ajena como metáfora a la experiencia dolorosa por la que atraviesa el otro José, el Dr. Mireles, otro preso político, el primero de este régimen que es visible más allá de las fronteras de nuestro país.
Algo de muchos mexicanos palpita en la mirada del Dr. José Mireles, que tras las rejas escudriña el desconcierto.
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