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Benito Taibo

06/07/2014 - 12:00 am

Doña Sociedad Civil

Fui representante de casilla, de partido, de candidato, de distrito, en cada una de las elecciones desde el año 1978, en que tuve la mayoría de edad (legal) y mi cartilla para votar. He pegado propaganda, asistido a mítines, marchas, reuniones, conciertos, manifestaciones y todas las formas posibles de protesta o solidaridad con las causas […]

Fui representante de casilla, de partido, de candidato, de distrito, en cada una de las elecciones desde el año 1978, en que tuve la mayoría de edad (legal) y mi cartilla para votar. He pegado propaganda, asistido a mítines, marchas, reuniones, conciertos, manifestaciones y todas las formas posibles de protesta o solidaridad con las causas que consideramos justas, desde que tengo memoria.

Al principio éramos pocos, nos conocíamos o reconocíamos a simple vista. Los sospechosos de siempre.

 En cada una de esas elecciones, con un par de excepciones memorables, perdíamos una y otra vez, a las buenas a veces y a las malas casi siempre. Vencer a un aparato aceitado, con recursos ilimitados, con organización y redes en cuadras, barrios, colonias, parecía siempre una tarea imposible. No podíamos ofrecer más que buena voluntad, ideas, la promesa del cambio. Y los otros, junto con su «programa», daban también despensas, láminas, sacos de cemento, gorras y camisetas, tortas y refrescos. En esas condiciones, la posibilidad de un triunfo se desvanecía una y otra vez.

No hay manera de decirle a la señora de la barriada que no aceptara, a cambio de su voto, la lámina que impedirá que sus hijos se mojen cuando llueve (¿o sí?) Yo nunca me atreví.

Llegó un momento en que muchos de los candidatos contrarios al régimen utilizaron los mismos métodos, los mismos sistemas, los mismos acarreos que sus contrincantes, y la guerra política se convirtió en un mercado donde importaban mucho menos las plataformas que las dádivas.

Y nosotros, desesperados, veíamos como el dinosaurio se modernizaba y daba a luz a nuevos dinosauritos que encontraban siempre, nuevos e infamantes sistemas para ganar, muy mexicanamente: «mapaches», «ratones locos», «urnas embarazadas».

En algún momento, todos, envilecidos, usaron las mismas técnicas mientras cobraban las prebendas que el sistema, que sabe envilecer mejor que nadie, les iba dando a manos llenas.

Así que dejé de ser representante, excepto de mí mismo. Pero sigo creyendo en lo que creo y pensando como siempre he pensado. No milito ni militaré jamás en un partido político.

Y sin embargo. Algo cambió. Lo sé de cierto.

La sociedad civil ha crecido, se ha multiplicado, se ha vuelto más crítica y por supuesto, muchísimo más activa. Cada vez es más difícil engañarlos, engañarnos. Y ante la ausencia de acciones concretas de los que nos “representan” para transformar en algo el terrible estado de las cosas, son los ciudadanos los que toman la batuta para dirigir este nuevo concierto.

Y son ellos, y nadie más que ellos, los que logran abatir el aletargamiento al que aparentemente hemos sido condenados.

Son ellos los que alimentan y protegen a los migrantes perseguidos, los que protestan  frente a la violencia desmedida, los que levantan la voz por cada una de las causas no resueltas que duermen bajo la espesa capa de burocracia y papel que las envuelve y asfixia. Los ciudadanos se han dado cuenta de su poder y comienzan a ejercerlo.

Los sospechosos de siempre seguimos aquí, pero resulta complicado reconocernos, porque nuestras caras se pierden en una muchedumbre de nuevas caras que salen a la calle a exigir, a protestar, a buscar justicia. Y eso me da ánimo.

Uno, no se puede uno acostumbrar a la derrota, no es buena idea.

Vienen tiempos difíciles. Pero estoy convencido que doña sociedad civil junto con don ciudadano pondrán, una vez más el ejemplo.

Y también pondrán la lámina, a cambio del deseo del cambio, y el deseo también de un país más justo por sobre nuestra cabeza, para que por fin, nadie se moje.

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