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Jorge Zepeda Patterson

01/07/2014 - 12:05 am

Mireles, el fracaso de la política

Si Miguel Hidalgo y su colegas de los libros de texto no nos hubieran independizado de España hace doscientos años habríamos sido campeones del Mundial de  2010 y ahora, en 2014, ya estaríamos en cuartos de final gracia a Costa Rica, que como dice el RomPPlotas, era una provincia mexicana antes de 1821. Claro que […]

Si Miguel Hidalgo y su colegas de los libros de texto no nos hubieran independizado de España hace doscientos años habríamos sido campeones del Mundial de  2010 y ahora, en 2014, ya estaríamos en cuartos de final gracia a Costa Rica, que como dice el RomPPlotas, era una provincia mexicana antes de 1821. Claro que eso es tomarse con demasiada libertad las interpretaciones históricas. Pero, vamos, ¿no es eso lo que está haciendo el gobierno con los grupos de autodefensa?

La detención de José Manuel Mireles este fin de semana es el enésimo capítulo de un folletón tele novelesco que ha convertido ahora en héroe y ahora en villano al líder de las guardias de autodefensa de Tierra Caliente. El doctor de Tepalcatepec, ex vocero de las distintas fuerzas ciudadanas que surgieron en la zona, fue hijo predilecto del gobierno en su estrategia para pacificar el oeste de Michoacán, tierra de los Templarios. Cuando se accidentó el avión que lo transportaba de regreso a casa en enero de este año, luego de entrevistarse  con autoridades de la Ciudad de México, fue llevado a un hospital de Morelia y posteriormente fue atendido en la capital en instalaciones militares.

Durante meses Mireles fue el interlocutor favorito de Alfredo Castillo, el poderoso comisionado especial para la pacificación de Michoacán. Ahora es tratado como un reo peligroso y ha sido encerrado en un penal de alta seguridad en Sonora, acusado de portar armas de uso restringido y posesión de drogas.

Resulta imposible saber si los cargos obedecen a delitos reales o son producto de las pruebas “sembradas” para poder encerrarlo, como ha dicho su abogada. Lo de las armas en posesión de su escolta no es descabellado, toda vez que debían protegerse de templarios que no tiran precisamente con resortera. Pero el médico no era conocido por portar pistola al cinto, mucho menos una Kalashnikov o equivalente. Mucho menos creíble es que Mireles hubiese estado en posesión de drogas toda vez que se sabía en la mira de las autoridades.

Pero más allá de los dimes y diretes de la acusación, es evidente que la aprehensión de Mireles constituye un fracaso de la política. El gobierno había fluctuado en su estrategia para con los grupos de autodefensa una y otra vez a lo largo de los meses. Reconocerlas como grupos legítimos armados de la sociedad civil equivalía a abdicar de una de las responsabilidades de todo Estado nacional, el llamado monopolio de la violencia. Pero, del otro lado, las fuerzas federales habían sido incapaces de pacificar a Michoacán desde que lo intentó Calderón en diciembre de 2006. Para todos era evidente que el ejército o las policía judicial eran un intruso en la región, un ejército de ocupación, ajeno al tejido social local. Eso derivó en una estrategia más madura e inteligente que consistió en establecer alianzas con las fuerzas de autodefensa para penetrar efectivamente en Tierra Caliente. Al final, se establecieron convenios para dar protección a estas fuerzas, a condición de incorporarlas, subsumidas en los cuerpos oficiales. Fue entonces que Mireles se convirtió en un líder clave en la interlocución con estos grupos.

No obstante, algo falló.  O el gobierno adquirió confianza y sintió que ya no necesitaba de tan incómodos aliados y comenzó a hostilizarlos o estos no se sintieron suficientemente protegidos frente a los Templarios para deponer las armas. Después de todo son ellos los que viven allí, desafiando al crimen organizado. De nada valía haber pacificado un pueblo, si desde la población vecina los Templarios seguían dirigiendo ataques en contra de los integrantes de las fuerzas de autodefensa y sus familias. Lo cierto es que algo se rompió en ese acuerdo tácito entre el comisionado Castillo y los líderes civiles de Tierra Caliente.

Cualquiera sea la razón para este desencuentro, es una lástima que termine en un penal de alta seguridad un médico cuyo crimen fue empecinarse en dejar de ser víctima pasiva de los abusos del crimen organizado. El hecho de que sea acusado de posesión de drogas parece una broma de mal gusto considerando las muchas veces que ha puesto en riesgo su vida para combatir a los traficantes de drogas.

No se trata de que debamos glorificar o canonizar a personajes como Mireles; como cualquier ser humano, se trata de un hombre de claroscuros, con virtudes y defectos, producto de una región salvaje como Tierra Caliente. Pero algo está mal cuando el gobierno se ceba en contra de los únicos ciudadanos que han puesto la cara para enfrentar a los capos del narco. Si las autoridades creen que ya no se les necesita quiero pensar que hay maneras más dignas de retirarlos que hacerles expedientes carcelarios a modo.

@jorgezepedap   

www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
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