Benito Taibo
22/06/2014 - 12:00 am
Vender el alma
Hay una vieja anécdota, muy mexicana, que nadie ha podido corroborar a ciencia cierta, pero que sin embargo, de existir, pintaría de cuerpo entero las lógicas con las que se ha construido la relación entre el presidente y sus subordinados en estas tierras. Hace muchos años, “el primer mandatario” (como dicen por la televisión, dando […]
Hay una vieja anécdota, muy mexicana, que nadie ha podido corroborar a ciencia cierta, pero que sin embargo, de existir, pintaría de cuerpo entero las lógicas con las que se ha construido la relación entre el presidente y sus subordinados en estas tierras.
Hace muchos años, “el primer mandatario” (como dicen por la televisión, dando entender que hay un segundo, un tercero, un cuarto…), firma atareado documentos en su despacho y repentinamente, le pregunta a uno de sus asistentes, a bocajarro: -¿Qué hora es?
Y el asistente, acostumbrado a responder, imbuido por el servilismo y la supuesta eficacia que conlleva su cargo, sin dudar responde rápidamente:
-¡La que usted diga, señor presidente!
Lambiscones, lamebotas, serviles hasta la ignominia, andan estos personajes vergonzosos, buscando el lugar y el momento preciso para quedar bien frente a los reflectores; para seguir viviendo del presupuesto, para justificar su presencia y su lealtad.
Ya había dicho uno de sus máximos ideólogos, Fidel Velázquez, que “el que se mueve no sale en la foto”; a la que yo añadiría “pero calladitos”.
Esto, que parecería una mala broma, no lo es.
Hace unos cuantos días, un fugaz Secretario de Educación Pública con Ernesto Zedillo (cargo al que tuvo que renunciar por andar ostentándose como doctor sin serlo) recién vuelto a poner en la cancha después de estar bastantes años en la reserva, y designado como Director General de Televisión Educativa en la SEP, decidió que un poema leído en voz alta en la inauguración de una exposición, era claramente ofensivo para el señor al que sirve.
Y detuvo la lectura con (por lo visto) grandes aspavientos. Acusó de traidores a unos y casi, casi, de subversivos a otros.
Estaba más que claro que el poema en cuestión iba dirigido contra el presidente.
Lo que no sabía, o no oyó, o no quiso oír, o le valió una pura y dos con sal, es que el poema de Aurora Reyes titulado “Hombre de México”, fue escrito en 1948, y tan sólo llevaba una dedicatoria: “A Lázaro Cárdenas”.
Goethe cuenta en su versión, que Fausto le vendió el alma al diablo Mefistófeles a cambio de sabiduría y juventud eternas.
Este otro Fausto, Región IV, le vendió el alma al sistema, pero por lo visto, no pidió nada a cambio.
Fue defenestrado a los pocos días de su muy sonada actuación.
Y volvió a la banca.
Ustedes conocen perfectamente la fábula acerca del traje nuevo del emperador.
Todos en el pueblo son incapaces, por miedo, por mediocridad, por servilismo puro y duro, de advertirle al monarca que va por las calles desnudo.
Una y otra vez, saltan los pequeños cuidadores del patio trasero de la patria, a defender a sus jefes, aunque nadie les haya hecho nada. Y en vez de cubrir sus desnudeces, prefieren sacar la espada y degollar a los que lo miran asombrados.
La lealtad, es sin duda, una virtud, pero el sentido común, un escaso recurso no renovable del que andamos muy faltos en estos aciagos días.
El que se mueva antes de tiempo, esos instantes eternos en los que el fotógrafo desliza el dedo sobre el obturador de la historia, saldrá en la foto, sin duda, pero borroso, marchito, sin lustre, listo para el retoque digital que lo vuelva otro, más ducho, menos aventado, más prudente.
A los faustos nacionales que anden queriendo vender, otra vez sus almas al diablo, les recomiendo que pidan por adelantado la recompensa.
Uno nunca sabe en qué mal momento, venga un viejo poema a removerles las entrañas y se les salga el chamuco del cuerpo.
Un servidor público, tiene un único patrón, se llama pueblo.
Y ese pueblo, siempre sabe cuándo el emperador va desnudo.
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