Tomás Calvillo Unna
11/06/2014 - 12:00 am
José Rizal: La Nación como poesía
¿Hay algo más dulce que la poesía y más triste que el prosaico positivismo de los corazones metalizados? José Rizal
¿Hay algo más dulce que la poesía
y más triste que el prosaico positivismo
de los corazones metalizados?
José Rizal
Junio es un mes caluroso y en Filipinas es el mes de la patria, como nuestro septiembre en México. La independencia se celebra el 12 y el 19 el nacimiento de su héroe nacional José Rizal. Una independencia que inició con la literatura, con una novela, Noli me tangere, en referencia a ese hermoso pasaje del evangelio de San Juan, cuando María confunde a Cristo con el jardinero, hasta que escucha de sus labios su nombre resonar en sus entrañas y afirma reconociéndolo -oh Rabbí-. Ese pasaje le sirvió a Rizal para darle título a su novela, publicada en Alemania en 1886, en ella buscó retratar a la sociedad filipina advirtiendo que el mayor obstáculo para su libertad era la carencia de educación y la opresión de los frailes. Sus páginas fueron combustible puro que comenzó a incendiar las conciencias de Manila y sus alrededores.
La represión no se dejó esperar y él y su familia la sufrieron durante años, con continuos hostigamientos hasta su destierro en Dapitán, en la isla de Mindanao. En aquellos años ser pariente de Rizal era una amenaza, hoy en día es un orgullo. En 1891 editó su segunda novela El filibusterismo, en Gante Bélgica, con ella remataba su disección del poder de la iglesia y el gobierno español que habían impuesto la discriminación a la población filipina hasta convertirla en una condición pretendidamente natural. Por eso escribió, para hacer de la lengua un espejo, para reconocerse en él y advertir las debilidades y fortalezas propias y ajenas.
Sus textos se leían en la clandestinidad; sus lectores solían ocultarlos cambiándoles las portadas. Muchos se inspiraron en la trama de sus personajes para decidirse a romper con el gobierno colonial de Madrid.
Pocas historias como esta, donde un joven médico oculista, novelista, poeta, escultor y pintor que confesó a uno de sus allegados que respecto a la música sus capacidades eran de cero a diferencia de sus paisanos cuyo talento natural para la misma es sobresaliente.
Pocas historias como esta donde un indio filipino, como se hacía nombrar en sus viajes por Europa logró sembrar en quienes lo conocieron, el interés por su país ya no solo como territorio para explotar o para estudiar sino como una patria asiática que aspiraba a los mismos derechos que las naciones europeas ejercían. Sus palabras y escritos lograron concertar el odio de las autoridades coloniales pero también la silenciosa y expansiva solidaridad de miles de compatriotas que encontraron en su literatura el idioma de una independencia anhelada.
Rizal era un reformista, políglota, artista, hombre de paz y el primer asiático (anterior a Gandhi) que se planteó la idea de la igualdad de la colonia con la metrópoli, algo que hoy nos parece obvio y hasta moderado pero que en el último cuarto del siglo XIX significó una ruptura con los moldes mentales de la época.
Lo llamaron el gran Malayo, único en su serenidad ante el destino trágico que pareció intuir desde niño a orillas de la laguna de Bay (una de las más grandes del mundo), cuando en su pueblo natal Calamba solía cavilar sobre la importancia de viajar y conocer el mundo para entender y amar mejor a la propia patria, a la tierra de sus raíces.
Las últimas semanas de su vida estuvo preso en el fuerte de Santiago en la antigua Manila; la misma que Miguel López de Legazpi hace 450 años conquistó partiendo de las costas mexicanas. En esa cárcel recibió la noticia de la sentencia de muerte que el gobierno español le dictó por conspirador y principal dirigente de las rebeliones que comenzaban a erosionar el poder colonial español en las Filipinas. Esa condena del poder civil hacía eco de la dictada por los frailes en 1887 cuando encontraron a su libro Noli me Tangere “herético, impío y escandaloso para la religión y subversivo para el orden público”.
José Rizal negó las acusaciones que lo llevaban al cadalso y solo respondió “no me lo esperaba”; había evitado hasta el final de su vida romper con España en forma violenta. El prefería un proyecto que reconociera la igualdad de los filipinos, una especie de common wealth, ya que advertía que romper con España en esas condiciones dejaba a su país vulnerable frente a la amenaza de otros imperios; ciertamente no se equivocó y los norteamericanos reemplazaron a la vieja España.
En esa cárcel de gruesos muros de piedra junto al océano Pacífico escribió su testamento: un canto poético recitado al paso del tiempo por millones y que se convirtió en la primera constitución lírica y emotiva de una nación. Durante las semanas previas a su fusilamiento redactó el poema donde enaltece su sacrificio en aras de la libertad de su país; se le conoció primero como mi último pensamiento, pero pronto adquirió su título definitivo que lo ha acompañado durante más de un siglo: mi último adiós. Lo escribió en secreto con una letra tan pequeña como la que algunos solíamos utilizar para los llamados acordeones en la escuela. Ese acordeón poético lo ocultó dentro de un quemador de alcohol, y pidió se lo entregaran a sus hermanas como una herencia de sus objetos personales.
En vísperas de su muerte, Lucía, Josefa y Trinidad, tres de sus nueve hermanas lo visitaron y él les advirtió que había algo dentro del quemador, cuando regresaron a casa, ya pasado el fusilamiento encontraron los escondidos versos:
“Adiós Patria adorada, región del sol querida,
Perla del Mar del Oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy, alegre, la triste mustia vida;
Y si fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien!
[…] Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía
Amigos de la infancia, en el perdido hogar;
Dad gracias que descanso del fatigoso día…
Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría!
Adiós, queridos seres. Morir es descansar.”
El 30 de diciembre de 1896 en la madrugada después de pasar sus últimas horas con sacerdotes jesuitas que intentaron fallidamente ganarlo a su causa a través de buscar su “arrepentimiento”. Rizal con gran confianza y tranquilidad se encaminó al campo de Bagumbayan donde fue fusilado por la espalda a los 35 años de edad. Sin duda ese crimen de España fue uno de sus mayores errores que algunos de sus más lúcidas mentes como Miguel de Unamuno, lamentaron.
Lo sorprendente de Rizal es que se convirtió en el principal héroe de Filipinas sin haber tomado un fusil, sin haber encabezado un mitin o haber dado algún discurso a sus seguidores. Su fuerza fueron sus palabras, su literatura, su entrañable honradez con los sentimientos de la amistad y la familia y su búsqueda por conocer y saber más para compartir su vida con los suyos. El corazón de su rebeldía fue el desprecio hacia toda forma de discriminación. Su poema, mi último adiós fue junto con sus dos novelas el origen de una conciencia nacional.
En México a pesar de nuestras ricas raíces comunes con Filipinas se le conoce poco y sin duda, saber de su vida y aprender de sus enseñanzas no estaría de más para estos tiempos.
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