Francisco Ortiz Pinchetti
10/06/2014 - 12:00 am
La danza del colibrí
Para Vicente Leñero, en su cumpleaños 81 No soy ornitólogo, pero me encantan las aves. Me fascina observar a los pájaros y pocas cosas me son tan placenteras como ser despertado por sus trinos y cuchicheos, al amanecer. Tengo por supuesto un favorito, que por cierto no canta. Es el colibrí. Puede decirse que soy […]
Para Vicente Leñero, en su cumpleaños 81
No soy ornitólogo, pero me encantan las aves. Me fascina observar a los pájaros y pocas cosas me son tan placenteras como ser despertado por sus trinos y cuchicheos, al amanecer. Tengo por supuesto un favorito, que por cierto no canta. Es el colibrí. Puede decirse que soy un consumado colibrifilo, aficionado práctico a esa especie prodigiosa que la Naturaleza nos regaló. No hay en el mundo un animal que me asombre igual. Basta decir que este pájaro-helicóptero de unos cuantos gramos de peso, el vertebrado más pequeño que existe, es capaz de aletear 80 veces por segundo, sostenerse en el aire o volar para adelante y para atrás –lo que ninguna otra ave puede hacer– para comprender que estamos ante un portento.
Por supuesto que mi afición por el también llamado chupamirto incluye contar en mi patio con un bebedero especial en el cual puedan alimentarse las diminutas aves que viven, anidan o merodean al menos en los árboles del parque frente al cual está el edificio en el que vivo. Lo que más me gusta de esa vivienda oscura y fría de planta baja es precisamente ese pequeño patio –en realidad un cubo de luz—que me permite tener algunas macetas con plantas y, colgado de una rama, mi llamativo bebedero para colibríes. Es un artefacto muy simple que habrán visto colgar en algunos balcones de la Condesa, Polanco o la colonia Del Valle: un recipiente alargado de vidrio con un surtidor de cuatro flores rojas de plástico.
Y les juro que esos seres maravillosos pagan con creces mi modesta aportación de néctar –eso sí, preparado personalmente por mi conforme a una antigua y secretísima receta– para la sobrevivencia de esa especie. El chuparrosa, como también se le conoce en algunas partes de México, no sólo tiene una agilidad asombrosa para moverse en el aire, sino que es capaz de ejecutar danzas prodigiosas para deleite de quienes le observamos. Digamos que su danza no es casual, sino que parece ser un espectáculo que ejecuta para solaz del espectador. De pronto se sostiene en el aire por varios segundos y de pronto hace giros, saltos, recortes, quiebres, cambios vertiginosos de posición. Se acerca y se aleja, asciende y desciende, vuela boca abajo y boca arriba, esconde y muestra su plumaje tornasol en el que predomina un verde brillante. Mirarle se ha convertido en uno de los más caros goces de esta vida. Así que en cuanto escucho su característico chirrido asomo para verlo y recibir su saludo. Porque aunque usted no lo crea, el colibrí me ve y se acerca sin ningún temor, seguro de sus habilidades, y hasta parece hacer en el aire una caravana en la que inclina su largo y delgado pico. Cuando el néctar se ha terminado en el bebedero, suele reclamarme insistentemente su relleno con movimientos que avance y retroceso que no me dejan ninguna duda sobre su solicitud.
Me asombra el dato de que en México tenemos 57 de las 343 especies de colibrís identificadas a todo lo lago de América, de donde son oriundos, y que cinco de ellas son endémicas de nuestro país y se encuentran en peligro de extinción. Según estudios de especialistas de la UNAM, su número se ha reducido de manera preocupante en los últimos 10 años. Aclaran que los colibríes no son las aves más amenazadas en el país y tienen pocos enemigos naturales, además de que su agilidad y la velocidad de sus movimientos las hacen prácticamente invulnerables ante posibles depredadores; sin embargo, el principal peligro de su extinción es la pérdida de su hábitat: los bosques y las selvas. En el Distrito Federal la deforestación urbana amenaza de manera creciente su sobrevivencia. Hay que pensar que cada año se pierden entre 400 y 500 hectáreas forestales en la capital y que la tala de árboles inmisericorde se incremente en delegaciones centrales como Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Cuauhtémoc, sobre todo con motivo de construcción de nuevos desarrollos inmobiliarios. Estorban. La proliferación de bebederos artificiales como el mío, insólitamente, mitiga esa afectación y permiten a miles de colibrís disponer de su alimento básico, el que en condiciones naturales obtienen al succionar las flores rojas de determinadas plantas.
Los colibríes son importantes en el entorno ecológico y ayudan a la reproducción de las plantas. Éstas producen néctar que ofrecen en sus flores para que ellos lo absorban y al mismo tiempo transporten el polen de la célula masculina a la femenina de los vegetales para generar así la producción de más flora. Se calcula que estas aves de no más de 10 centímetros de largo participan en la polinización de más de dos mil 500 especies de plantas en nuestro país.
Entre las tareas de un verdadero colibrifilo como yo está el investigar y buscar información acerca de esta ave, a menudo migratoria, que es capaz de viajar de manera ininterrumpida más de cuatro mil kilómetros desde Canadá y el Norte de Estados Unidos para venir a anidar en bosques mexicanos cada vez más escasos. Así, he encontrado que además de numerosos investigadores e instituciones dedicadas al estudio del colibrí en diversos países hay en la Web sitios dedicados a nuestra admirada y diminuta criatura. Existe inclusive una “colibripedia”, un sitio en español dedicado exclusiva y exhaustivamente a ella. (http://www.colibripedia.com, para los interesados). Puede encontrarse todo lo relativo a sus características, tipos, hábitat, anatomía, reproducción, alimentación y mil etcéteras. Ahí me enteré, por ejemplo, de que entre muchos otros hay un colibrí llamado De Ana, otro Diamante de capucha azul, uno más Golondrina, Rufo, Ermitaño, Garganta roja, Cabeza violeta y Mosca, el más pequeño de todos, que vive en Cuba.
Los colibríes tienen un periodo de vida muy corto debido al rápido metabolismo de su organismo. Su corazón, un dato, llega a latir hasta mil 260 veces por minuto. En promedio, se estima que los chupamirtos sobreviven entre tres y cuatro años, aunque se han llegado a conocer casos excepcionales de algunos ejemplares que han alcanzado los 12 años de edad. Y en el “sabías qué” del colibrí encontré que la hembra va más de 140 veces al día al nido para alimentar a las crías, algunos colibríes pesan menos de dos gramos, son los vertebrados que más alimento consumen respecto a su propio peso y si un hombre consumiera las mismas proteínas que el colibrí en proporción al peso debería comer ¡130 kilogramos al día!
Dicho todo lo anterior, les confieso que desde hace algunos días una nube negra ensombrece mi feliz colibrilandia particular. Me urge un consejo. Les cuento que además de suministrar néctar a mis colibríes, mantengo un comedor popular para toda clase de pájaros urbanos. Cada semana compro un kilo del mejor alpiste importado para calmar el hambre desaforada de mis huéspedes. Y ocurre que hace poco gorriones y jilgueros golosos encontraron la manera de succionar el néctar ajeno a través de las flores rojas de plástico. Se han aficionado al dulce líquido que mana por los falsos pistilos amarillos y se encaraman, hacen piruetas, se cuelgan, aletean, se las ingenian para provocar que con el vaivén del bebedero de vidrio escurra la rica miel, todo ante el notorio y justo disgusto de los colibríes que además de verse desplazados de sus accesos al alimento ven rápidamente menguado su sustento. No encuentro remedio a esta situación, que me tiene sin dormir. Los pájaros se resisten a disciplinarse y persisten en sus hurtos. Y la cosa se agrava. El domingo pasado un colibrí dejó su danza ritual y se me enfrentó de plano. Con sus giros y chasquidos, a menos de medio metro de mis narices me reclamó furioso como diciendo bueno, y ora qué pasó. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
Les platico que una vez tuve un encuentro personal con el hoy abdicante rey Juan Carlos. Muy personal. Ocurrió en Managua el 24 de abril de 1990, víspera de la toma de posesión de Violeta Chamorro como presidenta de Nicaragua luego de la histórica y sorprendente derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), ceremonia a la que el monarca ibérico fue invitado junto con otros jefes de Estado. Yo estaba hospedado como otras veces en el legendario Hotel Intercontinental, el entrañable “Inter”, con su arquitectura inspirada en las pirámides mayas, que era el verdadero centro de una ciudad que se quedó sin centro por el pavoroso terremoto del 23 de diciembre de 1972. Inesperadamente me avisaron de una conferencia de prensa del todavía presidente Daniel Ortega, el candidato perdedor. Bajé de mi habitación un tanto atolondrado, atravesé con prisa el lobby atestado y me dirigí a la salida por el vestíbulo al que los autos acceden para dejar o recoger a sus pasajeros. De un auto lujoso, oscuro, adornado con dos banderitas rojo y amarillo, acababa de descender el Rey de España, que entre el barullo avanzó hacia la entrada del hotel justo cuando yo salía. Nos topamos frente a frente ¡y casi nos besamos! Gracias a su estatura no ocurrió así, aunque sí hubo contacto físico entre ambos: chocamos. Entre sorprendido y divertido, su majestad acabó por sonreír abiertamente mientras yo hacía un ademán de disculpa levantando ambas manos. Nuestro encuentro duró solamente unos segundos, hasta que un asistente me indicó por dónde seguir. Nunca me he vuelto a toparme con alguien de tal alcurnia.
Twitter: @fopinchetti
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