Arnoldo Cuellar
10/04/2014 - 12:00 am
Bárbara Botello y la decepción del PRI en León
En torno a la ciudad de León crece la séptima zona metropolitana del país, con cerca de dos millones de habitantes. León en sí mismo, con 1.6 millones de pobladores, es el municipio más importante de Guanajuato. Durante 24 años, esta urbe fue gobernada por el Partido Acción Nacional. De aquí surgieron algunos de los […]
En torno a la ciudad de León crece la séptima zona metropolitana del país, con cerca de dos millones de habitantes. León en sí mismo, con 1.6 millones de pobladores, es el municipio más importante de Guanajuato.
Durante 24 años, esta urbe fue gobernada por el Partido Acción Nacional. De aquí surgieron algunos de los protagonistas más relevantes de la historia panista que culminó con la conquista de la presidencia de la República en el año 2000.
Antes, los panistas leoneses conquistaron el gobierno estatal con una mezcla de arrojo militante, apoyo ciudadano y negociaciones cupulares con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Desde 1991, tres años después de que arribaran al gobierno de León, el PAN gobierna Guanajuato. Cuando concluya el actual periodo de Miguel Márquez habrán estado 27 años en el poder.
Por eso fue relevante que en la pasada elección de 2012, el PRI lograra derrotar al PAN en León, en la que quizá es la primera historia de éxito de los tricolores en la entidad, en un cuarto de siglo. La protagonista de la hazaña, por si algo faltara de remarcable fue una mujer, Bárbara Botello Santibáñez, quien se convirtió en la primera alcaldesa en la historia de esa ciudad.
Botello fue bien asesorada en su campaña, incluso por despachos de consultores internacionales. Con la certeza de que se enfrentaban a un electorado que había mostrado una alta fidelidad hacia el PAN por décadas, los asesores barbaristas formularon una propuesta de transición suave. La consigna de campaña fue proponer “un cambio tranquilo”.
No era para menos. El voto duro del PRI en León se ha reducido a un 15 por ciento. La presencia de candidatos populares o bien conectados logró llevarlo al doble, pero en todos estos años solo dos ocasiones dieron una batalla cerrada: en la coyuntura de 1994, tras el annus horribilis que vivió el país; y en 2003, cuando un prominente ex alcalde panista, Eliseo Martínez Pérez, logró hacer converger por vez primera al PVEM y al PRI en una candidatura.
Bárbara Botello ganó la alcaldía en 2012 con una buena combinación de factores: la caída nacional del PAN al tercer lugar electoral; la campaña de Enrique Peña Nieto, con su derroche de recursos; un pésimo candidato panista con serios problemas de credibilidad; la alianza con el PVEM y la novedad de ser mujer.
Fundamentalmente, puede afirmarse que Botello ganó con el apoyo de votantes panistas tradicionales, leales a su partido hasta ese momento y muy decepcionados.
Esa elección debió marcar al gobierno que produjo. Dirigir los destinos de una comunidad con una historia de lealtades políticas diferentes a las del mandatario, implica una estrategia precisa. La nueva alcaldesa estaba obligada a hacer valer su eslogan de campaña: producir un cambio paulatino.
Desde el primero momento la consigna no operó: la tranquilidad fue olvidada cuando la alcaldesa empezó a culpar de todos sus tropiezos a sus antecesores. En cambio, en acciones sustantivas no se actuó.
Pese al alza de la inseguridad, que colocó a León como una de las ciudades de mayor crecimiento en sus índices delictivos, se mantuvo por año y medio el mando policial, encargado a un general septuagenario proveniente, irónicamente, del gobierno panista de Juan Manuel Oliva, uno de los blancos preferidos de Botello como opositora.
En el segundo año de mandato, que se encuentra justo en su mitad, la alcaldesa de León inicio una serie de proyectos desaforados que implican un alto endeudamiento de la ciudad, el subsidio a proyectos privados y una megalicitación nacional del servicio de recolección de basura que, por lo pronto, produjo una huelga de brazos caídos de los recolectores locales que tiene a la ciudad en una crisis sanitaria.
En diciembre le fue autorizado por el Congreso un crédito de 540 millones de pesos, de mil 200 millones que pretendía, que pesan mucho en un municipio con un presupuesto anual de poco menos de 4 mil millones de pesos.
Un 80 por ciento de ese dinero, 440 millones de pesos, será destinado a construir las obras para ampliar el sistema de transporte urbano de la ciudad, concesionado a particulares. No obstante el respaldo con recursos públicos, el ayuntamiento autorizó un incremento de la tarifa del 12.5 por ciento, superior a la inflación de por lo menos los últimos tres años.
Así, los ciudadanos pagan por partida doble: por una parte padecerán el endeudamiento de su municipio, que a final de cuentas les afecta al disminuir la calidad de otros servicios; por otra parte, con el aumento de tarifa, subsidiarán el aporte que deben realizar los empresarios a la modernización del sistema.
En otra decisión nada “tranquila”, la alcaldesa ha impulsado como subsidio municipal la construcción de las obras de infraestructura para habilitar un parque industrial privado en una zona de difícil topografía, aparentemente gracias a un ofrecimiento informal del Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, de aportar 300 millones de fondos federales a la ciudad.
El convenio está aprobada en Cabildo y gravitará sobre las finanzas de la ciudad, ahora o en el futuro, llegue o no el recurso prometido por el funcionario federal.
Por si algo faltara en esta danza de concesiones, contrataciones y subsidios, la alcaldesa impulsó la declaratoria de incapacidad de la ciudad para prestar el servicio de recolección de basura, un servicio con un 95 por ciento de aceptación y con un promedio de menos de cuatro quejas diarias en una ciudad de un millón 600 mil habitantes, a fin de propiciar una megalicitación nacional a la que ya se apuntaron empresas sobre todo de Monterrey y del Distrito Federal, la cual va a encarecer el costo del servicio para la ciudad a cambio de una pretendida modernidad que ya ha fracasado y emproblemado a muchos ayuntamientos del país.
Por lo pronto, los contratistas que prestaron el servicio los últimos años se negaron a extender una prórroga de tres meses mientras se concretaba la licitación, al serles cancelada la oportunidad de participar en ella. Además han decidido romper lanzas contra el municipio y, aunado al paro de labores, se lanzaron a una campaña de protestas que ya produjo cinco manifestaciones en una semana y que tiene a la ciudad con una crisis sanitaria por la acumulación de basura en la mitad de las colonias.
A lo largo de este segundo año, la alcaldesa de León, la primera del PRI en 24 años, se ha lanzado a una loca carrera de decisiones cuyo denominador común parece ser el beneficio económico de sus aliados empresarios, en detrimento de las finanzas municipales, algo que no se explica sin la lógica de las comisiones y los “moches”.
En ese camino no le ha importado confrontarse con buena parte de los ciudadanos que la eligieron y perder aceleradamente su imagen, además de provocar un serio daño a las expectativas de su partido. Una encuesta realizada por la empresa MAS Consulting Group, en diciembre de 2013, antes de muchas de estas decisiones, establecía niveles de reprobación del 73 por ciento.
A Bárbara Botello ni siquiera le ha servido presidir, por obra y gracia del Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, la priista Federación Nacional de Municipios de México. Mucho debe preocuparles a sus colegas alcaldes las imágenes de las montañas de basura inundando numerosas esquinas de León.
¿Qué puede concluirse de este panorama?
El PRI, tras una batalla de lustros, finalmente había logrado establecer una importante cabeza de playa política en la plaza fuerte del panismo nacional. Parecía que allí había una oportunidad inmejorable para construir un proyecto de alternancia que mucho bien podría traerle al estado, tan solo por romper una hegemonía tan larga.
Lo que ocurre en León resulta altamente ejemplificador de la crisis política que vivimos, en una circunstancia donde los negocios y su cauda de corrupción parecen ser la meta prioritaria de los políticos y no la construcción de proyectos de gobierno, ya ni siquiera transformadores sino apenas coherentes.
Los tres años de gobierno de la priista Bárbara Botello en la ciudad más panista del país, que podrían haber sido el arranque de una historia de éxito político, parece que bastarán para constatar que en la política de hoy al ciudadano solo le queda refugiarse en lo menos peor. Qué pena.
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