Construir una Policía civil, confiable y con presencia en todo el país es un sueño que deberían compartir los gobernantes mexicanos. Ese ideal fue representado por la Policía Federal, al menos durante el régimen de Felipe Calderón que así la pintó en sus viajes diplomáticos por la nación y el mundo.
Aunque el ex mandatario sí logró constituir una robusta corporación (de menos de 10 mil elementos creció a cerca de 40 mil durante su sexenio), esta fuerza se involucró en demasiados escándalos y nunca logró ganarse la confianza de la ciudadanía. Algunos fueron bien merecidos, como el extraño caso de Florence Cassez, y otros animados por campañas políticas cuya principal plataforma era desprestigiar los proyectos panistas, como pasó en Ciudad Juárez con el priista Héctor “Teto” Murguía, durante su segundo turno como alcalde.
Ahora, Peña Nieto hereda este gran cuerpo integrado por miles que sí quieren hacer profesión como policías y otros más que sólo están al alba para hacer riqueza aprovechando su porción de poder. Aunque no se ha mostrado como una fuerza adecuadamente capacitada, ya era un paso hacia la construcción de una fuerza civil que atendiera las emergencias causadas por la acción delictiva en el país, sin necesidad de recurrir al auxilio de las Fuerzas Armadas.
Es imposible entender por qué razón el equipo de Peña Nieto no coincide con una idea que parece razonable y que, aunque en la práctica andaba a tropezones, ya estaba en marcha. Con el nombramiento de Manuel Mondragón como Comisionado Nacional de Seguridad, es evidente que el presidente no busca fortalecer esta institución. Quien esté medianamente informado sabe que entre Mondragón y Osorio Chong no hay lazos estrechos formados en la militancia política previa. Así, sin la confianza del jefe nacional, las tareas importantes serán responsabilidad de la Marina y el Ejército, mientras la Policía Federal se irá descomponiendo paulatinamente.
Esa es la tradicional y siempre perversa estrategia del Gobierno mexicano: Cuando quiere desaparecer una institución que no le agrada al presidente por cualquier motivo, la somete a una disfunción administrativa, la empobrece y finalmente la vende al mejor amigo que comparece como postor. ¿Estaremos en el preludio de la venta de la Policía Federal para convertirla en una gran corporación de seguridad privada? Todos los argumentos para privatizar Pemex se pueden aplicar hoy a la Policía Federal.
El proceso de deterioro es muy profundo, lo vemos desde la frontera donde los conocimos cuando tenían todo el respaldo del Ejecutivo y eran ellos los que sustituían al Ejército. Ahora el comisionado nacional sólo se da cuenta de los grandes operativos cuando lee el periódico impreso, el día siguiente. ¿Por qué será que nuestros políticos saben más que los científicos sociales y que los expertos nacionales y extranjeros en seguridad pública, en educación, en salud en vivienda, en economía? ¿Por qué será que las soluciones de nuestros políticos a los grandes problemas suelen fallar como el Chicharito en Manchester?
Por lo pronto otra vez quedamos en manos de los militares. Serán ellos quienes destruyan a las fuerzas populares de las autodefensas michoacanas, serán quienes se sienten tranquilamente a ver cómo se matan entre sí los templarios y cualquier otro que vaya a disputar el territorio. Al fin que este papel de espectadores de la tragedia nacional les viene muy bien. Mientras en Juárez nos estremece enterarnos que una niña, de 8 años y víctima de trata, se suicidó en un albergue al que fue enviada por la PGR, se apodera del territorio nacional un nuevo Cártel que cuenta con la bendición de la máxima jerarquía
Por más que esperamos que México se recupere de la vieja crisis que nos acompaña desde que ingresamos al primer mundo en 1984, con la entrada al GATT (Acuerdo General de Tarifas y Comercio, por sus siglas en inglés), apenas vemos una luz al final del túnel y resulta que es un tren que viene contra nosotros a toda velocidad. Por eso, los fronterizos en ocasiones pensamos que un referéndum como el de Crimea no vendría tan mal.