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Benito Taibo

23/02/2014 - 12:00 am

De homenajes y farsas

Llevo tres días metido en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, y me faltan diez. Estoy colaborando con Radio UNAM, en la transmisión en vivo que todos los días se hace desde el maravilloso Palacio hecho por Manuel Tolsá, de 4 a 7 de la tarde. Han pasado por la mesa, para […]

Llevo tres días metido en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, y me faltan diez. Estoy colaborando con Radio UNAM, en la transmisión en vivo que todos los días se hace desde el maravilloso Palacio hecho por Manuel Tolsá, de 4 a 7 de la tarde.

Han pasado por la mesa, para ser entrevistados, poetas, arqueólogos, novelistas, teatreros, académicos, cuentistas y cantantes. Todos con un libro bajo el brazo.

Y con tanta entrevista, no había podido dar una vuelta como corresponde por los pasillos y recovecos de la feria, así que el sábado temprano lo hice buscando novedades. Se han organizado, homenajes para celebrar los centenarios de Efraín Huerta, Octavio Paz y José Revueltas, ente otros. Y me parece muy bien, pero después de recorrer el Palacio de Minería me llevo una muy triste sorpresa.

Excepto por los libros de Paz, es casi imposible conseguir algo de Huerta o Revueltas; es más, es casi imposible poder leer al recientemente fallecido y amigo Federico Campbell.

¿Dónde están sus libros? pregunto en voz alta a más de un vendedor.

Y nadie puede responderme.

Mucho homenaje, muchas citas alrededor de ellos, pero ni un solo texto de su autoría.

Hasta que alguien, con enorme pena me lo dice. No se han reeditado. Es que las “novedades” desplazan a los libros de catálogo.

Así que no hay forma de encontrar la “Estampida de poemínimos” de Huerta, el fundamental “Los muros de agua” de Revueltas o el mucho más nuevo “Tijuanenses” de Campbell.

Para intentar  tranquilizarme, el vendedor me dice: -Están agotados-.

Pero no me sirve en lo absoluto de consuelo. En cambio, hay mesas atestadas de eso llamado “autoayuda”, con tirajes inmensos  y reediciones de sus propios “clásicos” que se siguen vendiendo como pan caliente.

Aborrezco los libros de «autoayuda». Con toda mi alma.

 No creo que tenga que dar demasiadas explicaciones al respecto, y sin embargo y con su permiso, las daré.

 En tiempos de crisis económicas, aderezadas con dosis similares de banalidad y violencia, dos caldos de cultivo propicio burbujean alegres en los peroles donde se cuece el futuro. En uno, la ignorancia, la credulidad y el desinterés acomodaticio de las religiones establecidas para con su grey, han hecho que nuevos cultos surjan como hongos; mezclas de pensamiento mágico, «new age», viejas tradiciones rescatadas del olvido y «seudociencia», se amalgaman en iglesias que ganan todos los días nuevos adeptos, los cuales, alegremente depositan su fe y su dinero en esas arcas intentando comprar un boleto al paraíso.

En el otro, los solos, los tristes, los desplazados, a los que se les niegan las oportunidades, miran esperanzados como van surgiendo libros que les darán respuestas con las que construirse, por méritos propios, un camino al éxito, al conocimiento, a la verdad. Y de ese perol, salen todos los días decenas de escritos llenos de frases hechas, lugares comunes, filosofía barata, recetas instantáneas, basura pura que aparentemente relumbra como el oro.

Ante el callejón sin salida que impone la sociedad del capitalismo salvaje, surge, como sistema infalible, la filosofía del ¡sálvese quien pueda!

Y así, la literatura, el ensayo, el teatro, la historia, se han visto desplazadas de los anaqueles de las librerías por textos que prometen hacerte mejor, más guapo, más rico, más influyente, más poderoso en un santiamén. Y un mercado multimillonario crece y se multiplica ante nuestros ojos.

 No creo necesario aclarar aquí ¿quién se ha robado mi queso?  Lo tengo clarísimo. Ha sido el FMI, Hacienda, el Banco Mundial. Y no pretenden devolverlo nunca, no se hagan ilusiones.

El monje que vendió su Ferrari, lo hizo, porque con las ganancias proporcionadas por millones de incautos en el mundo, le permitieron comprar una flotilla de Lamborghinis y dos yates.

 El caballero de la armadura oxidada se ríe de nosotros mientras estrena un «Hugo Boss» de cuatro mil dólares.

Cada vez que escucho la fábula de la cubeta de cangrejos, donde todos ellos intentan, pisoteando a los otros, salir del encierro, se me antoja, echarles agua, sal, pimienta de Cayena y prender un bonito fuego debajo para hacer una sopa que mitigue en algo el hambre de muchos.

Ahora resulta que uno de estos genios, el insoportable Paulo Coelho,  ha escrito un libro que yo ya había leído, lo titula «Aleph» en un acto de espectacular cinismo, y escucha como el tintineante sonido de las cajas registradoras, va abultando su cuenta de cheques. Y montones de muchachos leen éste “Aleph” en lugar del que sí deberían leer de Jorge Luis Borges.

Me queda claro, todos los libros son de autoayuda, excepto, claro, los que en su portada digan con letras tímidas y sin embargo claras «autoayuda». Esos, sólo autoayudan a los sinvergüenzas que aprovechando los malos tiempos, medran con la esperanza de los otros.

Los maldigo.

Y espero que sean muy pronto desplazados en las mesas de esta feria y de todas las librerías, por nuevas ediciones de Revueltas, de Huerta, de Campbell, de esos que vale la pena leer antes siquiera de pensar en homenajes.

El único homenaje posible a un escritor, es que sus libros estén al alcance de todos.

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