Francisco Ortiz Pinchetti
13/02/2014 - 12:02 am
Bien llegado
Cuando me propuse escribir una columna que fuera a la vez amena y seria, fresca y trascendente, con humor y con rigor, me topé con una serie de contradicciones de tal complejidad que acabé por desistir. No podía dormir, por Dios. Opté entonces por una columna que fuera simplemente libre, y en ese empeño arranco […]
Cuando me propuse escribir una columna que fuera a la vez amena y seria, fresca y trascendente, con humor y con rigor, me topé con una serie de contradicciones de tal complejidad que acabé por desistir. No podía dormir, por Dios. Opté entonces por una columna que fuera simplemente libre, y en ese empeño arranco este espacio semanal, luego de diez años dedicado al llamado periodismo comunitario, un trabajo informativo focalizado en una zona específica de la ciudad de México. La experiencia ha sido, como suele decirse, muy enriquecedora y muy aleccionadora.
Les platico que en primer lugar y después de cuatro décadas de actividad profesional aferrado a la idea quijotesca de acabar a tecladazos con todos los males y todas las injusticias de este país, descubrí un sentido distinto del quehacer periodístico, mucho menos enfocado a la estridencia y más al tratar de recoger, interpretar y difundir los problemas y necesidades del vecino de la esquina. Y también sus valores culturales, sus tradiciones y sus fiestas. Yo le llamaría “periodismo de alcantarilla”, no en un sentido despectivo sino por estar referido a las pequeñas cuestiones de la vida cotidiana, pero que son las que realmente condicionan ésta. Como el que una alcantarilla no tenga tapa. O que se forme un bache del tamaño de un cráter en la calle de enfrente. Ahora estoy seguro que para el ciudadano común, ese vecino de la esquina, es más grave que talen un frondoso fresno de 40 años de edad para construir otro edificio que las estúpidas justificaciones del gobernador Javier Duarte ante el asesinato de otro periodista en Veracruz o las batallas de lodo de los panistas en su disputa por el botín que -ahora sabemos- significa la presidencia nacional de ese partido.
Lo malo es que esa preocupación por los problemas cotidianos, ese coraje ante la ineficacia y la corrupción de las autoridades locales, delegacionales, pocas veces se traduce en una decisión de participación ciudadana. La gente se queja, pero no actúa. Y menos se une o se organiza para hacer valer sus derechos. Da pena ver la manera en la que se eligen los comités ciudadanos o se deciden los presupuestos participativos. La verdad es que a nadie le importa. Por eso son unos cuantos, con descarada injerencia de autoridades y partidos políticos, quienes se apoderan de esas organizaciones para obtener algún beneficio personal y quienes deciden en qué se gasta el dinero cuyo destino le toca decidir a los vecinos. ¡Son votaciones de veinte o treinta sufragios, en un universo de tres o cuatro mil vecinos! Bueno, pero por algo se empieza, dicen los optimistas.
Por lo demás, me he encontrado con que lejos de escapar de las arrogancia, abusos y corruptelas de los políticos con que tuve que batallar durante más de 40 años, en el pequeño mundo comunitario en el que vengo ejerciendo este periodismo diferente me he topado de nuevo con ellos, pero con un agravante: además de todo lo anterior, son ignorantes. Eso, sumado a su doble moral, los hace verdaderamente patéticos.
En fin, todo lo anterior como el lector imaginará hace del periodismo comunitario una actividad fascinante. De ahí mi resistencia a dejar esa claraboya a través de la cual mirar, describir y compartir mi entorno sin dejar por supuesto de estar al tanto y padecer los grandes asuntos nacionales y de reír ante las aberraciones de los políticos mexicanos de todos los colores. Ahora puedo irme literalmente por la libre cada semana sin sufrir ninguna culpa, ningún cargo de conciencia. Y lo hago no sin antes agradecer a mis amigos y colegas de SinEmbargo su generosa bienvenida. Por mi parte, encantado, me doy por bien llegado. Válgame.
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