Franz Kafka escribió un cuento que podría explicar lo que pasa actualmente en México. El cuento se titula “La condena” y habla de la relación asfixiante entre un padre y su hijo, Georg Bendemann, tema que siempre absorbió a Kafka.
Trasladado a un nivel social, el padre (castrante, autoritario, perverso) podría representar al mismo Estado, mientras el hijo (sin voz ni salidas, sin libertad ni autoestima), a la sociedad en general.
El deselnace del cuento es emblemático pero antes de anunciarlo es necesario decir que en nuestro país ese padre se enfrentó, de pronto, a un hijo rebelde, nada sumiso, que decidió no dejarse imponer un destino.
Eso sería, para este caso, el recién formado Congreso Popular, que, amparándose en el artículo 39 constitucional, se alzó para echar abajo la recién aprobada reforma energética, por considerarla contraproducente para el futuro social y económico de nuestro país.
El Congreso Popular está formado por académicos, periodistas e intelectuales (como John Ackerman, Epigmenio Ibarra, Paco Ignacio Taibo II), en su mayoría simpatizantes de la izquierda mexicana, pero se presenta como un congreso sin filias partidistas.
Nadie duda de que el Congreso Popular es una iniciativa loable (y heroica) pues no sólo responde al sentir de los más de dos mil congresistas que logró congregar el pasado 5 de febrero (cuando fue formalmente instalado), sino, sobre todo, porque desvela el fraude que ha significado para el país la reforma enérgetica, una reforma que lejos de crear condiciones para la invención de nuevos mecanismos de explotación de nuestro petróleo, se rinde a la inversión privada extranjera, quien, por supuesto, la aplaude.
El Congreso Popular es, en este sentido, imprescindible. Una fuerza que creará un contrapeso en contra de las decisiones de la oligarquía en el poder. Sin embargo, el espejo en el que se está mirando puede no ser más que un espejismo. La mayoría del activismo que ejerce lo hace a través de las redes sociales y, como se sabe, la percepción, en el mundo de la virtualidad, se obnubila. Las redes sociales no son la realidad. Las manos que se levantaron en el Congreso de la Unión para aprobar la reforma energética, en cambio, sí son la realidad.
Si bien el pasado 5 de febrero se logró aglutinar a un nutrido número de simpatizantes, ¿cómo se hará, en términos concretos, para que esas manos que aprobaron la reforma energética se retraigan, bajen y se enfunden de nuevo en sus bolsillos sin tener que violentar nuestro estado de Derecho?
Es inevitable comparar el Congreso Popular con aquel acto llevado a cabo por López Obrador en el zócalo capitalino, en donde, también amparado en el artículo 39 de la Constitución, llamó a desconocer al “gobierno de facto” de Felipe Calderón, invitó a la desobediencia civil e instauró un “gobierno alternativo”, erigiéndose él presidente legítimo de México. No sólo fue una payasada sino que, luego de tal extravagancia, nada pasó.
La intelectualidad mexicana que constituye el Congreso Popular también corre el riesgo de caer atrapada en su propio egocentrismo, mesianismo y megalomanía lopezobradorista.
Es muy bueno ser intelectual en México, y más si ese intelectual se erige activista social y organiza una larguísima marcha que, de ser posible, atraviese el país de norte a sur, así sea pacíficamente, como la convocada por el Congreso Popular para el próximo 18 de marzo, con el argumento de que el presidente Peña Nieto es un traidor a la patria, pero: ¿no lo fueron Fox y Calderón también?, ¿no lo han sido los gobiernos perredistas de Michoacán (Leonel Godoy) y Zacatecas (Amalia García)? ¿no lo es Mancera, quien ahora sirve de alfombra roja al ejecutivo federal? ¿A quién le va a entregar el poder el Congreso Popular si toda la clase política está pervertida?
Además, los países extranjeros interesados en el petróleo mexicano estarán muy contentos de proteger (y asesorar) al presidente Peña Nieto, a quien seguirán alentando a través de premios y reconocimientos para él y para México (la agencia Moody’s Investors ha elevado, hace unos días, la calificación soberana de México a A3 desde Baa1 con perspectiva estable).
La resistencia del Congreso Popular tiene, en su propio seno, su antídoto. Léase esto: el Congreso Popular no puede “sustituir los órganos constitucionalmente establecidos, eso no sucede, tendría que haber una reforma o una nueva Constitución, pero nosotros saludamos la participación ciudadana, bienvenida, qué bueno». Lo declaró el mismo líder de los diputados federales del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Silvano Aureoles, luego de celebrar (nomás de dientes hacia afuera) que ciudadanos, intelectuales y académicos estén trabajando en la conformación de un «Congreso Popular», al que llamó “congreso paralelo”, porque ello demuestra su interés en participar en política.
¿Qué tiene, pues, el Congreso Popular que no tuvo el EZLN, el movimiento Yosoy132 o lainsurrección solitaria de Javier Sicilia, frente a la ascendente pobreza, la fortaleza de Televisa y la salud de la violencia generada por el narcotráfico, ahora transformado en paramilitarismo?
Volviendo al cuento “La condena”, de Kafka, decía que el final es emblemático: el hijo, Georg Bendemann, al no soportar la presión del padre, opta por arrojarse de un puente, por el que atravesaba “un trafico verdaderamente interminable”. El surgimiento del Congreso Popular podría representar la otra vía: encarar al padre e intentar romper, de una buena vez, tan malévolo yugo, pero no cambiando (ni quebrantando) la Constitución, sino (tan sencillo como esto) haciéndola respetar.
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