Author image

Alma Delia Murillo

18/01/2014 - 12:02 am

La ruta alterna

A veces es difícil mirar la felicidad de frente y en tiempo presente; reconocerla, palparla, nombrarla aquí y ahora. Por alguna razón, los seres humanos no podemos evitar preguntarnos qué hubiera pasado si… Tal vez el problema no sea un asunto de conjugación de verbos en presente, pasado, futuro o cualquiera de las posibilidades de […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

A veces es difícil mirar la felicidad de frente y en tiempo presente; reconocerla, palparla, nombrarla aquí y ahora.

Por alguna razón, los seres humanos no podemos evitar preguntarnos qué hubiera pasado si…

Tal vez el problema no sea un asunto de conjugación de verbos en presente, pasado, futuro o cualquiera de las posibilidades de los tiempos compuestos. Quizá el problema tampoco sea hacer entender a la Real Academia de la Lengua Española que el hubiera sí existe, aunque no esté documentado en su diccionario porque tendrían que comenzar por comprender que la realidad y el universo son infinitos y que todo lo que hay en ellos existe aunque no tenga un vocablo debidamente clasificado en su catálogo de palabras. No, ni siquiera intentaría atribuirlo a eso.

Algo me dice que es un asunto de selección, un filtro que hacemos los humanos de nuestra existencia, una especie de lente súper afocada que mira la infelicidad, la insatisfacción, lo que no tenemos y lo que no somos. Y aunque desde luego importan el entorno, las circunstancias y las relaciones; pesa mucho más cómo las mira el inquilino que nos habita.

Dejo las relfexiones y les cuento este breve relato.

–       Si te hubieras salido a tiempo esto no estaría pasando.

–       Y si tú te hubieras tomado la pastilla del día siguiente, esto no estaría pasando.

Teresa y Marco sostuvieron esta discusión durante los meses que duró el embarazo. Meses en los que ella tenía un sueño recurrente: justo antes de eyacular, él se salía y todo ese fenómeno infame que escuchó en las clases de orientación sexual sobre el óvulo fecundado y los dos gametos que crean un nuevo individuo no sucedía. Le costaba creer que esa bola de carne con mocos, chillona, tragona y cagona fuera lo que su maestro de Filosofía llamaba el ser.

La bola de carne, a la que llamaron Diego, creció. Teresa y Marco terminaron la secundaria como pudieron y sus padres los obligaron a casarse bajo el único e irrefutable argumento de que tenían que asumir las consecuencias de sus actos. Fueron incapaces de contradecirlos, estaban del lado de la línea de los que obedecen.

Fue un matrimonio normal y horrible, por decir lo menos. Forzados a madurar y a hacerse responsables de un hijo al que no habían deseado. Ambos lamentaban en secreto no haber tomado una decisión diferente, ambos anhelaban en secreto ser como sus amigos que formaban parejas felices ocupadas sólo de su propia satisfacción.

Llegó el día en que Diego cumplió dieciséis años. Teresa había preparado una comida especial para celebrar pero su hijo llegó tarde de la escuela y completamente ebrio. Se puso frenética, odió más que nunca ser quien era, sintió envidia de la libertad de su hijo, sintió ganas de desaparecerlo todo y estalló contra su marido.

–       Te odio. Odio ser madre y es tu culpa, mi vida sería otra si te hubieras salido antes.

Gritó un par de cosas más y fue a encerrarse en su habitación.

Marco no contestó, hacía años que había perdido la batalla con su mujer y estaba consciente de ello. Se dedicaba a cumplir con su rol de proveedor y punto, lo único que pedía era que lo dejaran en paz.

Diego se reía, pensaba en lo que había dicho su madre: salirse ha de ser dios, el pene ha de ser dios si depende de él que una persona exista.

Teresa tenía miedo de volverse loca. De pronto se sintió tan sola, tan fuera de lugar. Sólo cabía en ella una certeza: deseaba con toda su alma regresar el tiempo, regresar a ese segundo crítico en el que había quedado embarazada y evitarlo, cambiar su vida para siempre, tomar la ruta alterna: la de la felicidad.

Y su deseo fue concedido.

Se reconoció a sí misma dieciséis años antes, ahí estaban ella y el que sería su marido en pleno encuentro sexual. Entonces lo supo: estoy aquí para cambiar mi destino. Marco se afanaba dentro de ella, a ojos cerrados daba sendos empellones en el más común de los coitos pero ella lo sacó de entre sus piernas justo a tiempo y lo obligó a eyacular fuera.

Y Diego se quedó en el universo de los no nacidos, flotando feliz en las cálidas dimensiones de la nada.

Teresa y Marco son una pareja sin hijos, un matrimonio normal y horrible, por decir lo menos. Los mantiene unidos la comodidad de una economía compartida que les permite hacer viajes con regularidad, comprar muebles caros y bonitos, satisfacer su obsesión por los dispositivos electrónicos, la ropa nueva y los videojuegos.

Teresa se siente tan sola, tan fuera de lugar. El tiempo ha cobrado su factura y a su edad ya no puede embarazarse: sus ovarios son como dos pasas viejas y el semen de su marido, -si aún tiene, pues llevan años sin ningún contacto sexual-, debe ser una sustancia tan baja en proteínas, grasas y azúcares como su dieta.

A veces lamenta no poder desandar algunos años y tomar la decisión de ser madre, cambiar su vida para siempre y tomar la ruta alterna: la de la felicidad.

@AlmaDeliaMC

author avatar
Alma Delia Murillo
author avatar
Alma Delia Murillo
en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas