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Benito Taibo

12/01/2014 - 12:01 am

Ciudadano

Soy un ciudadano esencialmente respetuoso y consciente. Esto quiere decir que intento no hacer nada que atente contra el bienestar común, el entorno o la buena vecindad. No me paso altos, no tiro basura en la calle, no hago ruido innecesario, no me estaciono en las rampas para personas con discapacidad, no manejo en estado […]

Soy un ciudadano esencialmente respetuoso y consciente.

Esto quiere decir que intento no hacer nada que atente contra el bienestar común, el entorno o la buena vecindad. No me paso altos, no tiro basura en la calle, no hago ruido innecesario, no me estaciono en las rampas para personas con discapacidad, no manejo en estado de ebriedad (ni siquiera camino en estado de ebriedad porque no bebo), doy el paso y el asiento en el metro y el metrobús a las mujeres (embarazadas o no), a las personas de la tercera edad, a los niños, ayudo en lo que puedo para hacer de mi ciudad un lugar más habitable, jamás en mi vida me he metido a la mala en una cola.

Parezco un dechado de virtudes. Pero es sólo la apariencia. Hace un año y hasta ahora me atrevo a confesarlo, salía de la Feria del Libro de Minería con mi amiga Juana Inés Dehesa y caminábamos por la Alameda rumbo al metro. Yo venía fumando, como casi siempre.

En algún momento, tiré la colilla, lo digo aquí frente a todos, en la vía pública. Sin darme cuenta, instintivamente. Y dos policías fueron a por mí. –Joven (dijo uno de ellos, chaparrito) usted tiró una colilla ¿verdad?

Sí, lo siento, no me di cuenta.- Contesté y fui a rescatarla del piso.

Y mientras la buscaba, encontré un montón que no eran mías, desperdigadas por la acera.

La mía, evidencia inobjetable, estaba en manos del policía unos segundos después todavía humeante.

Me sentí pésimo. Yo, que no hago nunca o casi nunca nada que ofenda a la ciudad a la que tanto quiero.

Y el policía me miraba tan reprobatoriamente que me figuré a mí mismo en los cárteles de los diez más buscados.  –Lo siento mucho, préstemela, la tiro.- Respondí, e intenté tomar la colilla para llevarla a un bote de basura.

El  guardián de la ley y el orden, apartó la mano rápidamente, con la evidencia humeante.

Uyyy, joven, no es tan fácil. Lo vamos a tener que remitir a un juzgado cívico porque cometió una falta a la Ley de Cultura Cívica del DF.– Dijo.

Miré hacia el suelo donde había montones de colillas que seguramente eran de otros infractores de la ley que estaban en la cárcel purgando su condena.

No veo botes ni ceniceros por ningún lado.- Argumenté a mi favor.

Intervino la pareja del oficial: –Cómo no. Allá hay uno.– Y señaló al otro extremo de la Alameda. A unos trescientos metros de donde nos encontrábamos.

¿No hay otro más cerca?– Dije ingenuamente.

Lo vamos a remitir al juzgado.– Dijo el primero de ellos. La colilla ya no soltaba humo, se había apagado.

Es completamente cierto que no hay botes ni ceniceros en gran parte de la ciudad. Y sin embargo, tenían razón, había cometido una falta y tendría que pagar por ello.

¡Vamos!–  Le contesté.

O ¿Qué hacemos?– Dijo el que llevaba la voz cantante.

Ir al Juzgado Cívico.- Respondí. Me fijé que no llevaban armas ni esposas (de las que se ponen en las muñecas). Nunca he dado un centavo de “mordida”. No está dentro de mi lógica.

Se miraron. Y casi al mismo tiempo dijeron que me fuera.

Ir al Juzgado hubiera significado perder un montón de tiempo y que escaparan mientras tanto otros muchos infractores de la ley. Por supuesto me advirtieron que no lo repitiera, muy seriamente. Dije que sí.

Me dieron la colilla. La metí en el celofán de la cajetilla y en cuanto bajamos al metro la tiré en un bote de basura.

No sé, exactamente cuál era la pena a la que me exponía. Busqué la Ley de Cultura Cívica del DF y en su artículo 26  que lleva como encabezado “Son infracciones contra el entorno urbano de la ciudad de México:” y hay  dos fracciones donde puede caber mi osadía.

En la fracción tercera dice: “Arrojar, tirar o abandonar en la vía pública animales  muertos, desechos, objetos o sustancias”.  Y la multa por ello corresponde de 11 a 20 días de salario mínimo o arresto de 13 a 24 horas. La colilla era en sí misma desecho, objeto y sustancia, según el canon.

El otro supuesto, en la fracción décima consigna: “Arrojar a la vía pública desechos, sustancias peligrosas para la salud o que despidan olores desagradables”. Y la multa es de 21 a 30 días de salario mínimo o arresto de 25 a 36 horas. Y allí también cabía mi colilla.

Después de le experiencia compré un cenicero de bolsillo, con tapa, muy mono que ahora llevo a todos lados.

No volveré a tirar una colilla en la calle en lo que me resta de vida. Aprendí la lección.

Les juro que no soy un criminal.

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