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Alma Delia Murillo

21/12/2013 - 12:03 am

Jesucristo no debió nacer

“Nacerá el consabido redentor, terrible asunto. Catástrofes habrá por tres mil años” (Eduardo Lizalde) Este no es un ejercicio de bravuconería. Intento, aún sabiendo la desmesura de mi cuestionamiento, plantear una pregunta por demás ambiciosa: ¿qué sería de la historia de Occidente si no hubiéramos aceptado, a pesar de guerras y batallas sanguinarias, contarnos la […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

Nacerá el consabido redentor, terrible asunto. Catástrofes habrá por tres mil años” (Eduardo Lizalde)

Este no es un ejercicio de bravuconería. Intento, aún sabiendo la desmesura de mi cuestionamiento, plantear una pregunta por demás ambiciosa: ¿qué sería de la historia de Occidente si no hubiéramos aceptado, a pesar de guerras y batallas sanguinarias, contarnos la vida antes y después de Cristo?

Tengo otra pregunta aún más osada: ¿cómo sería nuestra vida aquí y ahora sin toda la parafernalia de los festejos por la Navidad?

Tengo treinta y seis años, y ocurre, por los misterios insondables de los ciclos, que llevo exactamente la mitad de mi vida de haber renunciado a la fe cristiana. Soy lo que ellos llamarían una apóstata. Cuando cumplí dieciocho era miembro activo y fervoroso de una iglesia evangélica; por mi cabeza había pasado la posibilidad de estudiar en una universidad cristiana, casarme con un joven pastor y dedicarme a predicar las sagradas escrituras para convertir a los herejes en creyentes. Sí, yo, esta que escribe.

Sucede que a los seres humanos nos tranquilizan los conceptos abarcatodo, las explicaciones que reducen los fenómenos a las mismas reglas, a los mismos principios. Cabalgamos cómodamente sobre aquello que no nos perturbe, que no nos altere porque “lo normal es estar bien”, declara la gente que se asume como normal, moral y sana.

El gran atractivo de esos conceptos irreflexivos es que permiten poner la responsabilidad en otro; en algún ente, persona, sistema divino o demoníaco que no seamos nosotros mismos. Es fácil dejarse seducir por la idea de que existe un  glosario de términos para definir lo que es malo, lo que es bueno, lo que es pecado mayor o menor, y, sobre todo, que nos evita el tremendo trance de morir y renacer para auto redimirnos cuantas veces sea necesario. La fábula del mesías salvador que nos hace el paro con la conciencia, es un suculento e irresistible caramelo.

Porque salvarse a sí mismo toma toda una vida de dolores, crisis, rupturas elegidas o impuestas, soledades insoportables o llevaderas, resumiendo: es una verdadera paliza. Y aunque todos podemos atravesar tales procesos de transformación, no todos estamos dispuestos porque es más tolerable vivir lisiados de la conciencia para albergar las justificaciones y limitaciones que nos impidan ser o hacer todo lo que podríamos.

Lo digo de otra manera: asumir el inconmensurable peso de la responsabilidad de ser libre es aterrador. Y no cualquiera. Por eso la idea del mesías redentor es un ansiolítico y analgésico tremendamente efectivo.

Ahora bien, dejemos a un lado los análisis filosóficos del ser y la conciencia; vamos poniéndonos más pedestres: la Navidad apesta, lo con toda la literalidad de la acusación. Estoy segura de que si el aguinaldo, fondo de ahorro, bono decembrino y cuanto emolumento extraordinario se desparrama en estos días fuera en septiembre; Jesucristo habría nacido en ese mes. O en abril o en mayo, según se necesitara para la estrategia comercial en turno. Y lamento romperte el corazón, Jesús de Nazaret, pero lo tuyo es el colmo del absurdo, mira que sacrificarte por la única causa que no tiene ni tendrá remedio: la humanidad.

Este derroche de compras, excesos trogloditas, insufribles intercambios de regalos obligatorios, villancicos ridículos, autos vestidos de reno, árboles talados y producción de basura sólo redundan en dos hechos: la devastación del planeta y el recrudecimiento de la estupidez humana. Qué despilfarro de existencia. Qué exhibición de torpeza.

Fe, esperanza y amor son las tres virtudes teologales más importantes del cristianismo. Que alguien me diga cómo se manifiestan en esto que hacemos año con año.

La fe no es el miedo, o no debería. Dice la Biblia en Marcos 16:16 “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Vaya ejercicio de inclusión y tolerancia. Dice también en Lucas 1: 50 “Y su misericordia pasará de generación a generación a los que le temen”. Poca generosidad hay en ser compasivo sólo con los que le temen, eso suena más a discurso de dictador que de dios misericordioso.

El cristianismo prohijó lo mismo a la Santa Inquisición que a la guerra cristera y a los Legionarios de Cristo, a la pederastia, a la corrupción … me detengo. No, no fue el cristianismo: fue la falta de conciencia en cada individuo, la negación de las miserias de la condición humana y vuelvo a donde empecé; la luz tiene que venir de dentro, la redención sólo puede alcanzarse a través de un honesto y descarnado ejercicio introspectivo.

La experiencia de transformarse es de una complejidad mística y duele más que colgar un crucifijo en la cabecera de la cama o ir a comprar regalos para festejar el nacimiento de ese Cristo que divide la historia occidental antes y después de él. ¿A quién y por qué le dimos la potestad de dividir los tiempos?, ¿por qué es tan importante?

Me lo pregunto y llego una conclusión casi de silogismo. Si Jesucristo murió para limpiar nuestros pecados, entonces cualquier cosa que hagamos y que se considere pecado: está redimida. O sea que ganamos por default y los adeudos de la  conciencia estarán siempre pagados, siempre en ceros.

Y por eso en realidad el pecado no existe. De tal manera que podemos entregarnos a las acciones y pulsiones más bajas y faltas de ética o de honorabilidad. Salimos ganando pero justamente porque ganamos, perdemos.

“Jesús murió por los pecados de alguien pero no por los míos. Mis pecados me pertenecen a mí y nada más”, dice Patti Smith en ese clásico que es la canción Gloria. Y yo suscribo cada letra: prefiero enterarme de lo que soy capaz, hacerme cargo de mis maravillas o mis chingaderas y vivir con las consecuencias, decir yo fui para poder transformarme ahora, mientras aún me cuento en el censo poblacional. Después de la muerte, quién sabe. Yo creo que no seré más que un montoncito de tierra.

Me iba a despedir declarando mi respeto para los cristianos, pero honestamente no encuentro razones para respetar una religión genocida, hipócrita, pederasta, duermeconciencias y de la que atestigüé tantos abusos, maltratos y extorsiones cometidos en el nombre de dios. Así que no me queda más que desearles fortaleza de espíritu, porque ese cielo negro repleto de toneladas de basura que se cierne sobre nosotros, es la Navidad. Y habrá que respirar hondo para transitarla.

@AlmaDeliaMC

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