Alma Delia Murillo
15/06/2013 - 12:00 am
Para bailar el tango se necesitan dos
El amor es una danza, unos felinos que se aparean, unas serpientes que se entrelazan. Un virus que se reproduce, una bacteria que mata. El amor, sostengo, será kamikaze o no será. Y es que querer mucho a alguien porque es buena persona o porque llevan diez años juntos no es amor. Enamorarse a través […]
El amor es una danza, unos felinos que se aparean, unas serpientes que se entrelazan. Un virus que se reproduce, una bacteria que mata.
El amor, sostengo, será kamikaze o no será.
Y es que querer mucho a alguien porque es buena persona o porque llevan diez años juntos no es amor. Enamorarse a través de una pantalla no es amor. Estar con alguien porque te conviene tampoco es amor. Porque detrás de todas estas modalidades hay un único motivo: no se está por el otro, sino por uno mismo.
No se enojen, o enójense si es inevitable pero no maten a la mensajera. Bueno, mátenla de amor si no hay más remedio. (Todo quiero).
Estoy en la ciudad de Buenos Aires, vine porque me mandaron, se los juro. Y porque la vida es tan generosa y tan buena que aunque yo sea mala, me regala experiencias como pequeños universos cada tanto. Pequeñas Ítacas con sus perfumes y sus fieros monstruos que contemplo siempre a punto del colapso. Así miramos al mundo quienes tendemos al drama. Resignación, camaradas.
Así que anoche presencié un espectáculo de tango. Y recibí un mensaje que aún vibra en mi pecho: sin bailarín no hay bailarina y viceversa.
Ya sé que parece una burda obviedad pero a mí me dijo algo vital. Mientras veía esos cuerpos bailando me pregunté de dónde vendría tanta pasión y pronto me di cuenta de que mi pregunta, planteada de esa manera, era de una retórica vacía, casi académica. Y me dio mucha hueva encontrar una o mil respuestas científicas, antropológicas o históricas.
Y es que la pasión no viene, sino que va. Hacia alguien, hacia algo, hacia allá, hacia afuera, hacia lo otro. Y por eso es que para bailar el tango se necesitan dos.
Tan encumbrado, sobrevalorado y promovido el número uno.
Tan limitados por la visión del éxito que pensamos en el número uno como un lugar para ganar y en el que, por lo tanto, sólo se puede estar solo. Tanto ámate a ti mismo, tanto tu felicidad no depende de nadie más y tanto discurso individualista que es casi pecado admitir que necesitamos del otro.
Pero es que el número uno sólo puede evolucionar hacia el dos. No sé por qué nos empeñamos en olvidar este hecho sobre el que hemos fundado incluso nuestro entendimiento del mundo, del tiempo y del lenguaje.
Pues yo, a riesgo de ser taxonomizada (vicio incontenible de nuestros tiempos) como perdedora (ofensa mortal en nuestro manual de insultos) lo declaro: quiero ser una número dos.
Mi letra escarlata en la frente será una “L” de Loser. O una “P” de Perdedora (ya pueden hacer escarnio de mi letra P y ponerle todas esas palabrotas que están pensando).
Yo perdedora confieso que soy para el otro, que amo para el otro, que me entrego para el otro y que suplico que haya otro para bailar conmigo esta danza de la muerte.
Quiero ser un dos en el encuentro amoroso.
Quiero ser un dos cuando escribo. Ser un dos para que mis palabras encuentren ojos que las lean y sean.
Quiero ser un dos en la vida para pertenecer a la experiencia, al entorno.
Sí, soy el caballo que necesita del jinete.
Venimos solos y nos iremos solos. Una verdad como una catedral, una certeza indiscutible. Pero justamente por eso: entre una punta y la otra del camino, ¿por qué querríamos estar solos?
Uno es la unidad, el ser. Pero dos es el amor, el otro. La vida fecunda.
La pasión si mira para atrás está muerta. Y si mira sólo sobre sí misma se vuelve estéril.
Si Tiresias (a veces hombre, a veces mujer) o el andrógino de Platón tuvieron un ombligo no sería para auto contemplárselo, prefiero creer en el ombligo como símbolo de la bipartición, como un recordatorio permanente de que el estado completo no puede venir nada más de uno mismo. Qué espanto pensar en el yoísmo como fin último de la existencia.
Y no estoy exaltando a la dependencia, sino a la vida.
Pero el que tenga ojos que lea y el que no sea militante del ámate a ti mismo y la superación personal, que entienda.
Ser dos para amar. Amar para morir, morir para renacer. Renacer otro, uno más completo. Y empezar a partirse de nuevo.
Sí, el mundo fue y será una porquería, como dice el Cambalache de Santos Discépolo. Una porquería muy grande para creer que podemos atravesarla solos, digo yo.
Que nunca nos falte el dos, el tango siempre estará ahí.
@AlmaDeliaMC
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