Alma Delia Murillo
18/05/2013 - 12:00 am
República de Twitter
En México hay alrededor de 40 millones de usuarios de Internet, dicen. Y lo dicen las estadísticas que son la ilusión más socorrida de nuestros tiempos. Y en este mismo México hay 10.7 millones de usuarios de Twitter, dicen. O sea que en un país de 117 millones de habitantes, el 9% de la gente […]
En México hay alrededor de 40 millones de usuarios de Internet, dicen. Y lo dicen las estadísticas que son la ilusión más socorrida de nuestros tiempos.
Y en este mismo México hay 10.7 millones de usuarios de Twitter, dicen.
O sea que en un país de 117 millones de habitantes, el 9% de la gente estamos en esta cosa.
“Los tuiteros”, dicen los medios de comunicación, “los tuiteros” dicen los políticos, “los tuiteros” decimos todos y nos llenamos la boca porque tal parece que ser tuitero es algo así como poseer un título nobiliario que nos convierte en ciudadanos de primera, agentes promotores del cambio y esperanza de un México mejor. Permítanme –una vez más– que me ría: ja ja ja.
Ya sé que Twitter es lo máximo y que sus bondades son infinitas, pero me voy a poner de insoportable porque me parece importante hacer un llamado a la sensatez y la objetividad.
Entre otras cosas, deberíamos estar alertas ante el riesgo de polarización y exclusión que conlleva sobrevalorar esta plataforma digital y concentrar en ella nuestras batallas “colectivas”.
Las causas por las que tan aguerridamente se milita en esta red social duran –las que más– semanas, otras sólo un par de días y, la inmensa mayoría, se extinguen en un par de horas.
Es verdad que la presión mediática sumó para que se tomara la decisión de destituir de su cargo a Humberto Benítez Treviño, ex titular de la Procuraduría Federal del Consumidor, porque su prepotente hija, Andrea Benítez, se convirtió en la #LadyProfeco, uno de los trending topic que más sumó menciones durante los últimos días de abril.
Pero no pequemos de ingenuos, desde luego que el PRI sabe dar tentempiés, aperitivos y migas disfrazados de grandes actos de justicia para salir ganando de todas, todas: porque suma una estrellita a su imagen pública y porque nos entretiene la barriga con botanas mientras cocina sus grandes comilonas y nosotros estamos ocupados celebrando nuestro gran logro.
Por cierto, me consta que muchos de los ofendidos por la actitud prepotente de la hija del caído, son tan clasistas y groseros con el personal de servicio de los restaurantes como el que más: lo mismo maltratan y pendejean al mesero o al encargado del valet parking que a la “muchacha” que trabaja en sus casas pero es que en Twitter todos somos ciudadanos ejemplares. Ojalá que eso que exhibimos en nuestra actividad virtual fuera consistente con la realidad, este sería el país ideal: todos educados e informados, todos léidos y escrebidos y hasta viajados. Todos con poder adquisitivo y sentido del humor, todos guapos, sonrientes y esbeltos. Al menos en las fotos. Ay (inserte un suspiro), la second life es tan tentadora, es que hasta tenemos fans, por cientos o por miles y enamoramientos varios de alcance nacional e internacional.
Ya que arribé al asunto del romance, aprovecho para quejarme del acoso ruin e ignominioso por de-eme (mensaje directo para los que no manejan el argot). Es que de veras, qué falta de buen gusto y de respeto: incluso me han preguntado que cuánto cobro por una sesión de sexo virtual. Así cómo quieren que una sea buena persona. Y toda clase de personajes, no crean, desde los que se ocultan tras la foto de Jim Morrison y se llaman @Rocker789 hasta uno que otro con nombre y apellido medio afamados. No señores, no anden haciendo eso, como dice el cantautor: esas maneras son para los feos de espíritu y algunas cosas más.
Perdón por distraerme, la concentración no es lo mío.
Vuelvo al tema: ocurre que Twitter es el país de la clase media y hay un sesgo brutal en las causas que merecen atención. Para muestra, dos botones comparativos: la tragedia en Boston vs la tragedia en Xalostoc. La de indignados que se manifestaron conmovidos hasta las lágrimas con la primera porque les pudo haber pasado a ellos y que apenas voltearon a mirar el dolor de la segunda.
El caso emblemático de “la ciudadana francesa Florence Cassez” (pronúnciese inclinando el cuerpo en señal de reverencia) que tanto interés despertó comparado con la fugaz atención que provocó el caso de las tres mujeres indígenas que la PGR liberó y que llevaban años injustamente encarceladas en Querétaro: Jacinta Francisco Marcial, Teresa González y Alberta Alcántara. ¿Y ellas no son ciudadanas?, “las ciudadanas indígenas” suena raro, como que no pega, es como querer preparar tacos de salmón. O sea we, yo muy mal con mi falta de refinamiento.
Me sorprende que no cuestionemos a nuestros políticos y funcionarios públicos cuando manifiestan sus condolencias, felicitaciones o comunican algo importante a través de un tuit. No se informa a un país desde el recuadrito de ciento cuarenta caracteres, no mamen. ¿O para quién creen que trabajan?
¿Y los que no tienen Twitter ni saben qué es eso?
¿Y los que no tienen Internet?
¿Y los que no tienen computadora ni smartphone?
¿Y los que no saben leer ni escribir?
Ah, es que esos no son ciudadanos, es más, ni son personas: son jodidos y nunca podrán incidir en el rumbo de México. Ya me puse rabiosa. Ya respiré. Ya me calmé.
Hace poco me dijo un brillante y entrañable periodista que pensaba que nuestra esperanza como país se vislumbraba a golpe de tuit, y, aunque mi postura sea kamikaze porque con ello pierdo mi propia proyección como incipiente columnista en un medio digital, temo que no es así. Y es que Twitter no es la vida, como reza el perfil de mi cuenta tuitera. Uta, qué hueva, ya me estoy citando a mí misma, o sea que es tiempo de concluir mi perorata.
Pues eso, sugiero que tengamos cuidado: no vayamos, como Narciso, a confundirnos ante el espejismo de una masturbación colectiva digital porque es muy probable que nuestras bienintencionadas expectativas en las redes sociales no estén a la altura de los cambios estructurales que este país necesita.
Y no abandonemos las otras trincheras, esas que requieren que uno levante su respetable trasero de la silla y despegue sus hermosos ojitos de la pantalla para enterarse de que los dolores de México son infinitos y que no todos tienen el honor de ser representados en un trending topic.
Ya termino, no quiero seguir amargándoles su felicidad digital porque luego me entra la culpa sin lubricante alguno de por medio y se siente muy feo.
@AlmaDeliaMC
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