Alma Delia Murillo
11/05/2013 - 12:00 am
La mala leche de las santas madrecitas
Vi las mejores mentes de mi generación perderse en el fanatismo del culto ciego a la madre. Destruidas por la locura de la única parafilia socialmente aceptada y promovida: el enamoramiento perpetuo con la mamá. Y me asusté. En serio, estoy consternada. Me bastaron tres minutos de navegar por las redes sociales para entrar en […]
Vi las mejores mentes de mi generación perderse en el fanatismo del culto ciego a la madre. Destruidas por la locura de la única parafilia socialmente aceptada y promovida: el enamoramiento perpetuo con la mamá.
Y me asusté. En serio, estoy consternada. Me bastaron tres minutos de navegar por las redes sociales para entrar en pánico. Las tendencias del 10 de mayo en Twitter eran “Te amo mamá”; “Feliz día de las madres”; “Frases de Mamá”, “Mamás”. Cometí la osadía de asomarme a leer qué tuiteaban al respecto, leí frases como “el primer poema que dije fue mamá” o “el amor verdadero sí existe, es el de una madre”. “Mamá, sé que siempre estarás ahí, mi mayor temor es que algún día me hagas falta”. Fuertes declaraciones. Nada más y nada menos que las preciosas cuentas de un rosario de patologías explícitas.
Me parece que creer y declarar que el único amor verdadero es el de la madre, es casi como asumir que todos los demás serán falsos. Es autocondenarse a cumplir la profecía de no poder vivir una buena relación amorosa de pareja nunca. Es empeñarse en materializar esa maldición escalofriante recitada por tantas madres: “nadie va a quererte como yo” para rematar con el chantaje terrible “si no te portas bien, ya no te voy a querer”. ¡Madres!
Allá va el alma de un niño o niña directo al pánico, atenazada por el miedo a ese destino fatal: que ya no nos quieran. Semejante culerada es inconsciente, lo sé, no es que las madres se propongan ser manipuladoras y chantajistas, simplemente se les chispotea, como dijera aquel glorioso personaje.
Retomando mi paseo por las redes digitales, no hay mucho que decir de Facebook: vomitivo como leche agria. Punto.
Luego encendí la radio y esto fue lo primero que escuché, “ella es mi novia desde que me acuerdo, amor del bueno desde que la vi…” ¿el autor? El mismísimo Ricardo Arjona. Me ahorro las reflexiones.
Tratando de escapar (idiota de mí) me subí al coche, fue la peor decisión. La epidemia estaba por todos lados: espectaculares, tiendas, limpiaparabrisas mutados en vendedores de rosas para la santa madrecita: todos mercadeando amor maternal en distintos formatos, a un solo pago o a meses sin intereses.
Zombies al grito de “Mamá, mamá, mamá”.
Y aquí es donde debería decir que desperté de la pesadilla pero nel, no estaba soñando. Eso ocurre en este país cada diez de mayo, qué digo, ojalá empezara el diez de mayo, la carrera desbocada arranca desde finales de abril. Qué pesadilla.
Claro que celebré cuando llegó el comunicado oficial de la oficina que anunciaba con bombo y platillo que nos darían libre media tarde del viernes para que pudiéramos festejar a nuestras santas, todopoderosas, perfectas, amantísimas y chingonsérrimas madres. Y una que otra chantajista, abofeteadora, pellizcona, cintareadora y cabrona.
Pero fui la única que espetó un “qué hueva me da el día de la madre” y que me oyen los demás y casi me condenan la tortura del potro salvaje. Creo que habrían tolerado mejor si hubiera dicho algo como que me parecen bien las orgías, cualquier perversión sería más fácilmente aceptada que la de renegar del sagrado día de la madre. Y acúsenme con la mamá de Bambi, no me importa.
Ya me callo, ya me pongo seria.
No sé, tal vez todo se explica porque atentar contra la idea de la Madre perfecta atenta contra el refugio que nos resguarda de la adultez. Y nos aterra lo mismo a los cinco que a los sesenta años. A la mejor por eso nos empeñamos tanto en preservarlo.
Como dice mi hermana Paz, a la que ustedes deberían tener como hermana para ser felices pero me tocó a mí: claro que amo a mi madre, vieja chingona, no se vaya a pensar otra cosa, pero no era necesario entregarnos como idiotas a la adoración excesiva y ridícula.
Esperando que no me vayan a condenar a la hoguera a mis florecientes treinta y cinco, afirmo: qué bueno y qué recontrabueno que madre, sólo hay una.
@AlmaDeliaMC
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