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Jorge Javier Romero Vadillo

10/05/2013 - 12:00 am

El PRI, semper fidelis

En las últimas semanas varios gobernadores priistas han sido protagonistas de abiertas violaciones a la recién declarada laicidad constitucional del Estado mexicano. Primero, el Gobernador de Chihuahua se consagró en público al Sagrado Corazón, después fue el Gobernador de Veracruz el que asistió a la ceremonia religiosa oficiada por el jerarca católico de su entidad […]

En las últimas semanas varios gobernadores priistas han sido protagonistas de abiertas violaciones a la recién declarada laicidad constitucional del Estado mexicano. Primero, el Gobernador de Chihuahua se consagró en público al Sagrado Corazón, después fue el Gobernador de Veracruz el que asistió a la ceremonia religiosa oficiada por el jerarca católico de su entidad junto con su gobierno y le dio con ello carácter oficial a un acto que de acuerdo con la legislación debería en todo caso involucrar sólo a la grei católica y no a las autoridades gubernamentales en tanto tales. Enseguida, para no quedarse atrás en sus muestras de piedad, el Gobernador del Estado de México le envió una carta al Papa con disculpas por no poder asistir a al audiencia que tenía programada con él debido al terrible accidente de hace unos días. El tono del sucesor de Peña Nieto no tienen desperdicio: "Dios nos pone pruebas muy difíciles...", "...le ruego humildemente, como gobernante y sobre todo como hombre de fe...".

El catolicismo confeso y público de los gobernantes de extracción priista, con todo lo contradictorio que pueda resultar respecto a la historia de ese partido, no es del todo nuevo. Hace unos años, el entonces Gobernador de Campeche, Jorge Carlos Hurtado, promovió que el nombre de la capital de su estado volviera a ser "San Francisco de Campeche" como en los tiempos coloniales, en un acto de supuesta recuperación histórica que en realidad enmascaraba su propia beatería. Ejemplos sobran de cómo los gobernantes del PRI han abandonado desde hace tiempo la tradicional laicidad de su partido. Los casos más preocupantes, más allá de las ridículas consagraciones recientes, han sido las de los Congresos y gobernadores priistas que han puesto sus particulares convicciones religiosas por delante de los derechos de las mujeres y de la visión laica y científica que debe privar en la legislación democrática, para asentar en las constituciones locales el pretendido derecho a la vida desde la concepción.

¿Qué pasó en el PRI, que de ser el heredero de la tradición laica de los liberales del siglo XIX se ha convertido en el partido preferido por la Iglesia católica, incluso por encima del PAN, de orígenes socialcristianos? A falta de una investigación histórica seria, me atrevo a presentar una conjetura: desde la década de 1960, cuando el PRI ya había perdido el carácter altamnte ideologizado que caracterizó a sus antecesores del PNR de Calles y del PRM de Cárdenas, las organizaciones de base católicas, como el Movimiento Familiar Cristiano, los Caballeros de Colón o la U.F.I.A, se dedicaron a hacer proselitismo entre las capas medias de provicia, sobre todo entre aquellas con aspiraciones políticas; en la medida en la que el PRI se había convertido en el único vehículo para acceder al poder, fue precisamente en los militantes priistas donde los católicos centraron sus labores de reclutamiento. El pragmatismo y las pretenciones de amplitud de la coalición gobernante permitieron que, a contrapelo su raigambre laica e incluso abiertamente anticlerical, el catolicismo militante penetrara al partido y acabara por predominar entre sus cuadros locales en muchos de los estados del país. La estrategia política de la Iglesia católica fue aprovechar el debilitamiento ideológico del PRI y cierta culpa por los excesos del anticlericalismo de los años veinte y treinta del siglo pasado para penetrar las filas del oficialismo; el PAN no parecía tener viabilidad alguna, mientras que el PRI les abría la puerta.

A pesar de todo, en el discurso oficial el laicismo siguió teniendo una presencia importante hasta los tiempos de López Portillo, cuando la política internacional del inefable Papa Wojtyla puso su atención en México. Después de que el gobierno lo recibió con entusiasmo y se abrió a su injerencia, ya no hubo dique oficial a la abierta intervención católica en la política mexicana. La eclosión electoral del PAN a partir de 1983 llevó al PRI a competir cerradamente por los votos en estados de fuerte implantación católica, por lo que comenzó a utilizar cada vez con mayor frecuencia cuñas del mismo palo para tratar de enfrentar la oleada de voto panista. Como lo había hecho antes en Yucatán , cuando en 1969 postuló a Carlos Loret de Mola para enfrentar a Víctor Manuel Correa Rachó, en 1986 postuló en Chihuahua a un abierto católico empresario de derechas –Baeza– para evitar el triunfo del panista Barrio.

Hace muchas décadas que el PRI dejó de ser un partido de principios parprincipio una organización cuyo objetivo es mantener el poder a toda costa. Ese pragmatismo sin contenido permitió que el proselitismo político de la Iglesia católica fuera eficaz en sus filas. Sin embargo, la sociedad mexicana ya es lo suficientemente diversa y plural como para no  caber en un estado confesional. El laicismo no sólo es un principio ideológico; es, sobre todo, un mecanismo de convivencia pacífica de la diversidad nacional. El Estado laico es garantía de inclusión para una sociedad en la que no todos se identifican con corazones sagrados ni vírgenes inmaculadas. Los gobernantes, con independencia de sus creencias individuales, están obligados por la Constitución y las leyes a  garantizar que ningún credo particular se pretenda representante de la nación en su conjunto. Los gobernadores de Chihuahua, Veracruz y México son mucho más acreedores a un juicio político que la Secretaria de Desarrollo Social, pues están violando los derechos fundamentales de los ciudadanos de sus entidades. No se trata sólo de cuestiones simbólicas. Lo que está en juego es la existencia misma de la nación como entidad basada en el derecho y no en pretendidas tradiciones religiosas de suyo excluyentes.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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