Alma Delia Murillo
27/04/2013 - 12:00 am
Para sobrevivir al amor y al insomnio
Son las dos de la mañana, me despierta un violento ruido. Viene del departamento de enfrente, mis vecinos están en una de esas peleas de pareja que desquician la vida. Ella grita, él llora. Y luego al revés. Escucho pasos rápidos, el rechinido de los muebles arrastrados por el piso, palabras horribles, el forcejeo […]
Son las dos de la mañana, me despierta un violento ruido. Viene del departamento de enfrente, mis vecinos están en una de esas peleas de pareja que desquician la vida.
Ella grita, él llora. Y luego al revés.
Escucho pasos rápidos, el rechinido de los muebles arrastrados por el piso, palabras horribles, el forcejeo de los cuerpos contra la pared. Silencio. Y de nuevo todo el ciclo. Es perturbadora la experiencia auditiva de la violencia. Un track que se repite insistentemente. Después de casi tres horas suena un portazo, uno de los dos se ha ido. Al fin.
Tres horas. ¿Cuánta energía se necesita para alimentar un pleito de esa intensidad y que dure tanto tiempo? Y pensar que también a eso le llamamos amor.
Doy por descontado que pueda volver a dormir. En general duermo poco y soy de sueño ligero, así que para mí despertar con esos sobresaltos es garantía de ver el amanecer.
Ya sé que debo meditar, tomar melatonina o al menos un té de pasiflora pero esta vez no hay caso, sé bien cuando la vigilia será más pertinaz que todos los remedios juntos.
Tampoco puedo leer, soy incapaz de concentrarme. De tal manera que, como siempre, me quedan mis devaneos necios y el intento de escribirlos. Una aguda certeza se apodera de mí cuando caigo en cuenta de lo lejos que me siento de los pleitos de pareja: he cruzado una frontera. Y, nunca creí que pasaría, pero masticando esta reconfortante verdad, el episodio agresivo de mis vecinos me ha dejado el alma radiante. Y el rostro ojeroso.
Hace dos años que duermo sola. El que durmió conmigo durante casi una década se fue a buscarse a sí mismo. Un ser humano extraordinario, un gran tipo. Y su perro que también fue mi perro, (el mejor del mundo), se fue con él.
Los pienso ahora que los vecinos me han despertado. Viajo a otros tiempos. El perro y yo pasamos muchas noches de lluvia acompañándonos los respectivos insomnios y desvelos. Las lluvias atronadoras nos mantenían despiertos, a él asustado por el ruido y a mí asustada también pero por un ruido interior implacable y poderoso como los mismos truenos de Zeus. Ese llamado interno que nos dice cuando ha llegado el final de algo.
En aquellas noches el perro venía a buscarme a la cama y con su pata enorme me invitaba a acompañarlo. Yo salía de la recámara, me echaba junto a él en el piso y los dos nos tranquilizábamos, a veces hasta quedarnos dormidos.
Contención mutua por puro instinto. Sin explicaciones de por medio, unidos por ese vínculo extraordinario e incondicional de los animales con algunos humanos. Sí, los perros son fantásticos.
Se fueron la mañana de un sábado, los tres lloramos sin consuelo.
Pero hoy lo escribo y me siento radiante: estoy del otro lado. He puesto mis pies sobre tierras nuevas. El insomnio de esta noche se ha vuelto mi pequeña celebración personal porque puedo recordarlos sin ponerme a llorar. Por fin, por fin, por fin. Me costó, parafraseando al poeta, 730 días y 1,500 noches.
No sé cómo lo logré pero lo logré. Soy una sobreviviente igual que muchos de ustedes, igual que todo aquel que haya pasado por una separación así. Mi corazón ya no es un gorrión que se cayó del nido. Sonrío. Y pienso en las incontables tonterías que se dicen sobre cómo superar una ruptura: que si te recuperas en tres meses o en seis, que si debes escribir una carta y quemarla. Que si debes procurar dormir en los dos lados de la cama, que si se recomienda coger a destajo con quien se ofrezca para tales fines o lo mejor es mantenerse célibe y volverse asexual. Pen-de-ja-das.
Si el amor no viene con instructivos, el desamor menos.
Lo único que sé es que hay que poner la voluntad en atravesar el puente pero no me atrevería a decir a qué ritmo ni cómo. Si están frente a un recorrido de esos: que los dioses los acompañen.
Ahora bien, para sobrevivir al insomnio sí se me ocurren algunas sugerencias. Aquí van a modo de instructivo irresponsable. (No tengo remedio).
– Ante todo: Si no tiene sueño, no intente dormir, es una necedad. ¿Acaso le funciona comer cuando no tiene hambre?»»
– No vea la hora, por ningún motivo, o sentirá pasar los minutos como paciente terminal en la peor de las agonías.
– Beba. Algo con alcohol, desde luego.»
– No espíe a sus vecinos ni indague sobre los sonidos raros. Lo que descubra podría traumarlo o inducirlo al devaneo pueril. Aprenda de mi experiencia.
– Aléjese del refrigerador. A menos que su propósito sea convertirse en un insomne obeso.
– Si usted no puede dormir por mal de amores, no llame al objeto de su amor en la madrugada. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. El insomnio no es pretexto para perder la dignidad.
– Lea poesía en voz alta, grítela, expúlsela desde la entraña. No dormirá pero renovará su alma.
– Mastúrbese bajo su propio riesgo, el efecto de las endorfinas es variable en cada organismo.
– No se mire al espejo durante el desvelo. Cuando vea su cara podría pasar de insomne a suicida.
Se me ocurren más recomendaciones pero son las 6:40 am y los colibríes empiezan a revolotear junto a mi ventana. Tengo que bañarme, sería prudente que lo hiciera porque me espera una reunión importante en la oficina.
Mis ojeras son infinitas pero mi certeza recién estrenada, el buen humor y un café con doble carga compensarán mi apariencia lamentable.
Ah, se me olvidaba: tengan buen café en las arcas de su reino, siempre. Porque el café lo cura todo. O casi.
@AlmaDeliaMC
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