En análisis político es fundamental la elección del modelo comparativo que se va a utilizar para buscar los patrones de conducta de los gobernantes y gobernados, que nos faciliten comprender lo que sucede y reflexionar sobre el eventual futuro léase literalmente, eventual lleno de eventualidades.
Uno de los modelos más conocidos es el que propone Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe, mismo que en sus detalles estructurales ha pasado de moda, ya que fue escrito para una realidad social totalmente diferente al México del siglo XXI. Sin embargo, como algunos que pensamos sobre el México actual hemos establecido la teoría de que México se feudalizó durante los gobiernos del PAN, debemos analizar los estados como pequeños principados con una especie de gran protectorado y catalizador general que es el gobierno federal, algo así como el papel del papado en los años de César Borgia.
Así las cosas, el principio general del modelo maquiavélico señala que el estimulo de los políticos consiste primero en tomar el poder y segundo, mantenerse en él, y a contrario sensu, diríamos que el papel de la oposición reside en oponerse a la toma del poder del nuevo príncipe y dificultarle su permanencia en el poder hasta lograr su derrocamiento, que en México la oportunidad se da periódicamente.
Ya entrando en materia nos encontramos con acciones de gobierno y de oposición que romperían con esta lógica del modelo maquiavélico de análisis. En el fragor de la batalla de la sucesión presidencial dos hechos fueron sorprendentes: el primero fue la todavía inexplicable decisión de AMLO de no aprovechar la unidad que se había tejido en torno a él, la indecisión de pasar a la insurgencia o de construir un frente popular a la manera de la unidad popular de Allende para mantenerse como una alternativa viable electoralmente con tendencia a consolidarse, como una corriente de la izquierda amplia en la real política. Pero contra toda lógica historia, AMLO decidió quebrar la unidad o aparente unidad de la izquierda y empezar a construir su propia organización política de izquierda.
Esa decisión en el corto plazo benefició directamente a Peña Nieto, y al parecer todavía ni él mismo se la creé. Fue un regalo tal vez tan importante como su nominación a candidato a Presidente de la República por parte del PRI, porque ahora le regalaban y gratis (por que en política los regalos no suelen ser gratis), la permanencia en el poder. Aquella ruptura de la izquierda permitió a los sectores mas moderados y dialogantes de esta, celebrar con el nuevo gobierno y con el Partido Acción Nacional un pacto muy ambicioso lleno de buenas intenciones: El Pacto por México.
Sin embargo, este pacto que también consolida a EPN en un plazo mayor, también escapa a la lógica del modelo maquiavélico pues para el florentino, el poder no estaba en el Papa sino en los príncipes, y para nosotros, los que compartimos la teoría de la feudalizacion de México, el poder no estaba en el Presidente, ni en los partidos sino en los gobernadores, y Maquiavelo recomienda durante toda su obra que los pactos y acuerdos se celebren entre príncipes con poderes similares, pero el requisito es poderes reales. Por lo tanto, al no haberse sometido dicho pacto al acuerdo de los poderes facticos reales, no es un pacto de poderes sino un pacto de buenas intenciones, no es un acuerdo de cómo se va gobernar México sino un acuerdo de cómo debiera gobernarse México que es diferente. Por eso, al someter el Pacto por México a la prueba del ácido está sufriendo un considerable deterioro y rápida consumación.
La Cruzada contra el Hambre es intachable en su propósito y objetivo, por lo menos debemos sacar de la miseria alimentaría a unos 10 millones de mexicanos proponiéndose sacar a siete y medio para quedar finalmente en cinco. Es una gran idea y desde mi punto de vista la elección de Rosario Robles para esa tarea es adecuada, ya que el Papa –léase el Presidente–, necesita cardenales con experiencias diferentes a las suyas, con alto nivel de lealtad a su causa, y con sensibilidad para la tarea a encomendar. Pero en la lógica de los poderes reales, los gobernadores no están pensando en terminar con el hambre en sus estados, al revés, a ellos les conviene que haya un buen número de hambrientos porque suelen ser su clientela política favorita. Un país que basa su conquista al electorado en tarjetas de Monex y de Soriana, en despensas y 300 pesos por el voto necesita una gran cantidad de ciudadanos que estén en situación económica tal que puedan entregar su voto a cambio de esos satisfactores. No hay peor pesadilla para los gobernadores y presidentes municipales que la desaparición del ejército de hambrientos que rodean sus ciudades, porque si estos desaparecen se acaba su electorado y sus principales aliados, porque los gobernantes mexicanos no suelen vender realidades, sólo venden esperanzas y regalan miserias.
Así que de esta suerte para el gobierno central puede ser una prioridad terminar con el hambre en el país, pero para los príncipes regionales la única prioridad es ganar las elecciones locales y la única manera como lo pueden hacer es utilizando electoralmente los recursos de la Cruzada contra el Hambre para convertirlos en la cruzada por los votos de los hambrientos, esa es la realidad y esa es la vida en nuestro país.
Por otro lado, un pacto firmado entre tres partidos y el Presidente es un pacto muy poco representativo de la sociedad mexicana. Fue útil en su momento en el mes de diciembre para legitimar a EPN, pero no es útil para cambiar la realidad mexicana no es suficientemente amplio y hay más ausencias que presencias, de tal suerte que el sueño de cambiar al país mediante ese pacto sigue siendo un sueño realizable, pero requiere cambios importantes en su composición.
Primero requiere una presencia robusta de la sociedad real, es decir, la sociedad critica que piensa por cuenta propia, que se puede encontrar en las academias en los investigadores independientes, en profesionistas independientes, en lideres de opinión , en periodistas, en algunos religiosos y en mujeres, muchas mujeres y una buena dosis de homosexuales. Segundo: lo mejor del empresariado que aunque no se crea hay algunos que valen la pena y sobretodo como son los dueños del patrimonio del país, a veces prefieren el bolsillo a la corona. Tercero: el pacto por México debe tener fortaleza de ley, para poder aplicarse aun en contra de la voluntad de los inconformes.
Mientras el pacto sea sostenido por la voluntad de los dirigentes de los partidos está prendido con alfileres, porque no hay voluntades más veleidosas, oportunistas, y cínicas que las de los dirigentes partidarios, tal vez sería más solido un pacto en la comunidad esquizofrenia de un hospital psiquiátrico que un pacto entre políticos partidarios.
Exactamente el mismo destino, problemas y conflictos que actualmente enfrenta la Cruzada contra el Hambre son los problemas que enfrenta el gran proyecto estratégico de diseñar una gran política de prevención social del delito.
Es muy fácil comprender que en México debemos prevenir la reproducción de delincuentes cambiando estímulos sociales, abriendo oportunidades, modificando esquemas educativos, inyectando valores en la comunidad, etcétera. ¿Quién dudaría que es necesario que en México haya cada ves menos delincuentes y cada vez menos posibilidades de reproducir delincuentes? Esa es la lógica del Estado, es la lógica de la nación.
Pero la lógica de los príncipes en los estados y en los municipios no necesariamente coincide con la desaparición de los delincuentes sino parece ser que el interés de estos últimos es el combate a los delincuentes desleales a ellos y el fortalecimiento de sus propios delincuentes. El príncipe es muy claro cuando señala que César Borgia era una de los modelos a seguir para entender lo que es un buen gobernante, y algo característico en César Borgia era el grupo de asesinos que lo acompañaba y el manejo de la plebe de los bajos niveles sociales de Roma.
En conclusión, México necesita menos pobres y menos delincuentes pero los príncipes –leáse gobernadores y presidentes municipales– tal vez necesitan su dotación actual de pobres y mejores y más eficaces delincuentes, pero además lo que necesitan es ganar las elecciones y ganarlas a como de lugar, por eso decimos, que bien pudiera ser que el camino al infierno de México esta empedrado por las buenas intenciones del pacto por México.