Alma Delia Murillo
13/04/2013 - 12:00 am
Las Buscantes
O de porqué insisto en que las mujeres no somos los nuevos hombres Empezaré diciendo que soy una desvergonzada. Es un hecho que todos conocemos pero me veo en la necesidad de reafirmarlo a modo de preludio. Y en tanto que desvergonzada, quiero contarles que estuve tres meses sin ovular. Mi ginecólogo me pidió una […]
O de porqué insisto en que las mujeres no somos los nuevos hombres
Empezaré diciendo que soy una desvergonzada. Es un hecho que todos conocemos pero me veo en la necesidad de reafirmarlo a modo de preludio.
Y en tanto que desvergonzada, quiero contarles que estuve tres meses sin ovular. Mi ginecólogo me pidió una serie de análisis de laboratorio y al final esto fue lo que concluyó: tus ovarios están estresados. Cuando te relajes, volverás a ovular.
Así nomás de huevos (nunca mejor dicho) o de huevecillos, el cuerpo toma sus propias decisiones. El sabio, bendito, resistente e inteligentísimo cuerpo. Pendeja yo que no pude ver lo que para mis gónadas resultó tan obvio: trabajas demasiado, te autoexiges demasiado, asumes demasiados compromisos, quieres controlar demasiado el entorno, haces de todo una fábrica de responsabilidades y angustias.
Mi insignificante caso –pero no por ello menos doloroso, se sienten de la chingada las descompensaciones hormonales- es una minúscula gotita de ese inmenso mar en el que millones de mujeres van dejando su ser hecho jirones con tal de cumplir el más absurdo e inalcanzable de los estándares: hacer lo mismo que hacen los hombres como si fuéramos hombres pero siendo mujeres. Ya pueden escupirme, increparme, desollarme y echar mi cuerpo a los perros; feministas a ultranza.
Con lo que queda de mí, sigo: es que no se puede ser Barbie, la mamá de Bambi y Rambo al mismo tiempo. Simplemente no se puede. Es una ambición esquizofrénica. Y en el intento de lograrlo las facturas a pagar son altísimas, despiadadamente caras.
Más allá de las simpatías o antipatías que estas dos mujeres pudieran despertar en ustedes, quiero referirme a un par de casos cuyo paralelismo no he podido sacar de mi cabeza: Soraya Jiménez y Margaret Thatcher. La campeona de oro y la dama de hierro.
Soraya Jiménez pasó por catorce operaciones en la pierna izquierda, un pulmón extirpado, cinco paros cardiorrespiratorios, la influenza la sacudió dos o tres veces y aun así seguía corriendo y nadando diario; pensando en entrenarse para otra competencia. Desbaratando su cuerpo a destajo. Lo digo sin juzgarla, con un profundo respeto, tratando de imaginar qué motor la empujaba a no detenerse, qué necesidades y dolores se acumulaban en su alma, cuántas noches de ansiedad e insomnio debió vivir en ese trance.
Soraya murió hace un par de semanas, a los 35 años. Le falló el corazón.
A la medallista de oro de Sidney 2000 sólo quedan homenajes y una compasión fría e incómoda por las dudas que despertó el supuesto dopaje del que fue acusada. A la campeona de oro de la que muchos se burlaron haciendo chistes soeces sobre su apariencia y su género cuestionando si era hombre o mujer, dejó de latirle el corazón. ¿Qué quiere decir un corazón que se detiene?
Margaret Thatcher murió hace apenas unos días y murió sin saber que ella era la dama de hierro, sin recordar su emblemático paso por la política. A ella también le quedan homenajes y una historia rabiosa –motivos hay- que la juzga sin compasión.
“El mejor hombre de Europa” dijo Ronald Reagan para referirse a ella. Y eso, debemos suponer, era un halago. ¿Por qué ser como hombre es un halago y un objetivo?, ¿por qué resulta tan difícil recuperar la identidad femenina para ser y hacer como mujeres lo que sea que hagamos?
Ya sabíamos de la demencia senil de Margaret provocada por distintos episodios de accidentes cerebrovasculares. Hasta que el mandamás del cuerpo le falló por completo. ¿Qué quiere decir un cerebro que se derrama, una lucidez que abandona?
No cabe duda que la muerte es nuestra última manifestación de carácter. Ojalá, por fin, que las dos descansen en paz. Lo deseo desde un lugar llanamente humano, sin postura política de por medio. No me puedo imaginar el infinito agotamiento, el desgarrador y patológico cansancio de estas mujeres.
Y no me malentiendan que no estoy sugiriendo que seamos mediocres, no estoy haciendo una apología de los roles tradicionales ni de la vida bucólica o del icono mamá gallina. Me detengo a hacer una observación y un cuestionamiento pertinentes, me parece. ¿A dónde vamos, mujeres?, ¿el poder por el poder es nuestra nueva pulsión vital?, ¿por qué huimos de la fragilidad como si fuera un cáncer?
La vida no está hecha de mujeres de oro ni de hierro. Ni de hombres metálicos tampoco.
Seguimos siendo un complejo entramado de carne y hueso que se llama cuerpo. Y de hormonas. Y de sueños, ideas, miedos, amores y dolores. Y en eso sí somos iguales los géneros. En la honesta asunción de una enmarañada e inabarcable condición humana es donde mujeres y hombres podemos pararnos en el mismo plano de la existencia. Me parece, de nuevo, porque desde luego puedo estar terriblemente equivocada. Y si es así me gusta mi equivocación, lo digo con toda la desvergüenza que me caracteriza.
Y con esa misma falta de pudor les comparto una suerte de poema (si puede aspirar a tal) que escribí hace un par de años pero cuyas preguntas resuenan en mi alma más vigentes que nunca.
Las Buscantes
Creemos. Creamos.
No creemos en nada. Creamos el todo.
Todas las posibilidades de nosotras. Nuestras posibilidades.
Estamos.
Estamos enfermas de amor y de nada. Aún.
Estamos locas de soledad y de libertad.
Reposamos nuestras melenas en infinitas almohadas.
Descubrimos quiénes somos.
Somos demasiado. Estrenamos individualidad. Estrenamos colectividad.
¿Quiénes somos sin el otro?
Aún somos para el otro.
Aún somos Barbie, Rambo, la mamá de Bambie.
Estoy queriendo. Estamos queriendo. Queriendo querer.
Queremos. Somos.
¿Somos el mar o somos la mar?
¿Nosotros somos o nosotras somos?
El amor no somos. No lo entendemos. No nos entiende.
Se nos ha partido en miles el vientre.
Somos ahora. Mujer. Mujeres.
¿Somos ahora la mujer-hombre que viene?
No queremos ser el poderoso tótem.
¿Ya tenemos el poder?
¿Aún tenemos la dulzura?
No somos el hombre.
¿Quiénes somos ahora?
Mujer.
Mujeres.
@AlmaDeliaMC
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