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Alma Delia Murillo

02/02/2013 - 12:03 am

De música para trapear o la balada infrahumana

Todos sabemos que el romanticismo colectivo de los mexicanos se ha forjado con las poéticas frases de las canciones a las que voy a referirme. Yo, que me dedico a pensar pendejadas, no dejo de preguntarme qué quisieron decir algunos de los compositores que han grabado a fuego sus letras en mi memoria. Entiendo que […]

Fotografía tomada de la red.

Todos sabemos que el romanticismo colectivo de los mexicanos se ha forjado con las poéticas frases de las canciones a las que voy a referirme. Yo, que me dedico a pensar pendejadas, no dejo de preguntarme qué quisieron decir algunos de los compositores que han grabado a fuego sus letras en mi memoria.

Entiendo que para muchos de ustedes podrá resultar ofensivo, banal, de pésimo gusto y (qué horror) hasta naco mi análisis. Así que no me lo tomaré a pecho si los de mente refinada y sensible abandonan la lectura de este texto. Qué le vamos a hacer si unos nacimos plebeyos y otros no –pero nuestra sangre, aunque naca, también tiñe de rojo–.

Aclaro que los conceptos que voy a citar no son creación mía. Son resultado del retorcido razonamiento de los compositores, compositoras, compositures, compositeres y los que me falten en las políticamente correctas derivaciones que dan cuenta de mi postura social incluyente.

Desde ya asumo mi derrota ante el reto titánico de tratar de abarcar toda la imaginería literaria y amorosa contenida en tan distinguidas canciones, así que pasaré, a vuelo de bruja, por algunas categorías que considero imprescindibles.

Empezaré con el apartado Poetas de la Lógica, el cuasi silogismo y la contradicción.

Aquí podemos encontrar una suerte de proposiciones que un poco más trabajadas habrían llegado a convertirse en máximas de esta ciencia pero se quedaron en el intento.

Por ejemplo: “Eres tú como el agua de mi fuente, eres tú como el fuego de mi hoguera…”, si el autor hubiera agregado eres como el aire de mi tanque de oxígeno y como la tierra de mi parcela, luego habríamos podido concluir que el sujeto o la sujeta en cuestión es los cuatro elementos del declarante pero puras habas, se quedó incompleto el ejercicio.

Para ilustrar la contradicción revisaremos esta joya: “Por las noches cuando duermo, si de insomnio yo me enfermo”. ¿Duerme o tiene insomnio? La Lógica y la Metafísica reconocen la imposibilidad de que una cosa sea y no sea al mismo tiempo. Pero tal vez el compositor encontró una especie de artilugio que no sé tú pero yo no dejo de pensar y de todas maneras no entiendo ni madres.

Lo único que sí está claro es que lo que un día fue, no será. Aunque tampoco nos impresionamos pues ya Heráclito lo había dicho mejor con la afirmación de que nadie se baña dos veces en el mismo río.

Vamos ahora al capítulo Poetas del gerundio.

Tengo que comenzar con una fantástica muestra del maestro de maestros al que venero y respeto, ¡Salve Juan Gabriel!: “Si estás pensando que sufriendo estoy, te has engañado, rimando en gerundio estoy”. Te descubrimos, Juanga, explotando el recurso del gerundio todos (o casi todos porque Arjona jamás) podemos ser unos ases de la rima.

O qué tal este: “Déjenme si estoy llorando, es que a solas voy pensando que la canción estoy cuadrando…”. Rimando, que es gerundio. Y cambiando de tema.

La categoría Celópatas es infinita y aterradora.

Lo de tener celos de tu boca cuando besas a otra chica hace sentido, pero confesar que cuando te siento feliz yo tengo celos, tengo celos, es inaudito. Que no chingue, ni Medea con Jasón se mostró tan posesiva.

Piensen en todas estas sentencias: “Cuando vayas conmigo no mires a nadie”. “Tengo celos de la mano que saludas, de la gente que murmura, de la calle y de tus sueños”. “Yo tengo celos del viento porque acaricia tu piel, de la luna a la que miras, del sol porque te calienta, yo tengo celos del agua y del peinecito que a ti te peina”. Ni el mismísimo Otelo con el pañuelo de Desdémona. Es que tener celos de un peinecito sí está muy pero muy cabrón. Partida de enfermos, estoy segura de que jamás pisaron el consultorio de un terapeuta.

Otros que están de psiquiatra son los de la categoría Los Arrastrados.

¿Qué clase de autovejación es esta?: “Si me dejas ahora, no seré capaz de sobrevivir. Me alejaste de todo y ahora dejas que me hunda en el  lodo”, pero cuando desciende a nivel de peldaño de escalera que se puede pisar para hacerle daño ya es hilarante. Al menos a la muñeca fea la querían la escoba y el recogedor y nadie la pisaba.

Aquí otra variante del arrastre total: “Tal vez yo deba respetarme y no rogarte más, tal vez deba dejar, con toda dignidad, que vivan su romance en paz”. Bueno, seamos indulgentes, ya está considerando incorporar un poco de dignidad a su comportamiento. Por algo se empieza.

Esta no tiene desperdicio: “El día que de mí te enamores yo voy a ser feliz y con puro amor te protegeré y será un honor dedicarme a ti, eso quiera Dios”

-¿Cómo te llamas? – Alma.

-¿Y a qué te dedicas? – A mi marido.

Hasta escalofríos me dieron.

Y luego porqué seguimos batallando con aquello del empoderamiento femenino.

Para contrastar tenemos la corriente filosófica Bonitas pero cabronas.

Ni Eva pecadora, ni Mesalina, ni Lilith la diablesa habrían ostentado con tal cinismo su belleza corrupta y su libido voraz de femme fatale.

Me refiero a la que en su noche de copas, su noche loca, argumenta: “No te pido perdón, pues tuve motivos, tú estabas tan lejos y  yo tan mal” por eso dice mi compadre que no hay que dejar sola a la comadre pues reducida a una pulsión sexual animal y víctima de sus impulsos, buscará al macho disponible para coger causando dolor y miserias. Pobrecita de la comadre, me cae.

Agrego esta maravilla que no requiere de análisis: “Fue por locura, fue pura insolación, una aventura, deseo sin amor, un accidente, una cita en un hotel. Fue puro sexo, dile Luna, que lo quiero sólo a él”.

Casi para terminar llego a mi parte favorita: el capítulo de monstruos mitológicos.

Y aquí vamos desde el monstruo de piedra con corazón de piedra que pagaba por el amor con piedras y que podría haber corrido la misma suerte que la gran Esfinge de Tebas si hubiéramos tenido un Edipo a la mano, hasta el sirenito con cara de angelito y cola de pescado que se habría rendido ante la cítara de Orfeo pero ¡ay de nosotros que no tenemos héroes que nos rescaten de tantísima chingadera!

No imaginan la desilusión desgarradora que sentí cuando escuché “yo te amo con la fuerza de los mares, yo te amo con el ímpetu del viento, yo te amo de una forma sobrehumana” y pensé que se trataba de Poseidón pero no, era solo un mortal común y corriente haciendo aspavientos. Qué tristeza.

Así que con el corazón roto y en vista de que esto no terminará nunca, doy por concluido el recuento, no sin antes referirme a los profetas del vaticinio culero como: “Pero recuerda, nadie es perfecto y tú lo verás” o “Que sufras más de lo que yo sufrí; que amor, calor mendigues por ahí”. Y hago mención honorífica a las canciones que deberían ser declaradas vergüenza de la humanidad como la del garrote, el mariachi loco, la del moño colorado o la mesa que más aplauda: a cuál más ignominiosa de las cuatro.

Hay tantas que no alcanzaría una vida entera para repasarlas pero si quieren aportar, bienvenidas las sugerencias, hagan gala de su cultura popular y rematemos con un colofón colectivo de esto.

Por lo pronto me voy a conseguir un pez para que moje su nariz en mi pecera. Se ha de sentir muy bonito. Yo creo.

@AlmitaDelia

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