No importa si es Peña Nieto como estelar de la telenovela nacional de la política y la mercadotecnia del amor que todo lo puede; Greg, el cantante cristiano que puso de rodillas a Cancún, o la millonaria diputada del PRD, Purificación Carpinteyro, bautizada en las redes sociales como #PurisHilton, o Manuel Velasco, el gobernador de Chiapas cuya agenda para posar en revistas del corazón apenas le ha dado tiempo de asistir unas horas al despacho para gobernar uno de los estados más complejos y pobres del país. Allí están, retozando en el festín estólido de la fama inmerecida del poder sin contenido, de la obsesión por la apariencia y la belleza exterior. Esta generación de narcisos que nos rodean están cambiando el discurso del poder adquirido a través del esfuerzo.
El video público en que la polémica Carpinteyro muestra un día en su vida estelar, es producto del fotógrafo Santos Jorge Lázerri y lo rescató el periodista Beto Tavira. En él, descubrimos su añoranza por vivir su reality del poder. Basta verlo para entenderla:
El perfeccionismo basado en valores y principios, que antes era considerado una parte rescatable de la neurosis, incitaba a muchas personas a hacer las cosas bien y como resultado adquirían más notoriedad y poder en la medida del éxito real y concreto. Ahora se ha transformado en una especie de patología del poder. No solamente son víctimas de esa patología cada vez más personas que incursionan en la política, también fluye entre personas que buscan con fascinación la fama sin méritos, esa que se adquiere a través de cualquier estrategia, por bobalicona y vacua que parezca, que permita adquirir notoriedad instantánea a la persona que añora ser vista y reconocida.
No es cosa menor que el Presidente sea incapaz de articular argumentos complejos, sólidos, fuera del guión trazado por inteligencias rentadas; olvidémonos de pedirle en un momento de crisis extrema que pueda tomar decisiones verdaderamente informadas y asumir sus consecuencias. Y sí, hay hombres y mujeres en la política que pueden hacerlo, sin embargo no es el caso del líder de este sexenio. Tampoco podemos subestimar la gravedad de tener a Chiapas en manos de un joven obsesionado con lo superfluo; un perfecto narciso experto para el discurso en que todas las personas tienen cabida y todos los problemas solución (aunque sea sólo en su imaginación). Ese chico temeroso de la crítica, dirá cualquier cosa con tal de evitar que algo empañe su sueño dorado.
Porque detrás de este tipo de personajes ególatras lo que hay no es un sueño colectivo, ni la añoranza de ser partícipes de la transformación social: se concentran en el personaje que se inventaron y se convierten en esclavos de ese protagonista petulante. Y carecería de importancia si estos personajes fuesen cantantes, actores o actrices (hasta cierto punto lo son), el problema es que en su reality se están cargando la cosa pública.
Afortunadamente la sociedad se da cuenta. Desafortunadamente, por el momento tenemos pocas herramientas para evitar que estos personajes tengan en sus manos una buena parte del destino de los asuntos públicos.
Y sí, yo también, como muchas personas, estoy harta de las noticias que dan cuenta del actuar de estos personajes en estos montajes al estilo telenovelesco, pero también creo que es importante detenernos a mirarles en silencio, para comprender quiénes son y cómo articulan sus tretas, porque entenderles nos permitirá reflexionar sobre cómo se ejerce el poder y cuál es la tendencia social para elegirles. También nos permitirá movilizarnos estratégicamente cuando haga falta llamarles a rendir cuentas, aunque resulte difícil, aunque parezca tedioso, porque la rebelión es la única herramienta contra la estupidización de la política.
Urge entender y escudriñar a esta especie responsable de potenciar la hipertrofia del Estado. Su fantasía es la fama y su fama les da un poder que puede eventualmente fortalecer un modelo social de líder delirante. Un tipo de líder validado por muchos medios, que manda un mensaje central a la sociedad joven que heredará el país: la sustancia y los valores carecen de importancia. Lo que necesito es que me miren a costa de lo que sea.
Creo que mirarles es parte de la tarea para decirles que hay otra forma de ser persona y otra también de hacer política. ¿No crees?
@Lydiacachosi