Todavía con los labios adoloridos de comerse uno al otro, los amantes habían visto crecer lentamente en sus labios las palabras que encendieron de nuevo y condimentaron su deseo. Sobre un lecho acojinado habían pronunciaron sus nombres y los nombres apasionados que se ponían mientras hacían el amor. Sobre la mesa les habían brotado las palabras aceite y azafrán. Luego se habían vuelto parte de una geometría amorosa que les otorgó la palabra azulejo. Fue entonces cuando se entregaron con fascinación a la novena palabra cargada de poderes deseantes, la palabra Mogador.
Por Alberto Ruy-Sánchez