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Alma Delia Murillo

17/11/2012 - 12:03 am

Violentos y banales pero felices

Una civilización violenta y banal, genera fuentes de diversión violentas y banales. Así de sencillo y de espeluznante. Somos lo que hacemos. Dime qué programas de televisión tienen el rating más alto y te diré qué pueblo eres. Somos el pueblo que ha encumbrado el contenido idiota y brutal en el entretenimiento. Y no somos […]

Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)

Una civilización violenta y banal, genera fuentes de diversión violentas y banales. Así de sencillo y de espeluznante. Somos lo que hacemos.

Dime qué programas de televisión tienen el rating más alto y te diré qué pueblo eres.

Somos el pueblo que ha encumbrado el contenido idiota y brutal en el entretenimiento. Y no somos el único, los vecinos gringos han sido en gran medida nuestros maestros en ello.

Recientemente tuve una infección en las vías respiratorias aderezada con fiebres intermitentes que me mandó a la cama algunos días. Tenía por lo menos año y medio de no prender la televisión en horarios matutinos y confirmé, con profunda tristeza, que vivimos en un culto permanente a la violencia y a la estupidez. Y también que somos extraordinarios ejecutantes de la doble moral.

Comencé a recorrer los canales y aquello se volvió un verdadero laberinto, una puerta tras otra me llevaba a un juego de espejos: series, películas, caricaturas, reality shows y melodramas sanguinarios.

En programación nacional el menú ofrece telenovelas de narco o películas de narco. Y en los otros canales la oferta es una misma historia repetida por décadas: héroes que protegen Nueva York de seres malvados que quieren acabar con el mundo, claro que al final el poderoso imperio nos salvará de todas las cosas terribles aunque para salvarnos tenga que dejar una masacre humeante en el camino.

Y perdón si sueno demasiado conservadora pero de pronto caí en cuenta: ¿no es perturbador sentarnos a ver cómo mueren cientos de personas, hay tiroteos, explosiones, miembros cercenados, ciudades devastadas, masacres y violaciones mientras comemos palomitas?

¿Acaso por eso las muertes incesantes en México ya no nos sacuden ni nos conmueven?, ¿quién alimenta a quién?, ¿la realidad a la ficción o al revés?

Lo brutalidad que disfrutamos en nuestros tiempos de esparcimiento no me parece tan diferente del memorable circo romano. No hemos avanzado demasiado.

Y todo lo demás son programas absolutamente insustanciales. Premiamos, favorecemos, promovemos y aplaudimos la estupidez. Si alguien hace algo idiota, lo graba, sube a YouTube y de inmediato se vuelve viral. El video más visto siempre será el más pendejo o el más violento.

Yo me pregunto: ¿y la evolución del espíritu?, ¿llegaremos algún día a afinar nuestra alma o estamos a punto del cisma que nos obligará a hacerlo?, ¿será por eso que fantaseamos tanto con el fin del mundo? (y no hablo de mi amante epistolar).

La doble moral enquistada en nuestra sociedad es una intrincada perversión por donde se mire. Vuelvo al tema: se condena oficialmente a los grupos musicales que componen narcocorridos pero Televisa (aquí si hablo de la gran ramera), produce rentables apologías al narco. ¿Qué pues?, ¿tienen el valor o les vale?, ¿cuándo tendrá límites su voracidad y su miseria? Ya sé, nunca. Pero soy necia y me gustan las preguntas retóricas.

Nosotros mismos, en nuestro honorable carácter de consumidores somos hipócritas: por un lado condenamos la agresión, la repudiamos, hacemos campañas, marchas, y hasta trending topics antiviolencia y por otro la festejamos, compramos, difundimos y hasta nos la comemos.

¿Asumimos una postura o no?

Todos los días convivimos con asesinatos, pero si no podemos ser consecuentes con una visión crítica y dejar de normalizarlos, estamos perdidos. No, la violencia no es normal, es un síntoma que quiere decirnos algo.

Tiroteos en los cines, bullying escolar, gente armada en el Metro, niños y adolescentes incapaces de mostrarse respetuosos con el entorno. Como muestra un botón: corro regularmente en los Viveros de Coyoacán desde hace años. No hay día que no vea a un niño siendo agresivo con las ardillas. Y me refiero a tratar golpearlas con una rama, tirarles piedras, pisarlas, escupirles, gritarles. Siempre unos diez o quince pasos atrás están los padres, ajenos por completo al espectáculo de dulzura de sus críos. Pobre de mí si me atrevo a decirle algo a uno de esos niños porque entonces el padre o la madre brincan y me golpean o, por lo menos, lo intentan. No exagero, me ha pasado. No sé para qué vivimos en sociedad si los adultos no podemos interactuar con los niños y orientarlos, me cae. ¿Así cómo esperamos fomentar relaciones amables?

¿Sueno exagerada? Sí. ¿Estamos tan mal como los gringos? No. Pero nada más observemos el brevísimo tiempo que nos llevó alcanzarlos y rebasarlos en el serio problema de obesidad mórbida. Todo tiene un principio, un origen. Siempre se puede tomar una decisión y detenerse a mirar antes de seguir corriendo desbocadamente en la misma dirección, no sea que estemos labrando nuestra tierra para cosechar dolores.

Pregonamos estar en el tope de nuestra superioridad porque como una manifestación elevadísima de inteligencia, podemos  descargar lo que se nos antoje con un simple clic. Yo ya no sé si eso nos está volviendo tontos o simplemente vino a evidenciar una enorme fractura: la evolución de nuestro espíritu no está a la altura de nuestros desarrollos tecnológicos. Y eso será nuestra perdición.

La dinastía Hollywood cree que rematando sus películas con una moraleja final de veinte segundos para justificar la muerte de los malos, ya promueve un mensaje positivo: que no mamen. Por favor, no dejemos que nos ocurra lo mismo, no sigamos -también en esto- como hermanitos atolondrados al pendejazo y ojete hermano adolescente que nomás está chingando.

No quiero ser esquizoide ni pretendo aislar a nadie –mucho menos a los niños y adolescentes que se las saben todas– de la oferta de entretenimiento que existe, sólo digo: ¿podemos ser un poco más críticos y congruentes?

Y otra cosa: ¿estará muy mal o será muy mediocre si en lugar de seguir machacando con aquello de la excelencia y la competitividad, empezamos a machacar con la amabilidad y la sensibilidad? Ya pueden acusarme de anacrónica, de hippie comeflores o de lo que quieran, cualquier cosa antes que festejar la agresión y la idiotez sólo porque eso es lo que hay.

Me despido recordándoles que siempre tienen la opción de ignorarme, tal vez toda esta perorata  fue resultado de mis alucinaciones por la fiebre. Y tápensen, mijos, no sea que se vayan a enfermar y que les dé por decir necedades como a mí.

@AlmitaDelia

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