Este es un ejercicio de interpretación académica, siguiendo el modelo de Maquiavelo. No tiene nada que ver con personas ni con situaciones reales, todo es cuestión de percepción. Desde la caída de Roma, se ha presentado un fenómeno recurrente en la historia de la sociedad: después del colapso del imperio sucede la conformación de poderes regionales muy fuertes bis a bis el poder central.
Maquiavelo escribió en El Príncipe una especie de profecía para un país americano surrelista-postmoderno del siglo XXI. Cito: «Los hombres, aficionados a mudar de señor, con la loca y errada esperanza de mejorar su suerte, se arman contra el que les gobernaba y ponen en su puesto a otro, no tardando en convencerse, por la experiencia, que su condición ha empeorado. Ello proviene de la necesidad natural que tiene el nuevo príncipe de someter a sus nuevos súbditos, ya con tropas, ya con una infinidad de otros procedimientos molestos, que el acto de su nueva adquisición lleva consigo. De aquí que el nuevo príncipe tenga por enemigos a cuantos ha ofendido al ocupar el principado, y que no pueda conservar por amigos a los que le colocaron en él, a causa de serle imposible satisfacer su ambición en la medida en que ellos lo esperaban, tampoco puede emplear medios rigurosos para reprimirlos, en atención a las obligaciones que le hicieron contraer (para la toma del poder)».
Parece que así le sucedió al Presidente de este país y sus enemigos se multiplicaron, los externos y los internos, su antecesor incluido. Lo que generó un gran vació de poder, y ante él se consolidaron en sus territorios los gobernadores que actuaron como señores grandes duques que agrupan varios condados-feudos. Estos nuevos Ducados tuvieron 12 años para afianzarse y lo hicieron, lo cual no logró el gobierno central, así los duques se hicieron cargo de el real gobierno.
Y el que gobierna, gobierna para lo bueno y para lo malo. En consecuencia, los gobernantes provinciales no pueden cerrar los ojos y declarar inexistente de oficio el narcotráfico, porque es una de las actividades más productivas para su economía con su derrama de dólares frescos y constituyen un verdadero ejército armado y autónomo en su jurisdicción.
Los narcotraficantes están ahí y son inevitables, pero además son una gran tentación y los políticos no se distinguen por sus altos valores morales o por tener a Job por ejemplo de vida, más bien son facilitos para las tentaciones y los placeres.
Cuando cayó el imperio, cayeron muchos controles que se tenían desde el príncipe de príncipes, y uno de ellos era el control central con y sobre los narcotraficantes. Casualmente y por mera coincidencia junto con la pérdida de control central cayeron también los grandes capos que mandaban a nivel nacional sobre el negocio.
Para entonces ya había muerto el gran líder de los narcos de ese país; era el «Jefe Amado» por sus subalternos. Al «Padrino del noreste» lo expulsaron del país y «al minimum» lo tenían tras las rejas, junto con el «Hombre Caro» y su Tío. Los únicos libres y fuertes eran los tipos del rincón norponiente, muy productivo, pero rincón al fin. Es decir que junto con el derrumbe del imperio, antes o inmediatamente después, vino el derrumbe de los ducados nacionales de narcotraficantes. Y el fortalecimiento de los barones de la droga provinciales.
Los observadores vieron cómo los cuadros intermedios de los grandes cárteles se movieron a diferentes feudos, y empezaron a organizarse en cada estado donde agruparon a sus tropas y construyeron pequeños pero fuertes condados bajo su control. Sin embargo, los delincuentes ya no podían comprar el favor y la protección central , porque estaba hecho añicos, de nada les servía esta protección.
Ellos son inhumanos, incultos, populistas, adoran a su familia mientras no hay necesidad de matar al primo, pero ante todo son terriblemente pragmáticos, y ellos saben que no pueden funcionar sin la protección de los poderes políticos reales. Y después del colapso central las verdaderas fuerzas políticas eran desde luego los gobernantes de las provincias.
Con la anterior premisa sólo podíamos esperar que los gobernantes y los barones del narco –cuyo poder coincidía en el mismo territorio hicieran alianzas– y en esas alianzas salieron ganando los que tenían el poder político, pero todos salían ganando suficiente. Sobre todo en las provincias del norte, que colinda con el gran mercado de la droga.
Así fueron todos felices y contentos, en santa alianza gobernantes y narco-negociantes. Además, sacaban ventaja de la leyenda que los grandes cárteles nacionales de la droga seguían existiendo, y como es un país surrealista, se acepta como valida cualquier ilusión, siempre y cuando no coincida con la realidad. Estas alianzas entre feudales y condes del narco recogían el dinero y perseguían fantasmas y de vez en cuando sacrificaban algún cargamento para que la población siguiera temerosa de aquellos grandes padrinos, señores de los cielos y las montañas, que en cualquier momento podían bajar de sus tronos y destruir las ciudades, hogares e hijos. Eran algo así como «Angeles del infierno terrenales, superpoderosos e invencibles niños hubo que despertaban en medio de su pesadilla gritando «el cártel, el cártel».
Hubo un príncipe que compró como buena la leyenda y cual Quijote, luchó denodadamente contra molinos de viento y terminó apaleado como el personaje cervantino. Pero algunos duques de provincia han cambiado y los nuevos gobernantes no se entienden igual con los barones de la droga y las guerras se agudizaron.
Pero además ha llegado un nuevo Príncipe heredero de los antiguos Príncipes de Príncipes. Todo el reinado espera, seguirá peleando contra fantasmas, mientras los señores Feudales y los barones de la droga se ponen de acuerdo, o asumirá su tradición familiar de gobernar todo, absolutamente todo. Aunque tenga que someter a muchos gobernantes provinciales que ya le tomaron gusto al real poder.