Alma Delia Murillo
13/10/2012 - 12:02 am
Breve inventario de las mentiras vitales
Me propongo reivindicar a las mentiras. Tengo tantas razones para hacerlo como para estar viva, es decir: muchas, todas, un chingo. Yo miento, por eso estoy viva. Y sé que no soy la única sobreviviente de la verdad. Incluso a nivel científico está comprobado que mentir es una capacidad adaptativa, de sobrevivencia. Y creo fervientemente […]
Me propongo reivindicar a las mentiras. Tengo tantas razones para hacerlo como para estar viva, es decir: muchas, todas, un chingo.
Yo miento, por eso estoy viva. Y sé que no soy la única sobreviviente de la verdad. Incluso a nivel científico está comprobado que mentir es una capacidad adaptativa, de sobrevivencia.
Y creo fervientemente que ese inútil principio de decir siempre la verdad es el más sinsentido de nuestros códigos de decencia. Cuando alguien nos pregunta “¿cómo estás?”, respondemos: “bien”.
Bendito hábito deshonesto.
¿Se imaginan lo imposible que sería la convivencia si dijéramos la verdad? Las conversaciones serían insostenibles, la ligereza de la existencia se vería masacrada por intercambios como éste:
– ¿Cómo estás?
– Mal porque esta maldita colitis no me deja vivir, llevo tres días con el estómago tan inflamado que a ratos creo que me voy a tirar un pedo descomunal que hará que todos desalojen el edificio, sin contar con que la inflamación hace que la ropa me apriete y cuando llego a casa y me quito los pantalones, la piel de mi abdomen tiene unas marcas horrorosas. Por supuesto que en este estado lo último que se me antoja es coger, así que si me estabas abordando para invitarme a salir y eventualmente terminar dándonos un revolcón de antología pues te recomiendo que busques a otra.
No, de ninguna manera. La pobre pedorra estaría condenada a rechazar a cualquier candidato que tratara de seducirla y la vida no puede ser tan miserable. Yo digo.
Citaré sólo algunas de las mentiras que defenderé con la piel si es necesario, porque sin ellas perdería la mitad del gozo de estar viva.
“Ya me lavé las manos”
No sé ustedes pero yo hice anticuerpos robustísimos gracias a esta falsedad. Recuerdo con nitidez algunas de las veces que dije eso. Sólo algunas porque es, probablemente, la mentirota a la que más he recurrido en mi vida. Creo también que gracias a ella aprendí a disfrutar de la alquimia de los sabores y es por ella que puedo presumir de tener una panza a prueba de comida callejera, viajes exóticos, salivas varias, semen y otros antígenos igualmente placenteros.
“Sí lo leí”
Cuando la inseguridad nos impele a responder que sí leímos algún título a sabiendas de que no es cierto, hay dos caminos: seguir en la inopia o que el pudor nos mueva a buscar tal título y devorarlo. Así, por andar de hocicona descubrí “La condición humana” de André Malroux y “El Amante” de Marguerite Duras, entre tantas otras maravillas. Gracias a esa misma fórmula aprendí a leer: cuando tenía cuatro años y mi hermana mayor siete, hablábamos en “la efe”, un código que consistía en poner la letra efe ante cada vocal e insertarlo entre las sílabas en las palabras. Por ejemplo “casa” en la efe se diría “cafasafa”. Hablando esa lengua divina por las calles, mi hermana me leía los letreros de los anuncios publicitarios y yo los repetía en español claro y conciso. Las señoras se quedaban sorprendidas y me preguntaban ¿ya sabes leer?, yo, hinchada como pavorreal, respondía que sí. Lo hice una y otra vez hasta que el orgullo me obligó (y el improvisado método didáctico) a aprender a leer de verdad siendo muy pequeña. Leer es, sin duda, uno de los grandes amores de mi vida.
“Todo va a estar bien”
A veces hay que decirlo o suplicar que nos lo digan: cuando falta el aire, cuando la existencia es una placa de metal que pesa sobre los huesos, cuando vemos venir al rayo que demolerá nuestras vidas. Es como pedir un tequila para que duela menos. Aunque el tequila sea tan mentiroso como Pinocho y la realidad esté ahí, toda fauces afiladas y tan cabrona como siempre. Es un pequeño bálsamo, un breve placebo, un hacernos pendejos que de vez en cuando viene bien.
He llegado al destino final de este ínfimo breviario. Mi mentira favorita, la perversión que me sostiene:
“Te amo”
Vayan los dioses o los neurólogos a saber exactamente qué estamos diciendo cuando hacemos semejante declaración pero yo sé que estamos diciendo una sofisticada mentira aunque en las entrañas se sienta de lo más verdadera.
Voy a dejar que cada uno repase los “te amo” que ha soltado a lo largo de su vida o, mejor aún, los que ha recibido. Y, vaya paradoja, si son honestos, coincidirán conmigo en que nunca estuvo más alterada su percepción de la realidad que cuando recitaron esto con cara de idiotas y absolutamente convencidos de que era cierto. Pero por esta hermosísima mentira, yo me volvería a jugar la cordura una y otra vez.
Ya sé que a los quisquillosos les dará por acusarme de no ser rigurosa, les sugiero que hagan pesquisas de corte científico. Se encontrarán con que hay demostraciones de que el cerebro humano es naturalmente mentiroso: seleccionamos la realidad que queremos ver, la que queremos contarnos, la que queremos recordar. Todo pasa por un filtro distorsionador – y no hablo del alcohol- que nos convierte en engañadores congénitos.
Les diré, para despedirme, mentirosos hermanos míos, que de verdad los quiero.
@AlmitaDelia
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