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Alma Delia Murillo

06/10/2012 - 12:03 am

Amor de un tequila

Los tiempos del amor son inasibles, incomprensibles para la mente humana: están los amores de una noche, los de una vida, y los que duran –literalmente– lo que dura un tequila. Tal cosa la descubrí recientemente. El fin de semana pasado conocí a un español dolorido al que le acababa de romper la madre una […]

Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)

Los tiempos del amor son inasibles, incomprensibles para la mente humana: están los amores de una noche, los de una vida, y los que duran –literalmente– lo que dura un tequila.

Tal cosa la descubrí recientemente. El fin de semana pasado conocí a un español dolorido al que le acababa de romper la madre una mexicana que lo conminó a atravesar el charco con ella y una vez aquí, se reencontró con el novio de toda la vida, blablablá… ya se saben el final de la historia. Pobre hombre, corazón roto y tan lejos de casa.

Antes de seguir, os pongo en contexto, cariños. Soy dueña de un poderoso imán especializado en atraer indigentes emocionales, sé que no es casual, me costó años de terapia entenderlo. El hecho es que llevo en la frente un letrero que dice: Centro de Rehabilitación Alma Delia Murillo A.C. (Todos mis amigos pueden dar fe de ello ante Notario Público). Así que volviendo a mi brevísima historia de amor, retomo: el joven doliente se enamoró de mí, o de mi letrero, apenas verme. Corrijo, en realidad se enamoró apenas tomar un trago de tequila.

Y el viaje mítico del amor con cada una de sus etapas, lo recorrió completo conmigo durante el tiempo que tardó en tomarse el caballito. Pasamos del enamoramiento al noviazgo maduro, luego al casamiento, la reproducción virtual, el síndrome del nido vacío, la triangulación, el distanciamiento, el reencuentro y la tan temida muerte del objeto amoroso.

Todo comenzó con el veneno irresistible de la piel morena. Una alabanza tras otra para esta morenaza mexicana cayeron sobre mí con tal abundancia que me quedé muda. No exagero cuando digo que jamás hubo un silencio o una pausa para que yo pudiera decir pío. Tampoco es que insistiera demasiado, estaba de lo más divertida con mi observación antropológica del efecto tequila y me pareció maravilloso que yo pudiera, para variar,  mantener cerrada la bocota. De modo que me dediqué a escuchar atenta los disparates del buen mozo.

Me saltaré todas las etapas para ir directo a la de Triangulación: ¿adivinan? Apareció una rubia rebosante en carnes cuyo imán resultó más atractivo que el de mis interesantes ideas y más poderoso aún que el mismísimo letrero de rehabilitación del que les hablé antes.

Mi galán de ultramar se esfumó por unos minutos y luego volvió esquivo, taciturno, nervioso y con senda marca de lápiz labial en el cuello que me ahorró proponerle que fuéramos a terapia de pareja para hablar de la infidelidad. Le di un beso en la frente, le limpié un  poco la mancha rojo pasión de rubia fogosa que traía en el cuello y me despedí.

Su tequila y el mío se quedaron a la mitad en la mesita que había sido testigo de nuestro romance.

Cosa de una hora después, reapareció mi Don Juan para decirme que yo, sin duda, era el amor de su vida, pues durante ese duro tiempo de separación, le había quedado claro que jamás encontraría a una mujer tan comprensiva e inteligente como yo. Me reí discretamente. Nos sentamos en el mismo lugar que habíamos ocupado antes y, por intervención de Venus, nuestros caballitos a medio terminar seguían intactos. Volvió a dar un par de tragos y tuvimos una reconciliación memorable llena de deslumbrantes imágenes de nuestro próximo viaje a España para conocer a sus padres y a su gente. Reencuentro delicioso. De pronto se acercó para besarme pero yo pude fácilmente sortear la embestida y eso fue la estocada final de nuestra historia: jamás había visto a un desconocido ofenderse de tal manera. Se levantó de inmediato, se le hincharon las venas del cuello, me miró con rabia, vergüenza y odio mezclados y soltó la frase lapidaria: ya no te amo. (Lo juro por todos los dioses que me miran y se ríen de mi historia).

No dije nada, por instinto traté de dar un último trago a mi tequila pero se había terminado, igual que el suyo. Desapareció de la fiesta. Yo me reí –esta vez a carcajadas– repasando el episodio y pensando que hay amores que duran un beso o un orgasmo, los hay hasta de la duración de un tuit. Pero esa noche con el español, rompí todos mis récords: fui el amor de su tequila.

@AlmitaDelia

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