Jorge Javier Romero Vadillo
14/09/2012 - 12:00 am
La izquierda en crisis
La izquierda mexicana está atrapada en una paradoja: después de haber obtenido un buen resultado electoral, a pesar de no haber ganado la presidencia, se ve inmersa en la crisis más profunda que ha vivido desde que surgió su configuración actual con el nacimiento del PRD en 1989. No ha sido fácil la construcción de […]
La izquierda mexicana está atrapada en una paradoja: después de haber obtenido un buen resultado electoral, a pesar de no haber ganado la presidencia, se ve inmersa en la crisis más profunda que ha vivido desde que surgió su configuración actual con el nacimiento del PRD en 1989.
No ha sido fácil la construcción de un polo de izquierda con fuerza electoral permanente, con capacidad de triunfo en las elecciones locales y con la suficiente presencia y aceptación nacional para disputar la presidencia. Antes del cataclismo electoral de 1988, los partidos de izquierda que habían entrado en la competencia política a partir de la reforma política de 1977 se vieron sometidos a una constante inestabilidad. El Partido Comunista Mexicano, que en la elecciones de diputados de 1979 había irrumpido como la tercera fuerza política y se había acercado al millón de votos, con más del 4% de la votación nacional, todo un hito para aquellos tiempos, tuvo el tino de buscar la unidad con las otras agrupaciones marxistas que habían concurrido a los comicios junto con él en la llamada Coalición de Izquierda y con el Movimiento de Acción Popular, de corte socialdemócrata, y pretendió incluir también al Partido Mexicano de los Trabajadores, el de Heberto Castillo, que había optado por no participar electoralmente. De aquel esfuerzo nació el Partido Socialista Unificado de México, aunque el PMT no continuó en el proceso y mantuvo su abstencionismo electoral hasta 1985.
El PSUM sólo participó como tal en dos elecciones federales –las presidenciales de 1982 y las legislativas de 1985– y desde el principio enfrentó la competencia por su reducido espacio electoral con otras fuerzas; en 1982 la irrupción del Partido Revolucionario de los Trabajadores y su candidata Rosario Ibarra de Piedra y en 1985 la rectificación de Heberto Castillo y su organización, hicieron que el porcentaje electoral de las fuerzas de izquierda identificadas como independientes se repartiera entre tres, siempre con el PSUM como la fuerza mayor apenas arriba del 3% de los votos.
Por otra parte, también con la reforma electoral de 1977 entró a la competencia el Partido Socialista de los Trabajadores, visto por muchos como una organización aupada por el poder para restar fuerza al emergente PCM. En 1979 consolidó su registro con apenas el 1.5% exigido por la ley y lo refrendó en 1982 y 1985, siempre en el filo de la desaparición. Ahí militaban la mayoría de los líderes de la corriente que hoy dirige al PRD y el gobernador electo de Morelos, Graco Ramírez. El exacerbado personalismo del liderazgo de Rafael Aguilar Talamantes y sus peculiares estrategias políticas, siempre en el marco de sus negociaciones ocultas con el poder, llevaron a que en 1987 aquel partido se escindiera y la parte que siguió a su caudillo se convirtió en Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.
Para enfrentar con posibilidades de consolidar un polo electoral sólido las elecciones de 1988, el PSUM, el PMT, los escindidos del PST y otras fuerzas se involucraron en un nuevo proceso de fusión, el Partido Mexicano Socialista. Sin embargo, aquel proyecto acabó frustrándose por la escisión del PRI y la irrupción de la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, la cual forzó los realineamientos en la izquierda que a la postre llevarían a la aparición del Partido de la Revolución Democrática y a la extinción de las fuerzas históricas de la izquierda.
A partir de 1989 el PRD ha sido el polo articulador de la izquierda mexicana. Durante el gobierno de Salinas el régimen impulsó el nacimiento del Partido del Trabajo, que finalmente acabó en la esfera de influencia perredista, lo mismo que la clientela de Dante Delgado, de nombre siempre mutable, nacida para las elecciones de 2000, pero que de inmediato se cobijó bajo el manto del principal partido de la izquierda, a cuyo amparo ha vivido desde entonces. Los esfuerzos alternativos, como Democracia Social, México Posible o Alternativa Socialdemócrata tuvieron existencia efímera
Hoy, cuando hubiera parecido que el buen resultado electoral generaría incentivos para la unidad, sobre todo para tener un papel relevante en el Congreso de la Unión y aprovechar los éxitos electorales de Tabasco, Morelos y la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, el caudillo que ha sido candidato presidencial en 2006 y 2012, ha tirado de la manta y quiere poner tienda aparte. No sorprende, pues desde su visión el PRD ha sobrevivido gracias a su carismática personalidad, sus habilidades políticas y su arrastre electoral desde que se hizo con la dirección partidista en 1996 y sacó a la organización del estancamiento al que lo había llevado el liderazgo hasta entonces indiscutido de Cuauhtémoc Cárdenas. Mientras, los dirigentes que mantienen la estructura orgánica cotidiana del partido son, desde la perspectiva del caudillo, meros vividores parásitos que han medrado gracias a sus virtudes inconmensurables.
Era evidente desde el día siguiente de la elección de este año que la estrategia de impugnación de López Obrador no tenía como objetivo evitar que Peña Nieto fuera presidente, sino construir su propia vía de supervivencia política. Ahora se lleva a su grey tras de él y abre una crisis en una izquierda que tendrá que reinventarse. No es un buen momento, porque desde fuera el acoso ya se anuncia, con la iniciativa del Presidente electo de cambiar la Constitución para reducir la pluralidad, medida que afectaría fundamentalmente a la izquierda y que seguro será apoyada por Acción Nacional, pues abona al sueño de un bipartidismo PRI–PAN, siempre anhelado por el partido de la derecha. Una izquierda en crisis, dividida, tiene menos posibilidades de frenar la contrarreforma que viene.
Pero la crisis puede generar renovación. Si López Obrador construye su partido en torno a su carisma, pudiera ser que se decantaran los grupos de izquierda y que se abriera un espacio para la aparición de una fuerza ciudadana, ajena al tradicional clientelismo heredado de la matriz priista, y que impulsara un programa de reformas con una actitud política auténticamente democrática, liberada de las herencias autoritarias del comunismo y del viejo régimen nacional–revolucionario. No está claro que pueda ocurrir, pues lo que queda en el PRD tras la salida de López Obrador no es precisamente atractivo, pero en el margen hay quienes se plantean la necesidad de hacer las cosas de manera diferente. Al menos, la posibilidad está posibilidad abierta.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá