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Alma Delia Murillo

07/07/2012 - 12:01 am

Quedan las ganas de llorar

El país que amo está roto. Las trincheras, las alternativas, lo que debemos exigir, lo que debemos hacer para demostrar nuestra calidad ciudadana, ya lo han dicho otros y lo han dicho mejor que yo. Otros más inteligentes y mejor calificados. Los respeto y me sumo a muchas de las propuestas. Pero tengo que decir […]

Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)

El país que amo está roto.

Las trincheras, las alternativas, lo que debemos exigir, lo que debemos hacer para demostrar nuestra calidad ciudadana, ya lo han dicho otros y lo han dicho mejor que yo. Otros más inteligentes y mejor calificados. Los respeto y me sumo a muchas de las propuestas.

Pero tengo que decir que yo estoy triste, profundamente triste.

Mi tristeza se palpa en el estómago, ahí la traigo. Ahí empezó a gestarse el domingo pasado cerca de las ocho de la noche y no he dejado de sentirla, cada vez más grande. Y no soy la única.

Sé que también sentimos rabia y frustración, pero casi puedo tocar la nube de tristeza que se ha posado sobre nosotros.

Me siento atascada, siento el aire espeso, me da por pensar que estamos en el vientre del dinosaurio tal como Jonás estuvo en el vientre de la ballena. Él pudo escapar a los tres días porque se arrepintió y su dios lo escuchó. Nosotros estuvimos setenta años, escapamos y volvimos. Y tal vez nuestra necedad amerite que no haya dios que nos escuche.

Y no puedo entender, por más racional y fría que me ponga, por qué los habitantes de un país querrían de regreso al peor y más vergonzoso aparato político que han tenido en su historia. Eso, si estamos ante el escenario de una elección transparente y fueron realmente los mexicanos quienes decidieron. Si es así, me quedo pensando qué mexicanos y cómo decidieron, trato de comprender por qué los seres humanos nos esforzamos tanto en sostener fantasías y vivir alrededor de ellas, fantasías como la democracia. No somos iguales, no somos ciudadanos en igualdad de condiciones para emitir un voto al que se le asigne el mismo valor. Democracia: el poder en manos del pueblo. ¿Y si el pueblo vota motivado por un kilo de frijol y unos sobres de sopa instantánea?, ¿o si el pueblo vota porque un candidato está guapo o porque lo vio muchas veces en la televisión?, ¿es este el poder del pueblo que tanto defendemos?

Pero si en nuestro sistema existen suficientes fisuras como para gestar un fraude, si existen las alianzas precisas para defender los privilegios del los dueños del sistema electoral y partidista, entonces cabe la duda razonable para cuestionar la legitimidad de este proceso. Los mexicanos somos expertos en darle la vuelta a la legalidad, de mil maneras. Hemos crecido con ello, hemos aprendido a ignorar la legalidad en nuestra forma cotidiana de vivir. Este dinosaurio mexicano también lo sabe y ha afinado su experiencia, sabrá sortear todas las pruebas, las habrá previsto, las podrá comprar o desaparecer ante nuestra rabia creciente, rabia que no podremos sostener hasta sus últimas consecuencias porque la vida nos llamará a volver a  lo nuestro, al trabajo, a la familia, a pagar las cuentas y a planear las Navidades.

Lo verdaderamente jodido es que los dos caminos me rompen el corazón: el de la elección por voluntad de los ciudadanos o el del fraude.

Tristeza honda, tristeza como sentencia de muerte. Eso siento. No los estoy convocando a la desesperanza, sólo les digo lo que siento. Y tal vez la tristeza sea un buen síntoma, una expresión vital porque, en esta avalancha de sinsentidos, a quienes menos comprendo es a los indiferentes, a los que una semana después, ya olvidaron. Ya están en lo suyo.

A esto sí los convoco: si me ven en la calle, denme un abrazo, porque estoy muy triste. Prometo abrazarlos con el corazón.

@AlmitaDelia

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