Alma Delia Murillo
30/06/2012 - 12:02 am
Amor, hazte para allá
– A mí me gusta dormir sola, dice ella. – Yo prefiero que cada quién conserve su espacio, dice él. – ¿Cuándo nos vemos?, pregunta ella. – Dentro de tres semanas, contesta él.
– A mí me gusta dormir sola, dice ella.
– Yo prefiero que cada quién conserve su espacio, dice él.
– ¿Cuándo nos vemos?, pregunta ella.
– Dentro de tres semanas, contesta él.
Cuando sus amigos les preguntan si tienen pareja, ellos siempre dan la misma respuesta: salgo con alguien.
Ellos son así, adultos autosuficientes e independientes. Su relación se apega de un modo impecable a los valores posmodernos: son tan respetuosos, tan cada quién en su casa con su refrigerador, su cocina, sus platos, su consumo de agua y de luz, su pantalla de televisión, sus libros, sus juguetes y sus dos habitaciones repletas de ego.
Amor, el ciego, el irrespetuoso, el más hermoso de los dioses los ha elegido para romperles el pecho y sacudirles la existencia. Está justo delante de ellos, esperándolos.
Pero ella tiene miedo, no se siente lista para ir más allá, su vida está bien así, no hay que involucrarse demasiado, o tal vez sí, pero no ahora. Ya no es una adolescente que se enamora como idiota del primer tipo que el amor le ponga en frente.
Y él aprecia tanto su libertad, su no tener que dar explicaciones, su poder hacer exactamente lo que le dé la gana. Él sabe, porque no es ningún ingenuo, lo que es vivir en pareja, ya lo hizo una vez y fue suficiente. Por el momento la única compañía cercana que tolera es la de su perro. No hay que involucrarse demasiado, o tal vez sí, pero no ahora.
Mantienen una disciplina militar para la frecuencia de sus encuentros: se ven cada tres semanas. Han logrado sostener una antiséptica lejanía que los hace sentirse seguros y en control de la situación. Procuran ser sensatos, apaciguan a los monstruos y saben que están haciendo lo correcto porque nada duele demasiado. Son maestros en el arte de equilibrar el tiempo y la distancia, esa fórmula infalible que permite aislar al virus y evitar el contagio.
Las defensas respondieron bien. La enfermedad no incubó, no se alcanzaron las condiciones de humedad ni temperatura suficientes para favorecer la infección. Esta vez no. Esta vez tampoco.
Ella está orgullosa de sí, se palpa entera, no hizo declaraciones dramáticas ni soltó llantos de los que tenga que arrepentirse. Porque la vida debe ser sin lágrimas.
Él está tranquilo, es mejor terminar cualquier relación antes de que se vuelva conflictiva. Porque la vida debe ser sin conflictos.
Para ellos estas son las reglas del amor, o de algo que se le parece.
Las camas seguirán hundiéndose de un solo lado. Las casas seguirán siendo testigos del silencio, de las respectivas soledades, neurosis y manías.
Amor, el bestial, el más hermoso de los dioses, ya rompe otras defensas y atraviesa otros cuerpos, otras vidas.
@AlmitaDelia
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