Arnoldo Cuellar
28/06/2012 - 12:02 am
Las encuestas engañaron a todos, menos al PRI
Más allá de los arrebatos que puedan tener los simpatizantes de determinados candidatos opositores, todos muy respetables, lo cierto es que la pinza de la gran operación estratégica bajo la cual se consumará la restauración del priísmo en la Presidencia de la República está en marcha y nadie podrá detenerla. No se trata de algo […]
Más allá de los arrebatos que puedan tener los simpatizantes de determinados candidatos opositores, todos muy respetables, lo cierto es que la pinza de la gran operación estratégica bajo la cual se consumará la restauración del priísmo en la Presidencia de la República está en marcha y nadie podrá detenerla.
No se trata de algo que celebre. Más bien lo lamento profundamente, como también lamento la incapacidad de las fuerzas políticas no priístas para oponerse y poner en evidencia esta maniobra de gran calado que implica la asociación con las principales empresas normadoras de la opinión pública; la recomposición regional con los gobernadores y finalmente la captación y uso de recursos que exceden por varios tantos el tope legal de la campaña.
Las encuestas fueron la primera parte: generar la sensación, permeada con mayor fuerza en tanto menos informados son los públicos, de la inevitabilidad del triunfo priísta y el carácter inalcanzable de su candidato, Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, las encuestas también fueron un distractor que concentró las baterías de los críticos del priísmo y de sus opositores políticos. El desgaste para tratar de desacreditar, compensar o remontar las encuestas que se conocen desde hace dos años, agotó recursos discursivos y políticos.
Las encuestas se alimentaron a sí mismas mediante el uso indiscriminado de los medios de comunicación particularmente los electrónicos. Al final del día, las mediciones de opinión pueden ser vistas como las grandes responsables de la construcción del propio Peña Nieto como candidato presidencial blindado incluso contra sus propios errores.
Es decir, la sensación de invulnerabilidad del candidato priísta, sustentada en esos veinte o treinta puntos de ventaja de los meses anteriores de la elección, terminó autocumpliéndose.
Cuando hizo falta rescatar a Peña Nieto de algunas pifias, como la de la FIL; o de desastres de campaña, como el de la Ibero, allí estaba el colchón demotécnico para soportarlo, incluso engatusando a los propios críticos que a lo único que le apostaban era a “bajar a Peña en las encuestas”.
Sin embargo, el PRI, esa amalgama de intereses estratégicos, conciencia estamental y conveniencias llanas, nunca se confió a las encuestas. Les asignó un papel, pero sabían que las encuestas no hacen presidentes.
De allí el arduo trabajo cuya preparación debió tomar meses pero que apenas hoy empieza a conocerse, para preparar una estructura territorial por fuera de la del propio PRI, que cumpla el objetivo fundamental de llevar al votante a las urnas y asegurarse de que cruce la boleta.
La táctica de tierra priísta implica un gasto considerable. Apenas se tienen atisbos de esta magna operación que empezó con el reparto de electrodomésticos que sólo tenía la finalidad de detectar liderazgos naturales; y que prosiguió con la elaboración de estructuras piramidales del tipo de las cadenas de ventas multinivel o mercadeo en red, soportadas mediante los monederos electrónicos que ahora se vienen a conocer.
De ser ciertas algunas de las cifras que se manejan, como el hecho de que los coordinadores zonales ganan 17 mil pesos mensuales y que se pagan 500 pesos por cada persona que se afilia a la red, estaríamos hablando de centenares de millones de pesos a nivel nacional.
Si hubiese un representante general por cada diez casillas de las 143 mil en el país, lo que implicaría 14 mil coordinadores, el salario de 17 mil pesos implicaría un gasto mensual de 243 millones de pesos, prácticamente tres cuartas partes de los 336 millones autorizados por el IFE como tope de la campaña presidencial.
El PRI, como demostraría una mínima y superficial auditoria realizada de manera imparcial a todo su gasto, incluyendo el que no está registrado en sus cuentas, rebasaría no una ni dos, sino varias veces más el tope aprobado en la ley.
Ello demuestra que si hubo un partido político que nunca se creyó las encuestas ese no fue ninguno de los que respaldan a López Obrador o el PAN que está a punto de salir del poder, sino que fue precisamente el PRI, que lo único que hizo fue construir el escenario para darle credibilidad a una victoria que va a ser obtenida mediante la aplicación del mayor gasto electoral que se haya visto en la historia moderna del país y quizá de muchos países.
Ante la incapacidad de las oposiciones para articular una mínima defensa frente a este gigantesco madruguete político, elaborado con tanta premeditación y baja una amplia alianza de intereses, insisto en que el triunfo de Enrique Peña Nieto este domingo es inevitable.
Sin embargo, lo otro que queda por demás claro es que no hay nada nuevo en este PRI y que la inversión aplicada en este costoso resultado deberá ser reintegrada, peso a peso, a quienes la hayan erogado, estén donde estén, incluso con dividendos.
Bajo esta premisa, queda claro que el regreso del PRI a la presidencia de la República si es, contra lo que digan todos los defensores de Peña Nieto, una simple y llana restauración del viejo régimen que para poder operar a sus anchas y en beneficio de sus patrocinadores, no tiene otra opción que limitar e, incluso, cancelar, los tímidos equilibrios de poder construidos en el interinato panista.
Si estas no son malas noticias, entonces no se cuales lo sean.
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