El modelo democrático en que vivimos ha pasado a estar bajo dominio de la partidocracia que abiertamente se opuso a que la reforma política fuera adelante, en especial, el PRI. Ningún partido político quiso aceptar que hubiera un candidato ciudadano en estas elecciones. También la democracia ha quedado dominada por la publicidad, por el marketing, es decir, por el mercadeo. Los candidatos son publicitados como productos. Expertos en publicidad analizan a los consumidores, en este caso, como ciudadanos: sus deseos, sus aspiraciones, sus simpatías, sus aversiones. La psicología impera para definir el producto. Es un hecho claro que hay candidatos que más se asemejan a un producto que otros, pero todos están siendo asesorados para decir lo que deben decir, vestir como deben vestir, comportarse como deben comportarse. Todos dejan de ser parte de los que son, unos más, otros menos.
En el mundo del consumismo que nos rodea pasamos más tiempo expuestos a la publicidad que el que dedicamos a comer, leer o hacer el amor. La publicidad define a nuestra sociedad, más de 600 mil millones de dólares se gastan anualmente para influir en lo que decidimos vestir, comer, hacer. En la era de la persuasión la publicidad se apodera de la democracia. Antes de hablar, un niño, una niña, reconoce las marcas y personajes que van a deteriorar su salud: Coca Cola, McDonald's, el Tigre Toño y el elefante Melvin. De la misma manera, en estos días, los niños, a partir de los dos, tres y cuatro años, ya mencionan a Peña Nieto, López Obrador, Josefina Vázquez Mota (con nombre y apellidos) y Quadri.
Posiblemente gane las elecciones el candidato o candidata que mejor se haya comportado como un producto, el que más se haya publicitado y el que más haya engañado, tal cual, como un producto milagro. En la definición de un producto milagro encontramos similitudes con los candidatos como productos. Los productos milagro, sin comprobar ante nadie su eficacia, se ofertan como productos mágicos que resuelven casi todo, en semanas desaparecen los males de todo tipo. Tal como ofrecen los productos milagro desaparecer las arrugas, los candidatos prometen acabar con la pobreza; tal como los primeros garantizan que bajaras de peso, los segundos te prometen que el sueldo te rendirá; tal como unos aseguran terminar con el cáncer, otros aseguran terminar con la corrupción.
A los mecanismos de engaño para lograr la compra del producto se suman las promociones, los regalos. A los niños se les manipula a comprar comida chatarra con los tasos, el juguete de la cajita feliz, los coleccionables. Como dice la Organización Mundial de la Salud, la publicidad se aprovecha de su credulidad e inexperiencia. En la “democracia mexicana” se ejerce el uso de las promociones y los regalos, no para que el ciudadano compre el producto sino para comprarle a él el voto. En el primer caso, la publicidad se aprovecha de la inmadurez del menor de edad; en el segundo, se aprovecha de la pobreza y la ignorancia del ciudadano.
La ignorancia es el mejor ambiente para el éxito de los productos chatarra. Es la gente ignorante la que más productos de este tipo consume, en su mayor parte, se trata de personas que han tenido un acceso muy restringido a la educación o que esta educación ha sido deficiente. En la mayor parte de los casos, los ignorantes son a su vez un producto de la televisión, pasan muchas horas frente al televisor y este medio es su principal fuente de información. Lo mismo pasa con los candidatos milagro: los que tienen mayor éxito son los que se presentan más como un producto milagro, los que más presencia han tenido en la televisión y los que más votos pueden capturar entre la población con mayor nivel de ignorancia. En un país con un alto porcentaje de la población viviendo en pobreza, con niveles educativos muy bajos, y con una presencia masiva del monopolio televisivo, los productos y los candidatos milagro tienen un gran éxito.
Con el fin de combatir los productos milagro se realizaron reformas al Reglamento a la Ley General de Salud en Materia de Publicidad. Ha desaparecido parte de esta publicidad en televisión, sin embargo, con un leve cambio en las formas, las reformas a la Ley parecen haber sido diseñadas para darle el monopolio de los productos milagro a la empresa GenomaLab, propiedad, en parte importante, de Televisa. Lolita Ayala, violando la ley, hace “cápsulas informativas” sobre el acné, explicando cuáles son sus causas y su cura. Inmediatamente después viene publicidad de un producto contra el acné de GenomaLab. La ley establece que no puede haber publicidad que se presente como material informativo.
Con el fin de desarrollarnos como una sociedad más democrática se estableció la Ley Federal Electoral y se creó el Instituto Federal Electoral. Sin embargo, la televisión, así como ha logrado instituir a su empresa GenomaLab como el monopolio en la publicidad de productos milagro, ha venido produciendo, desde hace años, su candidato milagro, aprovechándose del entorno de ignorancia que mantiene a través de su presencia monopólica en la mayor parte de los hogares mexicanos. El producto corresponde a la imagen de sus producciones de mayor éxito nacional e internacional: las telenovelas. No es una coincidencia que su noviazgo y su matrimonio se hayan trasmitido como un capítulo más de estas series que son seguidas en millones de hogares mexicanos. No es tampoco coincidencia que sean justamente las telenovelas de Televisa los productos que más dañan la cultura, introduciendo estereotipos ajenos a la realidad nacional, generando aspiraciones inalcanzables, modelos de vida y consumo que sólo pueden llevar al desprecio de lo propio. No es coincidencia que su esposa sea una figura de las telenovelas.
Durante años vivimos la publicidad del candidato de la televisora, presentada como información en noticieros y como notas en programas de revista, como Lolita Ayala dando “cápsulas informativas”, violando la Ley y promocionando un producto.
Todos los candidatos se han convertido en productos de la mercadotecnia, todos, en mayor o menor medida han dejado de ser parte de lo que son. Sin embargo, hay que reconocer fuertes diferencias, entre ellos.
El mayor daño de un producto milagro es que quien lo compra deja de hacer lo que es urgente hacer para remediar el daño que sufre y, por lo tanto, el daño se desarrolla pudiendo llevar a un grave desenlace.