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Jorge Javier Romero Vadillo

22/06/2012 - 12:01 am

Algunos mitos de la campaña electoral

La campaña está llegando a su fin y conforme se acerca el día de las elecciones la tensión aumenta. El ambiente se siente polarizado y las pasiones se encienden. En Facebook y Twitter unos y otros se increpan y los denuestos a los que apoyan al candidato contrario al propio abundan. Nada fuera de lo […]

La campaña está llegando a su fin y conforme se acerca el día de las elecciones la tensión aumenta. El ambiente se siente polarizado y las pasiones se encienden. En Facebook y Twitter unos y otros se increpan y los denuestos a los que apoyan al candidato contrario al propio abundan. Nada fuera de lo normal en cualquier país democrático que se enfrenta a unos comicios presidenciales. Sin embargo, algunos de los dichos muestran signos de debilidad del consenso democrático; las elecciones no han alcanzado plena legitimidad y la memoria histórica del fraude institucionalizado desde los tiempos de Juárez sigue influyendo en la percepción social. La alternancia en el poder, la posible llegada de uno u otro candidato se percibe como gran catástrofe o como la posibilidad de una refundación completa de la nación. La verdad, no es para tanto.

Los mitos de uno y otro signo abundan en las argumentaciones que se prodigan. Vale la pena desmontar algunos.

Mito: Andrés Manuel López Obrador es un peligro para México. La frase viene de la campaña de 2006, pero se ha reeditado, en diversas versiones, durante estos días. Sin duda el tono rijoso del candidato de la izquierda abona a que se corra la especie y a que sus detractores y adversarios la hayan retomado. En la realidad el proyecto de López Obrador, lo que se colige de sus destartaladas peroratas o lo que ha planteado en sus libros, no es más que un programa de gobierno bastante conservador. No propone reformas que modifiquen sustancialmente ni el arreglo político ni el económico, pues aunque afirma que el modelo económico actual debe cambiar, en la realidad no va más allá de proponer la reorientación del gasto público hacia la inversión para propiciar el crecimiento a partir de la “austeridad republicana” y una tibia reforma fiscal. El ogro, entonces, no existe más que en la imaginación. El candidato de la izquierda ladra pero no muerde.

Mito: que un mexicano vote por el PRI es como si un alemán quisiera reconstruir el muro de Berlín. ¿De verdad? Que sea menos. La autora de la frase nos tiene acostumbrados a su grandilocuencia, pero distintas versiones de este mito se repiten por las redes. Aquí y allá se dice que el triunfo del PRI significaría el regreso a un régimen de terror represivo “como el de Díaz Ordaz” y al autoritarismo sin límites, además de la consabida corrupción. Se trata de exageraciones en dos sentidos. Primero, porque el régimen de la época clásica del PRI no fue ni remotamente tan represivo y totalitario como el del comunismo alemán que construyó el muro de Berlín. Por el contrario, fue bastante tolerante con el pensamiento disidente y su principal estrategia era la cooptación de los díscolos, no su exterminio ni su confinamiento. Por el otro, las condiciones en las que el PRI ganaría la presidencia el próximo 1 de julio serían completamente distintas a las de los tiempos del partido hegemónico, cuando desde la presidencia se controlaba a todos los poderes y los gobiernos de los estados, gracias al sistema electoral protegido, que garantizaba el monopolio político del PRI y obligaba a la disciplina. Hoy, por más votos que tenga el PRI no alcanzaría la mayoría para hacer reformas constitucionales en solitario y no todos los gobiernos locales son priístas; incluso los gobernadores de ese partido han alcanzado una autonomía respecto al centro que no están dispuestos a perder, aunque el Presidente sea uno de los suyos. Eso sí, corruptos son, pero tampoco en ese terreno las cosas serían como antes, pues a pesar de lo mucho que falta en México para que la rendición de cuentas sea una auténtica rutina institucional, hoy hay mucha más transparencia que en los tiempos herméticos del dominio omnímodo y los medios de comunicación también son mucho más independientes y críticos.

Mito: las encuestas copeteadas. Se repite que algunas encuestas dan ventajas exorbitantes para el candidato del PRI y que eso sólo se explica porque están manipuladas a su favor. La realidad es que las encuestas publicadas están reguladas por el IFE y sus metodologías y bases de datos son públicas. Si se consultan los informes periódicos que ha presentado el instituto electoral sobre los estudios de opinión que ha recibido se pueden comparar todas aquellas que cumplen con los criterios establecidos, para encontrar que prácticamente todas coinciden en los rangos y han oscilado en el mismo sentido a lo largo de los meses de campaña. Sólo unas cuantas –una temprana de Ana Cristina Covarrubias para El sendero del Peje, la primera de Alejandro Moreno para Reforma y una de María de las Heras– resultaron excéntricas. Incluso la realizada por Edmundo Berumen para el Observatorio Universitario Electoral entra en el rango si se descarta la tramposa interpretación que de los datos hicieron los que la contrataron. No hay copeteo alguno; ya el 1 de julio veremos qué tan buenos resultaron los encuestadores mexicanos.

Hay muchos más mitos, como el de que se prepara un gran fraude, o que si López Obrador se prepara para bloquear la ciudad ahora de Norte a Sur, a diferencia del 2006, cuando lo hizo de Oriente a Poniente. La fantasía electoral y las teorías conspirativas abundan. En fin, que más allá del dramatismo con el que los partidarios asumen sus posiciones durante la campaña, el resultado electoral, gane quien gane, tendrá mucho menos impacto de los que algunos anuncian. Sobre todo porque los cambios posibles en las circunstancias actuales son marginales. Después del 1 de julio nuestras vidas seguirán transcurriendo como hasta ahora y tal vez, cuando nos despertemos con la resaca, finalmente nos demos cuenta que la democracia es bastante más aburrida que lo que nos imaginábamos.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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