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Arnoldo Cuellar

14/06/2012 - 12:02 am

Peña Nieto: presagios ominosos

La gran construcción de mercadotecnia que significó la colocación del entonces gobernador del Estado de México como el puntero de la carrera presidencial aún antes de comenzarla, no ha hecho sino perder aire a lo largo de toda la campaña electoral del 2012. Enrique Peña Nieto ha mostrado que representa básicamente dos proyectos que al […]

La gran construcción de mercadotecnia que significó la colocación del entonces gobernador del Estado de México como el puntero de la carrera presidencial aún antes de comenzarla, no ha hecho sino perder aire a lo largo de toda la campaña electoral del 2012.

Enrique Peña Nieto ha mostrado que representa básicamente dos proyectos que al final se funden en uno solo: en primer lugar, una apuesta de gobierno de la élite empresarial del país encabezada por los monopolios de las telecomunicaciones; en segundo, el regreso del exilio de la misma clase política priísta que abandonó el poder en el 2000.

Al final del día se trata, más que de un proyecto político, de una complicidad.

La construcción previa de una imagen trabajada con grandes cantidades de dinero, y una planeación minuciosa se convirtió en un éxito en el terreno de la mercadotecnia política, logrando sobreponerse a la falta de virtudes del personaje y a la realización de un gobierno que en el mejor de los casos fue mediocre.

Sin embargo, lo que no se ha logrado superar, como lo muestra de forma cada vez más evidente la dinámica de la campaña electoral, es la falta de reflejos políticos y la carencia de discurso más allá de la retórica tradicional, que además suena aprendida.

Los estrategas y publicistas de Peña Nieto y la nomenclatura priísta ven con alivio como se llega la última parte de la campaña, empujando para aguantar la amenaza de desfonde de su candidato.

Les ayuda, desde luego, la pasividad de la mayor parte del electorado; la gran cobertura de medios en torno a Peña Nieto, apenas agujereada aquí y allá por las críticas de los movimientos emergentes juveniles; y, por encima de toda las cosas, la tremenda ineficacia de los candidatos opositores.

Una Josefina Vázquez Mota abandonada por su partido, lastrada por el gobierno de Felipe Calderón, dubitativa y temerosa en los dos primeros tercios de la campaña y carente de equipo propio, fue incapaz de subirse a la contienda y ahora sólo le queda rescatar los votos para una bancada decorosa en las próximas Cámaras.

Un Andrés Manuel López Obrador cansado, lento de respuestas, sin la chispa del 2006 y, además, pagando los pecados de sus equivocaciones de entonces, no ha logrado capitalizar el descontento con la manipulación priísta y se ha convertido prácticamente en el gran cancelador de la esperanza para continuar la accidentada transición mexicana, amenazada por la sombra de la restauración priísta.

Si, como todo indica, el PRI y sus socios en los medios de comunicación logran llevar a la recta final al exhausto Peña Nieto y hacerlo cruzar la meta en el primer lugar, lo que tendremos a partir del dos de julio será la sombra de un gobierno en reversa de la historia.

El primer conflicto sobrevendrá con la vieja clase política priísta donde, junto con la adoración al poder, quedan algunos notables resabios de nacionalismo y profesionalismo en el ejercicio del servicio público. Enrique Peña Nieto y su círculo cercano tendrán la tentación de centrar sus intentos de legitimación en los viejos políticos, con lo que se perderá, mal que bien, una reserva de experiencia.

La forma en la que el candidato priísta ha enfrentado el nada complicado escollo de la insurgencia juvenil y sus manifestaciones de incomodidad, con actitudes que oscilan de la huída a la confrontación sin echar mano nunca del diálogo, nos adelanta que su posible gobierno no tendrá entre sus prioridades la profundización de las reformas democráticas y sí, en cambio, que se intentará la cooptación y la mediatización de las visiones críticas.

La ausencia de un bagaje político propio, la inexistencia de un discurso personal y la carencia de una actitud de moderación y autocontención frente al poder, no nos permiten esperar una política de inclusión y de negociación para enfrentar las reformas que el país tiene pendientes.

La exasperación frente a las dificultades en la que a menudo se le ha visto caer al candidato tricolor, revelan nítidamente que nos encontramos frente a un hombre que ejerce el poder con tintes autoritarios, incluso ante sus cercanos, como en los peores momentos del pasado priísta.

La dinámica del cierre de las campañas permite suponer que México volverá a tener un gobierno dividido entre el Ejecutivo y el Congreso; como, además, los escenarios futuros hacen esperar complicaciones y turbulencias en temas como la seguridad y la economía, el escenario para que el regreso del PRI se parezca más al agobiado sexenio de Ernesto Zedillo que al fulgurante arranque de Carlos Salinas, se encuentra servido.

La diferencia será que Ernesto Zedillo, pese a todo, es un economista altamente calificado; en tanto que Carlos Salinas es un político rebuscado y brillante, además de un competente tecnócrata.

Ni lo uno ni lo otro se encuentran en el empaque glamoroso, aunque un tanto abollado a estas alturas, que nos ha entregado la conspiración mediático-política que construyó a Enrique Peña Nieto.

Así que, abrochémonos los cinturones.

 

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Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).
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