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Adela Navarro Bello

12/06/2012 - 12:02 am

El cinismo priísta y el conformismo electoral

En el Partido Revolucionario Institucional no tienen remedio. El PRI es el PRI y nunca dejará de ser el PRI. Simplemente no pueden renunciar a su idiosincrasia, no pueden deshacerse de tantos vicios adquiridos a lo largo de su historia y desde su fundación. Un partido que nació en el poder, que gozó el poder, […]

En el Partido Revolucionario Institucional no tienen remedio. El PRI es el PRI y nunca dejará de ser el PRI. Simplemente no pueden renunciar a su idiosincrasia, no pueden deshacerse de tantos vicios adquiridos a lo largo de su historia y desde su fundación. Un partido que nació en el poder, que gozó el poder, que abusó del poder y aprendió a transar con el poder, es difícil que cambie.

No existe tal cosa como el «nuevo PRI», nunca lo ha habido. Esa estrategia no pasó de la intensión y del slogan en campañas o precampañas hará algunos años. La realidad es que los fundamentos de quienes en los últimos 70 años han integrado ese partido y la mayor parte de ese tiempo desde el ejercicio del gobierno, no han cambiado. La utilización del clientelismo electoral, el aprovechamiento del corporativismo, la compra de voluntades, la explotación de los recursos ajenos, la saturación de la imagen del candidato, el blindaje a la crítica y el acarreo, son principios de los cuales el partido –que ahora representa Enrique Peña Nieto a partir de su candidatura a la presidencia de la República– no ha logrado erradicar y, es evidente, no tiene ni la menor intensión de hacerlo.

El cinismo de los priístas para una vez más hacer uso de todos esos vicios del pasado, es sólo comparable con el conformismo de la masa mexicana para no reaccionar a un cambio. Vaya, en las últimas semanas los mexicanos hemos sido testigos de cómo el aparato priísta, o la maquinaria del PRI como les gusta llamarla, fue echado a andar a toda velocidad. No hay mitin de Peña sin cientos de camiones contratados para trasportar de municipios y estados vecinos al lugar de la reunión, a los acarreados. Jóvenes mujeres y hombres que cobran 300, 500 pesos por dedicar un día y en algunos casos un fin de semana a enarbolar un banderín con la imagen el candidato y el tricolor mensaje. Reparto indiscriminado de camisetas, cachuchas, lápices, cuadernos, diccionarios, bolsas, botellas de agua, lonches, gel, fotografías y demás parafernalia electoral.

En Tijuana, el domingo 3 de junio, los autobuses y camiones llegaron desde Sonora, desde Mexicali, Ensenada y Rosarito pasando por Tecate. En la ciudad fueron los transportistas afiliados a la Confederación de Trabajadores de México los que pusieron calafias, buses y taxis. Cientos de camiones bloquearon paseos y avenidas; los tres carriles estaban literalmente tomados por estos medios de transporte, no había lugar para el tránsito local, como tampoco hubo transporte público para los tijuanenses ese día.

La misma situación se ha visto en otras entidades del país, la historia se replica, camiones llevando a los acarreados, comida, regalitos, pago por evento, pago por voluntad.

Ciertamente sí hay afectos espontáneos, arraigados. Mujeres y muchachas con camisetas de amor a Peña, jóvenes revolucionarios institucionales, funcionarios de gobiernos del PRI que acuden por convicción y compromiso con su partido y su candidato, pero no son los más, de los 30 mil mexicanos que dice el PRI convoca en promedio por presentación del candidato a la presidencia de la República, los verdaderamente priístas y comprometidos no llegan al 30 por ciento.

Pero eso a los estrategas del tricolor los tiene sin cuidado. Lo importante, de manera evidente, es enviar un mensaje de apoyo multitudinario para lograr infundir la idea de que, efectivamente, Enrique Peña Nieto es el puntero y el próximo Presidente de México. Esto se refleja en las encuestas. Mientras existen estudios que en algunos estados de la República dan como ganador a otro candidato y no a Peña, y encuestas nacionales que ponen a este a un dígito de ventaja sobre Andrés Manuel López Obrador, cuando se le pregunta al encuestado quién cree que ganará las elecciones, invariablemente el porcentaje mayoritario dice que el PRI y su abanderado. Es decir, los entrevistados dicen que votarán por otro candidato, pero creen que pónganle como le pongan, ganará el del tricolor.

Ese conformismo a la percepción de fraude, a la concepción de la idea de que “alguien”, una entidad etérea, un grupo no identificado o la nomenclatura política, no permitirán el triunfo de otro candidato –especialmente de Andrés Manuel López Obrador– sólo abona a la estrategia priísta que ya hace de su candidato el próximo Presidente.

Muchos mexicanos pues, no creen que su voto contará. No hay otra manera de entender cómo pueden decir que votarán por uno, pero creen que ganará otro. El conformismo electoral puede ser un peligro para México. En la medida que los electores no consideren que su voto cuenta, es en la medida que se beneficia a quien se cree ganará porque así es, así ha sido, y así será. Romper esa inercia electoral es el reto de los mexicanos.

El cinismo del PRI no sólo para promover este escenario, sino para aprovecharse de los vicios que como partido lo han significado, se vio reflejado en el debate del 10 de junio de 2012. Enrique Peña Nieto no respondió a los cuestionamientos de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota. El priísta se adentró en su burbuja, fue irrelevante su participación y presencia, le nació un tartamudeo y un titubeo no visto; en términos deportivos el suyo fue juego aéreo, no para anotar y rematar sino para no perder lo ganado. No fue ofensivo sino defensivo de su estatus.

No respondió el candidato del PRI los cuestionamientos –cada vez más crecientes entre la sociedad, las autoridades procuradoras y las judiciales– del narcotráfico en los gobiernos emanados de ese partido, tampoco a lo relacionado con lavado de dinero por parte de ex gobernador, mucho menos a los que acusados de lo mismo hoy colaboran en su campaña; también omitió opinar sobre la deuda en Coahuila, la persecución en los Estados Unidos sobre ex tesorero y ex gobernadores. No respondió el priísta número uno, por los priístas acusados.

Finalmente ese cinismo priísta va ganando la opinión pública, ese ignorar los conflictos, ese abusar de la maquinaria, ese no responder a la transparencia en la rendición de cuentas, ese saber que el PRI es el PRI y no se espera otra cosa, ha calado en la percepción de la ciudadanía, que a pesar que votará por otro candidato, cree que quien ganará la elección será el abanderado del PRI.

Y vaya, la única manera de contrarrestar el cinismo tricolor, es votando, y pensando que el voto cuenta. No hay de otra.

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