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Arnoldo Cuellar

24/05/2012 - 12:02 am

La justa indignación

Las lecturas sobre las primeras muestras de una incipiente inconformidad juvenil en el terreno civil, en contra del estado de cosas que guarda el sistema político mexicano, carecen de la única cualidad que podría servir en un momento como este: la mínima capacidad de comprensión. Quienes se desgarran las vestiduras en la mayor parte de […]

Las lecturas sobre las primeras muestras de una incipiente inconformidad juvenil en el terreno civil, en contra del estado de cosas que guarda el sistema político mexicano, carecen de la única cualidad que podría servir en un momento como este: la mínima capacidad de comprensión.

Quienes se desgarran las vestiduras en la mayor parte de los medios de comunicación porque los jóvenes “no proponen nada” y hacen una bandera del prefijo anti, están exhibiendo la misma pobreza que sus homólogos en el diazordacismo.

Desde luego, resulta sumamente cómodo glorificar a los jóvenes que logran cambios cuando su lucha está en el pasado, cuando no afectan en nada los privilegios creados e, incluso, y es duro decirlo, cuando esos jóvenes están muertos.

Habría que decir a quienes hoy tratan a como dé lugar de minimizar, satanizar, degradar o vincular con causas oscuras a movimientos emergentes como el de YoSoy132, que la participación de los jóvenes en cualquier clase de lucha civilista debe ser totalmente bienvenida, sobre todo si tomamos en cuenta que buena parte de los 60 mil muertos vinculados a la guerra contra el crimen organizado son, precisamente, jóvenes.

¿O, dónde quieren ver los críticos de la incipiente insurgencia estudiantil a los jóvenes? ¿En la apatía y el disfrute, aquellos que tienen las posibilidades? ¿En el narcomenudeo y la delincuencia, quienes no las tienen?

Los integrantes de la actual generación adulta, que hemos manejado las instituciones públicas y privadas,  los medios de comunicación y el propio sistema educativo, no podemos tener mucho de qué enorgullecernos si revisamos a conciencia el país que estamos por heredar.

Entonces, por qué tanta virulencia contra unos chavos alivianados que han salido a la calle a decir dos grandes verdades: que no hay equidad en el manejo de los medios de comunicación y que no ven ninguna promesa de cambio en las propuestas del PRI que se apresta a regresar al poder.

Y si algo habría que agradecer es la recuperación de un valor que siempre ha sido consustancial a los mejores movimientos de jóvenes: la imaginación.

Por lo pronto, la creatividad que han mostrado los alumnos de la Ibero Santa Fe, donde empezó a crecer algo que quizá no sea más que un chispazo, pero que por lo pronto ya iluminó algunos de los peores recovecos de nuestra deforme democracia, ya la quisieran algunos de los cotizados comunicólogos y mercadólogos al servicio de los diversos candidatos.

La protesta juvenil por hartazgo no tiene tiempos ni agendas, aquí y en China. Se da cuando concurren ciertos hechos, cierto estado de ánimo y siempre significa una posibilidad de renovación. Aún los regímenes de mayor dureza y petrificación, como en los viejos países comunistas, se vieron obligados a medidas liberalizadoras para soltar presión, tras alguna asonada.

Detrás de la celebrada reforma política reyesheroliana de mediados de los 70 se encontraba la rebelión del 68 que trató de ser pervertida y cooptada por Luis Echeverría, lo que sólo consiguió echar a andar la mayor insurgencia guerrillera y la primera guerra sucia vivida por el país desde la Cristiada, hoy tan de moda.

Los jóvenes expresan, sobre todo, un estado de ánimo que comparte un gran sector de la población. Saben, como sabemos todos, que tras la restauración que representa Enrique Peña Nieto no hay una nueva propuesta de pacto nacional, sino el regreso de las viejas complicidades, como ya se muestra en la unanimidad de la batería de comentadores en los medios tradicionales, escritos y electrónicos.

Ante la tragedia de una sociedad y una generación, la nuestra, que no logró construir formas de relación política más modernas, ni disminuir la pobreza, ni elevar el ingreso, ni mejorar la educación, ni resolver la inseguridad, ni conservar la soberanía, bienvenido el enojo y la indignación, aún sin propuesta y sin programa.

Los políticos siempre quieren compararse con los toreros: afirman que por el solo hecho de estar en la arena y frente al astado ya merecen aprecio y reconocimiento. Ante la menor crítica replican: “baje usted a pararse aquí”. No se dan cuenta de que en una corrida la función del torero es una y la del público, otra. Unos pagan su entrada y el otro gana una cantidad razonable. Enfrentar al toro es su problema y debería ser su vocación, hacerlo con arte debería ser la gloria. Nosotros, en cambio, en los tendidos, podemos solazarnos y también chiflar y arrojar cojines, es nuestro privilegio, quizá el único cuando la faena es deplorable.

Desde luego, todo esto puede estar a punto de desaparecer para estar a tono con la nueva sensibilidad que llega con los tiempos. Me refiero, por supuesto, a la Fiesta Brava. De los políticos, ni hablar.

 

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Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).
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