Jorge Javier Romero Vadillo
18/05/2012 - 12:01 am
Obama y la cuestión gay
La noticia sorprendió y sacudió la incipiente campaña presidencial norteamericana. El Presidente de los Estados Unidos, ya en la carrera por su reelección, se manifestó abiertamente partidario de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Las reacciones no se hicieron esperar y el tema puso a Barack Obama en el centro de la polémica. De […]
La noticia sorprendió y sacudió la incipiente campaña presidencial norteamericana. El Presidente de los Estados Unidos, ya en la carrera por su reelección, se manifestó abiertamente partidario de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Las reacciones no se hicieron esperar y el tema puso a Barack Obama en el centro de la polémica. De inmediato emergieron los fundamentalistas cristianos y los homófobos recalcitrantes y dispararon sus invectivas contra el mandatario que ya ha sido calificado por alguno de sus detractores como el Presidente más izquierdista de toda la historia de los Estados Unidos. No han faltado las opiniones que cuestionan la pertinencia de la declaración al principio de la campaña, tiempo que según los cánones de la política electoral debe ser de prudencia, sobre todo para quien defiende la posición; las audacias corresponden, en todo caso, al retador.
Sin embargo, la declaración de Obama no fue ni precipitada ni poco reflexiva. Hay detrás un calculo acertado del cambio en la opinión pública respecto al tema de la homosexualidad. Desde luego que habrá despertado iras y el encono en su contra podrá haberse agudizado en algunos sectores de la población, pero esas reacciones corresponden a los grupos de electores que de cualquier manera nunca votarían por este mandatario negro que desde siempre les ha provocado urticaria. En cambio, la toma clara de posición ha aumentado las simpatías al presidente/candidato en un ámbito social que puede ser muy activo y aportar muchos fondos durante la campaña en cierne.
El tema de la homosexualidad es un buen ejemplo de cómo pueden cambiar las percepciones de manera rápida a partir del trabajo de los intelectuales y los activistas y del papel que puede jugar la política en la reforma social. Hace treinta años, en los tiempos de la presidencia conservadora de Ronald Reagan, empeñado en construir una “nueva mayoría moral”, la comunidad homosexual de los Estados Unidos, y con ella la de buena parte del mundo occidental, sufría un embate serio de discriminación, asociado al surgimiento de la epidemia de VIH/SIDA, que le cayó como estigma. Los homosexuales, que habían logrado romper poco a poco, a partir del final de la década de 1960, el cerco moral en el que se encontraban confinados, vieron retroceder su derecho al reconocimiento y al respeto, como resultado de la injusta asociación entre la epidemia y sus conductas sexuales.
Fue la propia epidemia del SIDA la que, paradójicamente, dio un nuevo impulso al movimiento de liberación gay. La necesidad de frenar la diseminación de la infección hizo que, por razones de salud, se tuviera que hablar abiertamente de la diversidad de conductas sexuales, para promover el sexo seguro. El condón dejó de ser un objeto de museo y la información sobre sexualidad sirvió para abrir los armarios en los que se encontraban confinados muchos homosexuales, hombres y mujeres. El combate a la discriminación se extendió más allá de la comunidad gay y las conductas homosexuales comenzaron a ser mostradas sin tapujos ni escarnio en el cine, la televisión, las artes, lo mismo que en la vida cotidiana. Finalmente, uno de los prejuicios acendrados de la moral cristiana fue superado, en uno de los triunfos más relevantes de la libertad en nuestro tiempo.
En México el cambio al respecto ha sido acelerado. Hace doce años apenas, durante la campaña presidencial de Gilberto Rincón Gallardo, el tema seguía provocando escozor a los viejos militantes de la izquierda, veteranos de las batallas comunistas de los sesenta. No era la primera vez que la defensa de los derechos de las personas homosexuales era planteada por un partido político, pues el Partido Revolucionario de los Trabajadores lo había incluido en su plataforma desde 1982, pero incluso en la izquierda de entonces se le vio como una excentricidad de los trostkistas. No fue fácil convencer al propio Rincón de que sacara el tema en el único debate en el que le permitieron participar. Sin embargo, fue su condena a los crímenes por homofobia, y la inclusión de la discriminación por orientación sexual como una de las múltiples discriminaciones que en México se debían enfrentar, el punto que hizo memorable su intervención y marcó el relativo éxito de su campaña.
De entonces para acá el clima de opinión pública ha cambiado notablemente también en México. La homofobia subsiste como lacra social, pero la discriminación por orientación sexual ha remitido sustancialmente. Hoy la sociedad mexicana es mucho más tolerante que hace apenas doce años: a ello ha contribuido la acción consciente de personas y grupos empeñados en impulsar el cambio. La política es un instrumento especialmente útil para impulsar causas de ese tipo, siempre y cuando los políticos no se encuentren atrapados en el conservadurismo por sus miedos o simplemente carezcan de motivaciones más allá de la descarnada ansia por el poder y sus consecuencias distributivas.
A diferencia de Obama o de Rincón Gallardo o Patricia Mercado en 2006, en la campaña mexicana actual lo que predomina es la falta de audacia, de ganas de impulsar causas relevantes para hacer a la sociedad mexicana más moderna, plural y tolerante. Los cuatro candidatos se muestran timoratos, aunque más probablemente se trate de personas sin convicciones profundas, sin energías utópicas. Sólo parece moverlos lo inmediato.
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