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Alma Delia Murillo

05/05/2012 - 12:02 am

Ser alguien en la vida

  No pudo renacer de entre sus cenizas porque las cenizas de sus cosas pesaban demasiado. Últimamente me ha dado por pensar en epitafios para mi tumba, no planeo suicidarme, pero es una efectivísima terapia de transformación de la conducta. No hay conciencia que lo resista, sobre todo si se procura no caer en eufemismos […]

Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)

 

No pudo renacer de entre sus cenizas porque las cenizas de sus cosas pesaban demasiado.

Últimamente me ha dado por pensar en epitafios para mi tumba, no planeo suicidarme, pero es una efectivísima terapia de transformación de la conducta. No hay conciencia que lo resista, sobre todo si se procura no caer en eufemismos posmodernos y autocompasivos, en mamadas, pues.

Vamos a ver: sobre los océanos flotan toneladas de basura y de mierda. No hay imagen que retrate mejor lo absurdo, estúpido y dañino de nuestro culto al consumo. Nuestro. Mío. Qué vergüenza me da confesar que sí, que yo también estoy enferma y he aquí el inventario de mi enfermedad.

Ochenta y seis pares de zapatos.

Diecisiete jeans.

Diez abrigos.

Nueve cremas para peinar.

Seis botellas de champú.

Tres computadoras.

Tres vajillas.

Contar los vestidos, playeras, suéteres, pijamas, cosméticos, accesorios  y calzones me da pena. Estoy realmente perturbada. ¿En qué momento me volví tan idiota? ¿Cuándo empecé a comportarme como si no tuviera una cabeza sobre los hombros?

No me siento orgullosa. Caí en cuenta de esto precisamente porque quería salir de compras. Antes de hacerlo, abrí de par en par las puertas de mi clóset y me pregunté ¿qué necesito?

Luego fui al baño y a la cocina y terminé llorando. ¿Para qué quiero tres vajillas si vivo sola?, ¿no es patético?

Diez abrigos en la Ciudad de México, lo que necesito es una lobotomía.

Soy lo que los gringos llamarían una Kidult  (kid con cartera de adult). Así le dicen ellos y es su manera de retratar a una imbécil que, como yo, trabaja y gana dinero para gastárselo en pendejadas que son equivalentes a los juguetes de los niños: ropa, dispositivos electrónicos, comidas con los amigos, tonterías. O sea, que daría lo mismo seguir comprando muñecas y dulces, ver caricaturas y coleccionar películas: preservar tendencias de consumo que evocan y materializan nuestra infancia.

Hemos creado una plaga de artilugios para aferrarnos al imaginario siempre joven, para pretender que vamos contra el paso del tiempo y “retrasando los efectos del envejecimiento”. Somos ridículamente temerosos de la adultez: los 30 son los nuevos 20, decimos. ¿Y los 20 son los nuevos 10? ¿Será entonces que los 10 son los nuevos recién nacido? ¿Será por eso que algunas personas se refieren a su pareja como “mi bebé”?  Quiero vomitar.

Qué simbólico es lo que hacemos con el dinero. Qué duro me resulta aceptar que trabajo como esclava posmoderna para gastar el dinero como adolescente desbocada. Cuánta miseria.

Necesito incorporar la lógica más elemental a mi pensamiento: no hay razón para comprar algo nuevo hasta que se acaba lo que teníamos. ¿Cómo me olvidé de eso?

Necesito entender que soy una persona, sólo una, con un cuerpo, con los días contados. ¿Por qué tengo objetos como si fuera a vivir tres vidas? ¿Por qué? ¿A qué le tengo miedo?

He decidido no comprar absolutamente nada hasta terminarme lo que tengo almacenado. Calculo que pasaré catorce meses sin comprar ningún champú ni cosmético, seis o siete años sin comprar una prenda de ropa. Lo de los zapatos me resulta incalculable, pero la escala es en décadas.

Si seguimos acá, si los Mayas no y el fin del mundo tampoco, les contaré cómo me fue. Haré un recuento del dinero ahorrado y les compartiré sobre la salvaje y asombrosa experiencia de ver cómo la ropa envejece y se rompe por el uso.

Hoy, más que nunca, me convenzo de que la alternativa no es comprar productos ecológicos, sino dejar de comprar y punto.

Sé que ustedes no están tan enfermos como yo y no quiero convencerlos de nada,  sólo les sugiero que se asomen a su clóset, a su cocina, a sus hábitos. Si quieren.

Me quedo preguntándome si esto es la superación, si para esto es que queremos ser un país de personas prósperas y exitosas. Si esto era lo que nuestros padres imaginaban cuando nos aleccionaban para que fuéramos alguien en la vida.

No somos lo que tenemos. Yo no soy lo que tengo. No quiero ser los objetos que acumulo porque me gustaría, como el Ave Fénix, renacer de mis cenizas. Y no quedar sepultada bajo las cenizas de mi ropa y mis zapatos.

@AlmitaDelia

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