Jorge Javier Romero Vadillo
27/04/2012 - 12:01 am
Calderón en la trampa de Elba Esther
No cabe duda de que Elba Esther Gordillo es una de las políticas más eficaces de este país. Su sentido de la oportunidad y su habilidad para sacar adelante sus objetivos difícilmente son equiparables a los de otros de su oficio. El talento que ha demostrado una y otra vez al enfrentar a sus enemigos […]
No cabe duda de que Elba Esther Gordillo es una de las políticas más eficaces de este país. Su sentido de la oportunidad y su habilidad para sacar adelante sus objetivos difícilmente son equiparables a los de otros de su oficio. El talento que ha demostrado una y otra vez al enfrentar a sus enemigos y para salirse con la suya ha sido proverbial desde que, en los tiempos de Salinas, se hizo con el poder en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, esa maquinaria de control de los maestros creada desde el poder en los primeros tiempos del Estado corporativo. Suena reiterativo, pero es necesario repetirlo: el SNTE no nació para defender a los maestros, sino para subyugarlos, para transmitir los controles políticos del PRI al profesorado. Y bien que lo ha logrado, a pesar de momentos de resistencia abnegados, como el encabezado por Othón Salazar en los primeros años sesenta del siglo pasado, reivindicador de democracia sindical y dignidad profesional, o de las rupturas virulentas de los años ochenta, de las que nació la actual Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
La actual líder sindical, hoy vista por muchos como un factor de poder inamovible, no llegó al lugar que ocupa por una enorme popularidad entre los maestros, ni por el resultado de un proceso democrático surgido de la base sindical para acabar con el anterior cacicazgo del inefable Jongitud Barrios. Elba Esther Gordillo encabeza hoy la dirigencia del sindicato magisterial porque el entonces presidente Salinas de Gortari decidió que ella sustituyera al caduco dirigente de cepa echeverriísta, inútil ya para mantener el orden entre los maestros y sospechoso de no haber sido del todo leal en la elección cataclísmica de 1988. La maestra era el recambio adecuado para los objetivos gubernamentales de entonces, pues Salinas no tenía ningún interés en desmantelar el control autoritario del mundo del trabajo; sólo pretendía sustituir a los dirigentes díscolos por otros leales a su proyecto. Fueron los últimos tiempos de la presidencia omnímoda en los que las dirigencias sindicales eran, como casi todo en este país, decididas por el señor del gran poder.
Pero la maestra resultó no ser tan dócil, como pronto lo corroboraría el entonces secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, cuando quiso sacar adelante el Acuerdo nacional para la modernización de la educación básica. En la negociación con el SNTE el proyecto perdió filo y muchos de sus principales aspectos quedaron convertidos en mera simulación, sobre todo la idea de crear una carrera magisterial, la cual acabó siendo un mero programa de estímulos económicos de carácter voluntario que premiaba la simple asistencia a cursos por parte de los maestros, sin ningún mecanismo de evaluación del aprovechamiento, no digamos ya del desempeño profesional.
Desde entonces, cada intento de reforma del sistema educativo se ha enfrentado a la resistencia del SNTE, convertido en un bastión inexpugnables del antiguo régimen que se resiste a morir. Para ello se aprovecha de la falta de proyecto alternativo de la arisca CNTE, convertida en el ejemplo de lo que hay que evitar. Ningún gobernador, pues desde 1992 son los estados los que administran los recursos educativos, quiere echarse una bronca como la de Ulises Ruiz, así que mejor dejan las cosas como están y mejor pactar el inmovilismo con los del SNTE oficial, porque los de la CNTE son los rudos, aunque en el fondo quieran lo mismo: que todos siga igual.
Y es que el control corporativo se fundó, desde que se establecieron por decreto presidencial las condiciones generales de trabajo en 1946, en una fórmula relativamente simple. Los maestros tendrían un trabajo seguro, con todas las prestaciones de ser empleados del Estado, aunque sus salarios no fueran envidiables ni mucho menos, sólo a cambio de ser leales políticamente al régimen y servir como clientela política al sindicato y al PRI. Nunca se les pidió un gran desempeño profesional. Desde la formación –exclusivamente en las normales públicas– la exigencia académica era laxa y una vez obtenida la plaza ya nadie se volvía a ocupar de su desempeño. Los movimientos de adscripción o los ascensos dependían de la lealtad y la disciplina demostrada al delegado sindical, no de lo que hicieran o dejara de hacer en el salón de clases. Por eso hoy los maestros se resisten a ser evaluados; es como si a un equipo de futbol se le dijera que a partir de mañana va a jugar rugby. Seguro que los jugadores se negarían, pues lo más probable es que acabaran desnucados.
La maestra sabe mejor que nadie en que condiciones laborales se encuentran hoy los profesores y lo aprovecha para mantener su poder. Como los dirigentes de las repúblicas soviéticas que al desaparecer la URSS adquirieron autonomía y se convirtieron en dictadorzuelos de tragedia, Elba Esther Gordillo aprovechó la derrota electoral del PRI para ganar margen de maniobra. Sedujo a Fox, que no tocó su poder ni con el pétalo de una rosa y después le vendió caro su apoyo a Calderón, que quedó entrampado en la telaraña que le tejió, al grado de buscar que su partido no postulara a Josefina Vázquez Mota, desafecta a la lideresa, con la esperanza de que la candidatura de Cordero sirviera para revivir el pacto electoral que le llevara a la candidatura del PAN los votos supuestamente controlados por el SNTE. Ni esa le salió. Hoy la maestra reta al gobierno que le ha protegido celosamente su coto y ni siquiera ante la evidente defección, Calderón se va a atrever a enfrentarla. Todo a costa de la calidad de la educación en ruinas.
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