No es de sorprenderse que el alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal, mandara a volar –como decimos los mexicanos– al Comité Ejecutivo Nacional del PAN. No es de sorprenderse tampoco que no le importara que detrás de la petición de que solicitara licencia estuviera el presidente Felipe Calderón, quien ha gobernado el partido y todas sus decisiones en los últimos cinco años.
Y no debe sorprender, primero, porque en este sexenio la impunidad hizo del país su reino, y la impartición de justicia en casos emblemáticos estuvo marcada por la agenda política. A unos los detuvieron para mandar mensajes –el michoacanazo, el caso Hank– y a otros los dejaron en libertad por las mismas razones. Verdaderas fichitas de célebre memoria que debían estar en prisión no lo están, y en gran parte se debe a la voluntad presidencial: no es que Calderón en persona los sacara de la cárcel, pero hizo saber que la impartición de justicia está subordinada a intereses. ¿Por qué tendría que irse –pensará Larrazabal– si ni siquiera ha sido juzgado o encontrado culpable de algo?
Larrazabal no se fue porque en casi cualquier país del mundo, Juan Molinar Horcasitas estaría preso por la negligencia que llevó al asesinato de medio centenar de niños en la guardería ABC. Él, y los familiares de Margarita Zavala. Pero el secretario ni siquiera renunció ante la presión social; se fue cuando quiso y cayó para arriba: ahora tiene cartera de secretario en el PAN. ¿Por qué habría de renunciar Larrazabal si Molinar está libre aún cuando fue encontrado culpable por la Suprema Corte de Justicia de la Nación? ¿Por qué debe renunciar si ni siquiera aparece en los videos en los que sí está Jonás su hermano?
Larrazabal no pidió licencia porque “los enemigos son otros”, dijo, y se refería a los dueños de casinos, pero también a los que el Presidente ha sentado a su diestra y son tan o más inmorales que él. Como Elba Esther Gordillo, culpable del desastre educativo nacional junto con el secretario Alonso Lujambio, quien además es acusado de un posible fraude con la “Estela de Luz” y ya nadie le mueve al asunto. O como el dirigente de los trabajadores del IMSS, Valdemar Gutiérrez, a quien Felipe Calderón hizo diputado federal para pagarle por los votos que le acercó en las elecciones de 2007 a la fecha. ¿Por qué a estas fichas no se les juzga con la misma dureza que se aplica al alcalde de Monterrey?
Larrazabal no se fue porque el PAN de Calderón quiere aplicarle un castigo sin que fuera juzgado, cuando el mismo mandatario extendió su mano, en su momento, a verdaderas lacras públicas, juzgadas y condenadas, como los ex gobernadores del PRI Mario Marín y Ulises Ruiz, por citar.
Larrazabal no pidió licencia porque considera que el Presidente es injusto: personajes de todos los calibres le han pedido que juzgue o por lo menos despida a Genaro García Luna por el desastre nacional provocado por su estrategia fallida. ¿Por qué no se va el secretario de Seguridad Pública, en parte culpable por los 50 mil muertos de la guerra, y él, Larrazabal, contra quien no existe evidencia, debe renunciar?
Larrazabal no se fue porque, en efecto, él sí ganó una elección por mayoría cuantificable en la misma elección en la que el PAN perdió la gubernatura de Nuevo León. De la elección que llevó a Calderón a Los Pinos persiste la duda.
Larrazabal no le hizo caso al PAN y a su máximo líder porque habrá calculado, quizás, que puede buscar que el PRI lo acoja, ¿por qué no? Si el partido en tiempos de Calderón mostró que se valen las alianzas sin importar que sean con los más malos; sin que importe la ideología y sólo para garantizarse fuerza y votos.
Larrazabal no pidió licencia porque es un hecho que el Presidente pierde impulso a diario. Su mandato se debilita por sus propios resultados, y porque prácticamente está llegando a su fin. Un final adelantado. Larrazabal quizás calculó que si nada de pechito, dentro de poco tiempo el Presidente ya no mandará en el PAN. El que garantizaría continuidad al calderonismo, Ernesto Cordero, no despega. La precandidata Josefina Vázquez Mota gana adeptos y votos a diario y el segundo en las preferencias es Santiago Creel, un opositor de Calderón. Larrazabal habrá pensado que la debilidad del Presidente y su propia cercanía con otros panistas renombrados –entre ellos Ernesto Cordero, aunque lo niegue– puede evitarle la expulsión del PAN, que si no se da de inmediato, esta misma semana, le darán tiempo para negociar con otras fuerzas en su partido.
Larrazabal no renunció porque es un caradura. Pero muchos caraduras en tiempos de Calderón –Molinar, los familiares de Margarita Zavala, Elba Esther, Valdemar, Marín, Ulises, García Luna, etcétera– siguen su vida como si no pasara nada. ¿Por qué habría de renunciar?
¿Qué autoridad moral tienen para pedirle que se vaya?