Si Álvaro Colom, el presidente de Guatemala, en verdad quiere esclarecer el asesinato de Facundo Cabral, tanto para el gobierno argentino, como para el mundo que amaba al poeta errante de Latinoamérica, tiene que ir a dos lugares: la cárcel de Guatemala y tres bancos mexicanos.
Los asesinos iban tras el empresario Henry Fariñas, eso lo dice todo el mundo. Lo que no dicen los medios guatemaltecos es que este hombre, nacido en Nicaragüa, ha sido durante años el lavador de dinero del cártel de Sinaloa. Su trabajo es efectivo, pero no imposible de investigar. Su nombre apareció hace años cuando investigábamos a las redes de tratantes de mujeres de América Latina. Fariñas es copropietario de una cadena de bares y prostíbulos denominados Elite, con instalaciones en Panamá, Costa Rica, Colombia, Nicaragua, México y Guatemala. Estos bares de bailarinas eróticas, son parte de una gran red de trata de mujeres que, desde Nicaragua, Paraguay, El Salvador, Colombia y el Caribe, son traficadas para explotarlas no solamente en ambientes de prostitución forzada, sino también, como parte de las redes de tráfico de drogas y blanqueo de dinero.
Llama la atención que los medios guatemaltecos se refieran a Fariñas, hijo de un pobre afinador de pianos, como “el reconocido empresario de la cadena de centros nocturnos”, y no hagan referencia a las investigaciones que la DEA lleva a cabo desde hace años, para seguirle la pista a este emporio de trata de mujeres cuyo objetivo final es mover dinero en efectivo desde Panamá hasta México.
La desgracia para Facundo Cabral y David Llanos, su representante, fue haber aceptado que Fariñas les llevara al aeropuerto. El nicaragüense recogió a Cabral y a su agente en el Hotel Tikal. Los sicarios les persiguieron y Fariñas, al volante, se salvó de la muerte, todo indica, ordenada por Daniel Pérez Rojas alias «El Cachetes», preso en Guatemala por delitos graves y acusado por homicidio. Si el presidente Colom y su Fiscal General lo deciden, podrán llevar a cabo uno de los golpes judiciales más importantes de su país, para evidenciar los vínculos entre la trata de mujeres de Centroamérica y el Caribe con los cárteles regionales (hace rato que dejaron de ser sólo mexicanos). Los dos sicarios están en manos de la policía y, por desgracia, la autoridad guatemalteca está prácticamente controlada por los cárteles. La presencia de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG/ONU) es garantía de que no lograrán comprar la justicia con tanta facilidad.
Si la DEA decide participar directamente con la CICIG, la muerte del cantante habría servido para evidenciar una de las redes de esclavitud de mujeres más poderosas de la región, cuyas ganancias multimillonarias terminan en bancos mexicanos y norteamericanos.
Con la muerte de aquel poeta a quien la UNESCO nombrara el «Mensajero Mundial de la Paz» en 1996, tal vez cientos de mujeres y niñas arrebatadas de sus hogares, forzadas a la prostitución y al narcotráfico, podrán librarse del miedo y saldrán de esa red en la que desde hace años viven atrapadas, temerosas de hablar. No soy la única reportera que investigó esta red y que conoce la magnitud que le adjudican la DEA y ICE, lo curioso es que ni los medios de Guatemala ni su propio presidente estén ya sobre las pistas evidentes, y escuchando a aquellas mujeres que escaparon y que, desde hace años, intentan revelar cómo funciona la esclavitud femenina como una herramienta para la delincuencia organizada.
Mientras escribía mi libro Esclavas del poder, una diputada guatemalteca recibió amenazas de muerte de un militar que protegía a esas redes. Ahora, ella espera que las autoridades hagan lo que les corresponde, aunque caigan altos funcionarios guatemaltecos vinculados con la protección de los tratantes, aunque caigan los poderosos militares que son, a la vez, asociados y clientes asiduos de estos delincuentes guatemaltecos encabezados por Fariñas y sus socios.
Al referirse a la violencia generada por la delincuencia organizada, Facundo Cabral, el ciudadano del mundo, dijo: “Y que no te confundan unos pocos homicidas, el bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso”. Si acaso unos cuantos buenos infiltrados en el aparato de Estado guatemalteco se atrevieran a salir del silencio. Esos buenos que son los posibles salvadores de esa patria maravillosa que vio nacer a Luis Cardoza y Aragón, a Carmen Matute, a Delia Quiñones y al creador de la novela Hombres de maíz, Miguel Ángel Asturias. Pronto lo sabremos.