San José Acoculco no es un desierto, pero tampoco es una montaña verde, sino un lugar de árboles con signos de putrefacción, esqueletos de roedores, lodazales mezclados con plásticos de refresco, ropa, animales muertos y espuma.
El olor, que se siente a la entrada del pueblo, advierte una especie de abandono. En algunas zonas hay pequeñas parcelas, ya con espigas, donde posan casi secas decenas de milpas, para el autoconsumo de la gente y el zacate apilado de los animales de campo.