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De lo superficial a lo femenino: así evoluciona el mensaje de los cuentos infantiles

29/05/2016 - 12:00 am

Desde las princesas cuya única expectativa en la vida era encontrar a un príncipe azul hasta el empoderamiento femenino, pasando por la relevancia de la amistad y la superación de una discapacidad, las historias infantiles se han transformado, aquí un recuento.

Por Borja Ventura, Yorokobu

Imagen Especialpixar
Toy Story Significó Un Antes Y Un Después En Las Historias Infantiles Tanto Por Su Trama Como Por Las Técnicas Usadas Imagen Especialpixar

Ciudad de México, 29 de mayo (SinEmbargo/ElDiario.es).- Las historias que contamos a los nuestros nos retratan como sociedad. Las películas españolas, por ejemplo, son muy distintas a las estadounidenses. Incluso las españolas de ahora no son las de hace seis décadas -mojigatas, recatadas y religiosas-, ni las de hace cuatro -machistas, sexuales y paletas-. Hay ciertos clichés que se perpetúan en el tiempo: nuestro imaginario cinematográfico tiene a la Guerra Civil y el americano tiene la guerra, así en general.

Pero por debajo de esa capa comercial y muchas veces pretendidamente artificial que supone la cinematografía de un momento determinado, hay un sustrato cultural mucho menos perceptible pero tremendamente poderoso: la narrativa infantil. En general, y por aquello de las moralejas y el aprendizaje, crecemos escuchando cuentos crueles para crecer como niños sanos: el lobo y la madrastra escenifican aquello que debemos evitar, y el príncipe valiente y la amistad son los valores -el amor, la familia- que hay que preservar.

Si juntamos ambos mundos -el cinematográfico y los cuentos infantiles- se produce un retrato vivo de lo que, como sociedad, enseñamos a nuestros herederos con el añadido de que es un producto tan ligado a lo comercial que evoluciona mucho más rápido que las leyendas orales y textuales de las que viene. Las películas para niños son, por tanto, un testimonio de cómo es nuestro mundo y de lo rápido que cambia.

Las moralejas y dicotomías -el bien y el mal, los allegados, lo desconocido- se perpetúa. Lo que cambian, sin embargo, son los códigos externos: la forma en que se cuenta una misma historia desde hace siglos. Hay veces, sin embargo, que esos cambios en el código suponen, a la vez, cambios en el mensaje.

LOS CLÁSICOS

Esto se aprecia, por ejemplo, en aquellas películas primigenias, luego readaptadas y mejoradas, donde se daba un mensaje buenista que venía de una historia inicial dramática. La forma en que se llegaba a un final feliz no era tan importante como el mensaje que trascendía en medio.

Así, por ejemplo, la Blancanieves de 1937 era una niña que huía de su hogar porque su madre iba a asesinarla por ser la más bella del reino. La belleza es el desencadenante de una tragedia, un valor absoluto e inevitable que marcaba educación, con los celos como trasfondo de todo. Unos años más tarde La cenicienta de 1950 desarrollaba ese mismo argumento: los celos de una madrastra y sus hijas contra una legítima heredera humilde, trabajadora y finalmente triunfante.

En ambas cintas hay, sin embargo, un poso más demoledor que se repite en La bella durmiente de 1959: la idea de la superficialidad. Una es amenazada por ser bella, la otra tiene que recurrir a la magia para aparentar un estatus que le permita conquistar a su pretendiente… y la otra -como las dos anteriores- se enamora del primero que pasa por delante, el príncipe inevitable y su enseñanza determinista: el amor está escrito que debe ser así, con esa primera vez que sólo tiene un destinatario.

En esa misma época otras dos cintas introducían mensajes igualmente devastadores. El Dumbo de 1941 habla del encierro, de la discriminación por motivos físicos y, al final, de la superación de los problemas a través de la fe. Y, sobre todo, el Peter Pan de 1953 colaba un terrible mensaje machista por debajo del idílico miedo a crecer y la fantasía infantil: Campanilla y las sirenas se vuelven contra Wendy para conseguir el favor del protagonista, a la vez que ésta toma la decisión de marcharse de su lado cuando una princesa india se acerca demasiado a su pretendido. Son los celos, de hecho, los que provocan el desenlace del combate final con Garfio, que los aprovecha en su favor.

LOS AÑOS DORADOS

El desarrollo de la industria cinematográfica y de las técnicas de animación contribuyó a que entre los 70 y 80 se impulsara la animación. A finales de los 80, de hecho, empezaron a ver la luz algunas de las cintas infantiles más exitosas de la historia, pasando a sumarse a los grandes clásicos de décadas atrás, aunque con argumentos más elaborados, estéticas más actuales y tramas enriquecidas.

Los mensajes clásicos, sin embargo, permanecían, aunque con retoques. La sirenita de 1989 surge de la desobediencia al padre, igual que ‘El rey león’ de 1994. En el primer caso hay un potente trasfondo sobre la apariencia física, no ya desde la belleza como antaño, sino desde la condición humana: la tónica del amor idílico a primera vista sigue vigente una vez más, incluso sacrificando el mayor don que se posee (en este caso, la voz) para intentar conseguirlo.

El argumento de la belleza vuelve a escena en La bella y la bestia de 1991, aunque de una forma distinta y dando la vuelta al argumento: no es tan importante el aspecto físico, porque lo importante está en el interior… aunque al final de la película la belleza emerge como fin indiscutible.

En el Aladdín de 1992 -que, por cierto, también nace con la desobediencia al padre- se introducen elementos clásicos reformados: la rebeldía ante el destino predeterminado por una parte y la importancia del interior por encima de la apariencia por otra, aunque en este caso no tanto como belleza sino como clase social. Sin embargo, como sucede con Bestia -el monstruo acaba siendo bello-, aquí el pobre acaba siendo sultán.

Quitando esos ya clásicos, quizá la película más transgresora de esos «años dorados» fue Toy Story en 1995, y no sólo por tratarse de la primera película de animación de estas características, sino por cambiar el eje de la narrativa: ya no hay un debate sobre belleza y superación -aunque el personaje secundario del astronauta sí tiene su travesía en el desierto particular-, sino de exaltación de la amistad y la confianza en el grupo.

Aquí ya no hay un destino incuestionable, ni un enemigo que encarna la moraleja de turno, sino una mera prueba que sólo se supera confiando en la sociedad que rodea al protagonista.

EL CAMBIO DE MENSAJE

Toy Story supuso un antes y un después en muchas cosas, especialmente en cuanto a técnica… pero también en lo que representa la narrativa. Hay casos que son reenfoques de lo que se hizo décadas atrás, como la superación de la discapacidad que propone Buscando a Nemo en 2003 -por lo de nadar con una aleta mal formada y, de nuevo, la desobediencia al padre-, que es en cierto modo similar a aquel Dumbo de los clásicos.

La victoria final del débil se convierte entonces en argumento común: ya no hay príncipes ni grandes brujas, sino robots de limpieza que confían en su sociedad, como Wall-E en 2008, o abuelos y niños que cuestionan y derriban a los héroes y mitos, como en Up en 2009.

Ese mismo año dio comienzo el que posiblemente sea el giro narrativo más importante de la cinematografía infantil: el empoderamiento femenino. Empezó con Tiara, la primera princesa negra del mundo de Disney que, con un pie en los clásicos, es la heroína por mérito propio, y siguió en 2012 con Brave y la imagen de la luchadora y guerrera.

Esa lógica ha trascendido el cine infantil para crecer hasta el adolescente: la saga de Los juegos del hambre o la de Trascendente son una buena muestra de ello -aunque la ciencia ficción ya hizo lo suyo al respecto, desde Alien hasta Resident evil, pasando por Underworld-. El cine más adulto, incluso, se ha contagiado también de esa tendencia femenina, y el episodio VII de La guerra de las galaxias es un buen ejemplo de ello.

Pero si ha habido una cinta capaz de matar al padre esa ha sido Frozen, de 2013. No es sólo que las protagonistas de la cinta sean dos chicas, ni que sean ellas las que noquean al villano de un puñetazo, sino porque a lo que vencen es a sí mismas y sus miedos. Todo ello con una crítica voraz al pasado y a la idea de casarse con el primero que pasa por delante.

En Frozen vuelven las princesas, la belleza y el trauma inicial como catapulta de la historia. Pero al menos esta película cuenta cosas de una sociedad muy diferente: las mujeres que enseñamos ya no viven en castillos esperando a ser rescatadas con la belleza como única arma. Ahora conducen el Halcón Milenario.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE ElDiario.es. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

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