Fue en aquellos días cuando descubrí a un compañero de viaje que me contaba su tierra mientras imaginaba la mía: Mia Couto y su libro Terra sonâmbula.
Ciudad de México, 21 de mayo (SinEmbargo).-
Cada um descobre o seu anjo
tendo um caso com o demônio
(Cada uno encuentra su ángel
teniendo una aventura con el demonio)
Mia Couto
En Maputo el aire huele a mar, a tierra color carmín, a nostalgia. Al caminar por sus calles estrechas uno puede percibir el aroma de una parte del África negra que nos llama y que por alguna mágica razón de la vida, nos hace sentir pertenencia.
Para llegar a la capital de Mozambique no sólo hay que dejar atrás mares y cielos, se deja en casa, también, una parte de lo que somos. Tomé un avión una tarde en que el sol derretía los ánimos, viajé con más advertencias que seguridades: ten cuidado con el SIDA; ahí asaltan y matan; no hay leyes sólo el afán de un gobierno corrupto basado en la cofradía de un partido que ha gobernado por siempre…sugerencias comunes para quien visita nuestro país, para nosotros mismos.
Mi viaje a Mozambique era claro: una ONG portuguesa/española me contrató para escribir pequeñas crónicas y fotografiar algunos rincones más que jodidos en aquel país olvidado. La intención era agregar dicho material a los requerimientos presupuestarios. La propuesta, simple, era esa. La realidad fue que en un país donde la expectativa de vida es menor a 50 años, las crónicas que uno puede intentar escribir tienen que ver más con los espejismos que con la dura realidad que se palpa, a cada paso, en cada pueblo. Fue en aquellos días cuando descubrí a un compañero de viaje que me contaba su tierra mientras imaginaba la mía: Mia Couto y su libro Terra sonâmbula.
Changos que narran, leones que comen ilusiones, flamencos que al volar se llevan los sueños de los que están abajo. “África está llena de Macondos”, dijo alguna vez el autor y tiene razón, sólo que el realismo allá nos es mágico, es real, se puede palpar.
Autor de raíces blancas inmerso en un mundo negro que lo acepta y lo rechaza, que lo hace suyo para después olvidarlo, causando que su escritura se vuelva rica, irónica, densa momentos después de haber sido poética, un puente entre Occidente y la tierra de nadie: Mozambique, sur de África, tierra indómita.
“¿Conoce la diferencia entre un sabio blanco y uno negro? La sabiduría del blanco se mide por la prisa con que responde. Entre nosotros es más sabio quien más se demora. Algunos son tan sabios que no responden nunca”, escribe, entre otras muchas anécdotas, Mia Couto y es ello lo que me ayuda a comprender los largos silencios, los mitos locales, lo humano y lo sobrenatural, lo ancestral, la guerra que devastó al país y que sigue en las venas, la memoria, la superstición, las tradiciones y la política, muertos que atormentan a los vivos tal y como pasa en Monclova que bien podría ser Massaca, en un Inhambame que no está lejano a nuestro Irapuato; Maputo huele a DF, Tepito es el Barrio de los artistas donde uno entra sin saber la salida, Xilunguini, el lugar donde viven los blancos, es Santa Fe, la corrupción del FRELIMO es la del PRI.
Los mozambiqueños creían que su Guerra Civil se debía al descontento de los difuntos con sus descendientes. Nuestra guerra tiene que ver con los desaparecidos. Así se conecta el mundo, bajo pequeñas redes invisibles que nos vuelven ni distintos ni distantes.
Hay que encontrar a nuestro Mia Couto, ese escritor que nos cuente el cómo somos, de dónde venimos y en qué soñamos. Uno que platique con nosotros mientras caminamos (¿deambulamos?) en un país que no puede seguir hacia delante sin mirar atrás.
Alejandro Cárdenas es documentalista. Su opera prima documental, Oasis, formó parte de festivales como Morelia, La Habana y DocPoint, lo que lo hizo sonreír mientras dormía. Ahora dirige ElOtro.com.mx