Cuando una madre mira a su hijo, no le es suficiente admirarlo y agradecerle por haber salido de sus entrañas; de esta manera reafirma el vínculo que le une a él y se produce en ambos una sensación de bienestar. Esto se debe a la oxitocina, mejor conocida como «la hormona del apego».
Por Sébastien Chavigner
Ciudad de México, 18 de marzo (SinEmbargo/ VICE Media).- Después de trabajar todo el día llenando formularios de Excel en una oficina compartida y repleta de gente haciendo lo mismo que tú, llegas a casa y te acomodas en el sofá. Por fin puedes relajarte mientras degustas unas quesadillas y ves un episodio de Friends. Te dejas envolver por las risas que provienen del televisor (que probablemente pertenecen a personas ya muertas); estás en el nirvana, relajado, en una palabra: echándola. Pero esa quietud pronto se ve interrumpida por una mezcla entre remordimiento y angustia: él está allí como cada noche. Como cada noche, te acecha desde la sombra que se forma entre la televisión y la mesita del centro de la sala, en la que dejaste regadas montón de revistas y estados de cuenta. Así es, se trata de Tobi, ese golden retriever tan adorable que se te ocurrió adoptar hace dos años, sin detenerte a pensar en los 23 metros cuadrados que mide tu departamento y los traumas que Cujo te ocasionó en la infancia. Tobi es genial. Siempre está de buen humor, es bastante bien portado, es juguetón sin llegar a fastidiar y demasiado adorable. Sus ojos podrían derretir el corazón de un estratega militar.
A pesar de todo, esta noche desearías que esos ojos que tanto amas miraran a otra parte. Tobi lleva 10 minutos ahí, inmóvil e impasible. Te mira fijamente, mientras tú haces lo posible por concentrarte en la divertida discusión entre Chandler y Monica y de olvidar que lo único que podías preparar eran quesadillas. Empiezan a acecharte muchas preguntas: ¿acaso Tobi intenta decirte algo? ¿necesita ir al baño? ¿se te olvidó darle de comer? ¿te quiere devorar? Los recuerdos de Cujo empiezan a emerger y el miedo se apodera cada vez más de ti. Miras rápidamente el cuchillo de cocina que dejaste en la mesa. Después de un rato, ya no aguantas más y le llamas a Tobi para que suba al sofá, como cada noche, y lo acaricias. Al menos, esta noche tampoco te comerá.
En cambio, el muy sin vergüenza obtuvo exactamente lo que quería. No dudó ni un instante en mirarte fijamente a los ojos para atraer tu atención y conseguir un buen lugar para mirar la televisión. Tobi es un perro, y hace miles de años que los perros utilizan su mirada para crear un vínculo con sus amos. En todo caso, eso es lo que afirman los investigadores japoneses que escribieron un estudio sobre el tema y publicaron los resultados el año pasado en la revista Science.
Cuando una madre mira a su hijo, no le es suficiente admirarlo y agradecerle por haber salido de sus entrañas; de esta manera reafirma el vínculo que le une a él y se produce en ambos una sensación de bienestar. Esto se debe a la oxitocina, mejor conocida como «la hormona del apego». Cuando dos personas se miran intensamente producen esta hormona.
El caso es que los perros también producen esta hormona. Bajo la dirección de Miho Nagasawa, los investigadores de la Universidad de Azabu, Japón, decidieron probar si el intercambio de miradas entre un perro y su amo podía causar los mismos efectos que una madre con su hijo. La respuesta fue sí. Los investigadores simplemente midieron los niveles de oxitocina que producían 30 perros y sus amos, antes y después de intercambiar miradas por un tiempo prolongado y se dieron cuenta, posteriormente, de que los niveles de ambos aumentaron un 30 por ciento. Este porcentaje era mayor si el dueño, además, había acariciado a su perro o le había susurrado cosas bonitas a la oreja.
El mismo experimento se llevó a cabo con lobos y sus entrenadores, pero no arrojó los mismos resultados; los niveles de oxitocina se mantuvieron igual. Cabe mencionar que en el caso de los lobos, una mirada directa es, ante todo, una manera de reafirmar control y por ende, una amenaza. Si tu lobo te mira fijamente mientras ves Friends en pijama, dale tus quesadillas y aprovecha el momento para ir a comprar una pizza y un golden retriever.
Esto nos explica en gran medida por qué Tobi es tan latoso (ok, en realidad es un amor; no quiere más que tu felicidad) y por qué tanto el hombre como el perro se han domesticado mutuamenteo. Con el paso del tiempo, los perros aprendieron a utilizar un método de comunicación humana: la mirada. Al aprender a estimular sus niveles de oxitocina, perros y humanos han podido considerarse como auténticos socios, en lugar de enemigos o simples compañeros de casa. El día que Tobi no te mire más, no te sorprendas si necesitas agregarle un poco de Xanax a la salsa de tus quesadillas.