¿Qué sucede con las ferias del libro? ¿Son un verdadero vehículo de promoción de la lectura?. Escribe el director de la Felimaz -Feria Internacional del libro de Mazatlán-, el escritor Juan José Rodríguez
Por Juan José Rodríguez
Lo principal que debe hacer el comité organizador de una feria del libro de provincia, es no tratar de imitar o superar a la FIL. Ese es el problema de muchas ferias bien intencionadas que se hacen en las entidades federativas. No se va a lograr jamás que todas las editoriales tengan su stand y sienten ahí autores de primera fila porque eso esto es técnicamente imposible.
La Feria Internacional del Libro en Guadalajara existe porque en principio es un centro de negocios que está dentro de un centro de negocios donde cierran negocios las casas editoriales, tal como en un draft de fútbol americano. Lo que vemos alrededor de Guadalajara es consecuencia de esta reunión macroeconómica, algo como una Expo Canacintra o CANACO local con escritores que se sienten Jerry McGuire.
Quien imite la FIL cometerá sus defectos. Puede provocar que su feria del libro se vuelva una competencia terrible y desleal para librerías locales, eternamente en crisis. Hay que procurar darles juego y que participen de la derrama de publicidad y ventas, sin menoscabo a los vendedores foráneos que ayudan a darle forma a un tianguis del libro. «Los Ferieros», esos vendedores errantes de libros que son aliados o enemigos de los mayoristas, cumplen una función social que jamás será reconocida.
NO HACERLE EL JUEGO A LOS INTERMEDIARIOS
A la hora de organizar una feria del libro, hay que procurar no seguirle totalmente el juego a las editoriales o, mejor dicho, a los vendedores intermediarios. Si la programación es fiel y total reflejo de los catálogos, su feria será un compendio de puras narconovelas o reportajes del crimen organizado, libros políticos o autoayuda. Ojo, esos son importantes, pero busquemos el equilibrio con sellos independientes, aunque no tengan la «legitimidad» de las grandes casas comerciales. Al buen lector le gusta la variedad.
Los autores locales no deben ser dejados fuera de una feria, aunque sean sus críticos más feroces e irónicos. Dos huracanes que chocan no son dos fuerzas contrarias: en realidad son la misma manifestación de una fuerza, aunque ambas no lo saben. Una feria que no genera lectores y diálogo con los autores es solo una muestra editorial.
«Como dijo Juan Villoro, no confunda el éxito con las cifras. Una feria debe ser proporcional al tamaño y economía de su ciudad. Si su feria parece demasiado pequeña, no trate de rellenarla con puestos de collares, velas, esoterismo, garnachas e incluso juguetes educativos. Una feria del libro debe ser en esencia de libros. Mientras más puestos de cosas ajenas a la literatura tenga, menos libros se venderán y usted traicionará su objetivo inicial».
Uno puede criticar muchos detalles de las ferias hechas por instituciones y personas bien intencionadas que desean levantar su comunidad, agobiada por la rutina y la falta de actividades culturales, pero lo bueno es que a pesar de sus tropiezos o círculos viciosos, logran el mejor milagro y más duradero: acercar los libros a sus lectores; generar entusiasmo ante el acto de leer y el acto de escribir.
Si usted desea apoyar una feria del libro en su localidad, asista a ella y será parte de ese prodigio. Uno se sorprende cuando asiste a una actividad de este tipo la cantidad de críticas hirientes que encuentra en los medios o redes sociales locales. No importa: eso es un desgaste inevitable. En los años setenta solo teníamos la feria del Palacio de Minería y hasta para la Ciudad de México era insuficiente. Hoy celebremos que tenemos opciones y mejores canales para conseguir más y mejores libros; pero no olvidemos que la promoción a la lectura comienza en los hogares y las escuelas.
Por último, hay ferias que inician en las plazas públicas y eso es muy emotivo y asegura el paso de cierto público, (Tacámbaro, Michoacán, está por iniciar la suya propia en una plaza). Pero con el tiempo la feria debe tratar de migrar a un espacio cerrado, por simple seguridad, presentación y evitar el humedecimiento de los libros, por no hablar de las posibles lluvias. Una feria del libro en la calle siempre será vista por el público y los políticos como un tianguis. Y a veces, en manos de ellos está decidir el destino o la continuidad de estos proyectos. Hay que blindarla con un sitio digno que la fortalezca y mantenga viva.