Nadia Murad solo tenía 19 años cuando su pueblo situado en Sinjar, en la zona norte de Irak, fue capturado por las fuerzas del Estado Islámico. «Llegaron el 3 de agosto y el emir [líder] de ISIS nos dijo que si nos convertíamos nos dejarían vivir, pero nadie quiso convertirse», comienza.
Por Lara Whyte
Ciudad de México, 26 febrero (SinEmbargo/ViceMedia).- La irrupción de las fuerzas del Estado Islámico en el pueblo de Nadia Murad, en Sinjar, marcó el inicio de varios meses de tormento, violaciones, abusos y cautiverio. Ya liberada, esta activista yazidí ha emprendido ahora una feroz campaña a favor de la supervivencia de su gente.
Nadia Murad solo tenía 19 años cuando su pueblo situado en Sinjar, en la zona norte de Irak, fue capturado por las fuerzas del Estado Islámico. «Llegaron el 3 de agosto y el emir [líder] de ISIS nos dijo que si nos convertíamos nos dejarían vivir, pero nadie quiso convertirse», comienza.
«El 15 de agosto, a las 11 de la mañana, pidieron a la gente de nuestra zona que se dirigiera al edificio del colegio, que tenía dos plantas. Llevaron a las mujeres, a las niñas y a los niños pequeños al primer piso y los hombres tuvieron que quedarse en la planta baja. Intentamos llevarnos a mis sobrinos arriba con nosotras. Hicieron levantar los brazos a los niños, si tenían vello en las axilas debían quedarse abajo y si no tenían pelo podían subir con el resto».
Murad, su madre y sus hermanas miraban por las ventanas, junto con otros cientos de mujeres y niños del pueblo yazidí de Kocho, mientras ISIS asesinaba a sus hombres y sus muchachos. «Podíamos ver el exterior, disparaban a los hombres o los decapitaban. También vimos cómo se los llevaban en autobuses. Mis seis hermanos fueron asesinados de este modo».
Cuando entrevistas a Murad te das cuenta en seguida de que estás recogiendo el testimonio de unos crímenes de guerra atroces. Los traductores con frecuencia se sienten abrumados por la emoción y les cuesta continuar. Quienes hablan kurmanji, el dialecto kurdo materno de Murad, normalmente pertenecen a la misma comunidad yazidí que fue diezmada a manos de ISIS.
El 3 de agosto de 2014, las tropas kurdas abandonaron Sinjar y, en palabras de la princesa yazidí Oroub Bayazid Ismali, «nos dejaron en manos de nuestro destino». En los dos últimos años, ese destino ha supuesto la esclavización de aproximadamente 6 mil personas, la ejecución masiva de miles de hombres y una brutal campaña de violaciones y tráfico sexual. Un informe sobre derechos humanos elaborado por la ONU en marzo de 2015 reveló que estos actos podrían constituir un genocidio contra la población yazidí.
Murad se encontraba entre las miles de mujeres capturadas como esclavas sexuales para los combatientes yihadistas. Actualmente vive en Alemania, y recientemente habló frente al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre las torturas y abusos que sufrió como prisionera de ISIS. El pasado enero fue nominada al Premio Nobel de la Paz por su labor en la concienciación acerca del sufrimiento de los yazidíes.
Antes de que ISIS invadiera Kocho, Murad vivía en una gran casa junto a su madre y sus 12 hermanos. Su padre había fallecido en 2003. «Cuando yo era muy pequeña éramos muy pobres, pero entonces mis hermanos empezaron a trabajar y pudimos llevar una vida mejor. Teníamos un gran patio en la parte trasera de la casa, la mitad del patio era para nosotros y la otra mitad para nuestros animales», recuerda.
Murad perdió aproximadamente un año entre la escuela primaria y la secundaria porque su madre no quería que viajara sola hasta la población vecina, donde estaba el colegio más cercano. Cuando abrió una escuela secundaria en Kocho, asistió a clase hasta que cumplió 17 años y llegó a noveno curso. «La Historia era mi asignatura favorita, se me daba muy bien memorizar lo que leía. Pero ahora mi memoria ya no es como antes, tiendo a mezclar las cosas en el cerebro».
El último recuerdo que conserva de su madre es en el interior del edificio de su antiguo colegio. «No hemos vuelto a saber nada de ella desde que nos separaron, ni de las otras 80 mujeres mayores que se llevaron después de haber matado a todos los hombres». El salvapantallas de su teléfono —que casi siempre está pegado a su mano— es una foto de su madre, vestida para la celebración de un festival yazidí.
«Cuando Sinjar fue liberado encontraron una inmensa fosa con 80 mujeres en su interior, pero todavía no se ha mirado nada, no se ha llevado a cabo ninguna investigación, así que no sabemos a ciencia cierta si mi madre está ahí». Hasta ahora, los investigadores de Yazda, un grupo activista formado por miembros de la diáspora yazidí y simpatizantes, han localizado 19 fosas comunes en Sinjar de las 35 que sospechan que existen. Calculan que tan solo se han identificado o conservado de forma adecuada mil 500 restos de los 6 mil hallados.
Conocí a Murad en julio del año pasado, cuatro meses después de que consiguiera escapar de sus captores en Mosul. Visitó el Reino Unido con otras dos mujeres con quienes compartió cautiverio y con la antigua miembro del Parlamento iraquí Ameena Hasan Saeed, que la ayudó a salir a escondidas del Estado Islámico. Hablando de forma anónima, describió con todo lujo de detalles el modo en que fue maltratada, violada y vendida entre diversos rangos de las tropas de ISIS, soportando tres meses de cautiverio y a 13 propietarios que la mantuvieron encerrada, hambrienta y desorientada.
En aquel momento me mostró las cicatrices de las colillas que los combatientes que trabajaban para su primer propietario, un comandante llamado Salman, apagaban sobre su piel. Hizo que sus hombres la violaran en grupo tras su primer intento fallido de huida. «Encontré una pequeña ventana, así que trepé hasta ella y salté desde el segundo piso, pero uno de los guardias de Salman me encontró y me llevó de vuelta ante él. Me podía haber matado con la caída, y después de aquello deseé que así hubiera sido».
Murad finalmente consiguió escapar cuando su último propietario, un conductor de autobús de ISIS, fue a comprarle una abaya para poder llevarla con él hasta su casa fuera de Mosul. Al ver su oportunidad, se lanzó a por ella y comenzó a llamar a varias puertas hasta que al final encontró una familia que la dejó entrar. Se refugió en su casa durante quince días antes de conseguir salir clandestinamente, empleando la tarjeta de identificación de su hija para poder atravesar los primeros puestos de control. Después fue transportada más allá de la línea de combate de ISIS y se reunió con su hermano en Tel Afar, en el noroeste de Irak.
Tras su huida, vivió en uno de los muchos campos de refugiados totalmente atestados que hay a las afueras de Duhok, en el Kurdistán. Acogiéndose a un proyecto especial por cuotas gestionado por el gobierno federal de Baden-Wurtemberg, Alemania, obtuvo un visado de residencia alemana en septiembre del año pasado. Actualmente vive en un alojamiento confortable situado en un lugar secreto cerca de Stuttgart, junto con una de sus hermanas. Este programa incluye atención psicológica para ex cautivas, pero Murad dejó de asistir tras la segunda sesión.
«Hablar sola en una habitación no me ayuda a mí ni a mi familia», afirma. «Mi otra hermana y los tres hermanos que me quedan siguen viviendo en el campo de refugiados. Las condiciones siguen siendo horribles: comida reseca y putrefacta, carencia de agua, ausencia de electricidad… Las esposas de cuatro de mis hermanos siguen con ISIS junto a sus hijos. Hablar en privado con una sola persona no ayuda en nada a cambiar la situación».
Viajando con Murad Ismael, cofundadora y directora de Yazda, ha pasado los últimos tres meses recorriendo Oriente Medio, Estados Unidos y Europa para contar su historia ante diversos líderes políticos y conseguir así su apoyo. Al hacerlo, se ha convertido en portavoz del genocidio yazidí y en la cabeza visible de un movimiento que busca liberar a las aproximadamente 3 mil 500 mujeres y niñas que todavía viven como esclavas bajo la bandera negra de ISIS.
La semana pasada la acompañé a que contara su historia ante un grupo de apenados y asombrados miembros del Parlamento en Westminster. «Decidí hablar en público sobre ello porque deseo contar mi historia y explicar lo me sucedió a mí y lo que sigue sucediendo a todas las mujeres que están en manos de ISIS», me dijo más tarde. «Esto es lo que me sucedió a mí. Fui objeto de todas esas atrocidades y allá donde voy la gente siente compasión por mí, pero todavía no se ha llevado a cabo ningún rescate ni se ha visto ningún progreso».
«Se ha hecho muy famosa, de verdad, y la gente le brinda su apoyo allá donde va», afirma Maher Nawaf, activista de Yazda con residencia en el Reino Unido, «porque ha pasado por el calvario que todos los yazidíes hemos tenido que soportar este año. No sé de dónde saca las fuerzas, pero nos ha llegado al corazón y nos sentimos profundamente orgullosos de ella».
Murad se ha convertido incluso en una especie de heroína popular: sus seguidores suben a la red retratos que hacen de ella y hay grafitis de su imagen por todo Irak. Cientos de miles de personas han visto el vídeo viral de su discurso ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En la comunidad yazidí, existe la sensación de que Murad ha experimentado múltiples facetas del trauma al que se enfrenta esta minoría religiosa.
«Su sobrino —me enseña una foto suya— tiene ahora ocho años», me explica Nawaf. «Y ellos [ISIS] le han lavado el cerebro en los campamentos para ‘cachorros’ que tienen para aleccionar a nuestros niños. Llegó incluso a amenazar con matar a su propio padre, así que ella ha sufrido todo lo que nos ha sucedido a los demás: su madre y sus hermanos han sido asesinados, sus cuñadas siguen en cautividad y los niños de su familia les han sido arrebatados para entrenarlos como asesinos».
A pesar de la detallada información ofrecida por los activistas yazidíes acerca de la ubicación de muchos de los rehenes, con quienes todavía mantienen contacto esporádico a través de sus teléfonos móviles, ni las fuerzas internacionales ni las tropas iraquíes o Peshmerga han llevado a cabo intento de rescate alguno.
En medio de este vacío, los activistas se han visto obligados a desarrollar sus propias redes para ayudar a escapar clandestinamente a los cautivos, trabajando con taxistas infiltrados que asumen un enorme riesgo personal para sacar a las mujeres y a los niños del territorio de ISIS y cuyos servicios no resultan nada baratos. Hay bastantes pocas probabilidades de rescatar al sobrino de Murad, ya intoxicado, pero ella insiste en que hay muchos miembros de su amplio círculo familiar y de su comunidad que podrían ser liberados.
Las terribles fotografías de los cautivos —proporcionadas por soldados de ISIS a sus familiares— son lo que la hacen seguir adelante. «Justo ayer me mostraron una fotografía de una niña de 13 años», dijo ante los miembros del Parlamento, «y la habían vestido de modo abiertamente sexual».
«Trato de tomármelo con calma», me contó al día siguiente mientras comíamos unos kebabs en el centro de Londres y ella iba pasando en la pantalla de su móvil imágenes de sus seres queridos cautivos. Relajadas, junto al equipo de Yazda, me dijo que disfruta escribiendo los discursos, pero que le sigue costando encontrar las palabras adecuadas para describir todo lo que ha tenido que vivir. Nos reímos ante el inmenso despliegue de retratos que sus seguidores le dedican.
«Me siento muy vieja. Ahora tengo 21, ya sé que eso es ser muy joven, pero siento que todo en mí cambió en sus manos: cada mechón de mi cabello, cada parte de mi cuerpo envejeció. Lo que me hicieron me desgastó enormemente y ahora soy totalmente diferente en todos los aspectos. Jamás imaginé que estas cosas pudieran pasar y no me veo capaz de describirlas de modo que se entiendan. »
Está nominada al Premio Nobel de la Paz junto al Papa Francisco, el equipo de ciclismo femenino de Afganistán y el economista a favor del desarrollo sostenible Herman Daly. Todavía no se encuentra en un punto en el que pueda imaginarse que se lo concedan, pero se muestra muy humilde acerca de la nominación y se ruboriza con timidez cuando le doy la enhorabuena por su logro.
«Tengo mucho apoyo en todas partes del mundo y sé que para mucha gente estar nominada para un Premio Nobel sería algo muy bueno. Y por supuesto, resulta muy útil para mi objetivo de conseguir la liberación de quienes siguen en cautiverio, pero aunque reciba el Nobel, lo recibiré con el corazón destrozado».