Hasta último momento analizó la sociedad de su época y tuvo tiempo en su larga vida para definir el fenómeno de Internet, poniendo en duda la fuerza genuina de las alabadas “nuevas tecnologías”, impulsoras del «mal periodismo» de la época
Ciudad de México, 20 de febrero(SinEmbargo).- El 2 de octubre de 2014 recibió el Premio Gutenberg que otorgan la Sociedad Internacional Gutenberg y las autoridades de Maguncia, la ciudad natal del inventor de la imprenta, Johannes Gutenberg.
En abril de 2015, el escritor, filósofo, lingüista italiano y eterno candidato al Nobel Umberto Eco, presentaba Número Cero, el libro con el que criticó ferozmente a una sociedad manipulada por el mal periodismo.
Hoy, debemos lamentar el fallecimiento, a los 84 años, del escritor nacido en el Piamonte, el Premio Príncipe de Asturias 2000, el fenómeno masivo de fama y lectura, gracias a su novela monumental El nombre de la rosa.
A eso de las seis de la tarde de este viernes, las agencias dieron la voz de alerta: “Morto lo scrittore Umberto Eco”, fue la noticia en su lengua materna. Se iba así uno de los intelectuales más importantes de la cultura mundial contemporánea, también el dedicado analista de la sociedad y sus costumbres, a los que no dejó de mirar hasta último momento.
Así lo demostró la agotadora campaña de promoción para Número Cero, su última actividad mediática en 2015, tarea titánica seguramente para un hombre que pensaba que “no salir en la televisión es un signo de elegancia”.
Se dijo entonces que su libro crítico sobre los rumores inclasificables que sirven al dueño del nuevo periódico Domani como instrumento para pedir dinero a encumbrados políticos y a peligrosos rivales, era en realidad una biografía soterrada del polémico político italiano Silvio Berlusconi.
En la trama no falta un cadáver, en este caso el de un periodista asesinado en las calles de Milán y que pondrá de cabeza todo el edificio ético y filosófico de Colonna, para dar lugar a profundas reflexiones acerca de la manera en que se construye hoy una noticia desde las entrañas íntimas de los llamados medios de comunicación.
EL PERIODISMO ENJUICIADO
Irónico y paródico, ácido y desilusionado, Umberto Eco echaba así sal en las heridas de una profesión que parece haber perdido el rumbo original, para convertirse en un instrumento del poder lícito e ilícito, algo así como un arma siempre cargada, dispuesta a disparar en el centro de una sociedad ignara.
Distingue el ensayista y novelista italiano entre “el buen periodismo y el malo”, aunque no deja de destacar en este punto que cuando se habla negativo del oficio, los directamente involucrados se defienden diciendo que “siempre son los otros”.
Para delinear las particularidades de su protagonista, Eco se inspiró en Mino Peccorelli, un periodista que durante las décadas del ‘60 y ‘70 montó una agencia de noticias en Italia que fabricaba conspiraciones contra ministros y diputados hasta que en 1979 fue asesinado en circunstancias que nunca fueron esclarecidas.
La historia está ambientada en 1992, año del escándalo Tangentópolis, que comenzó en Milán con la detención del funcionario socialista Mario Chiesa en el momento en que cobraba un soborno y visibilizó cómo la corrupción impregnaba todo el sistema político y económico de Italia.
Número Cero llegaba cinco años después de El cementerio de Praga, donde el también autor de El péndulo de Foucault construye una novela histórica con agentes secretos y conspiradores que transcurre en París, Sicilia y Turín.
Para Eco, su libro le había salido “con ritmo de jazz” y por eso ocupa tantas páginas como sus trabajos anteriores.
«Desde hace más de diez años tenía esta novela en mi cabeza, siempre he querido hablar de los problemas del periodismo y ahora también de Internet, donde se puede mentir mucho. Yo lo utilizo -añade-, por ejemplo, para esta novela, donde me he informado sobre la autopsia de (Benito) Mussolini».
«Pero Internet es como el automóvil, no se puede pasar la vida en Internet como no se puede estar todo el día en el coche», advertía.
Irónicamente, un paseo por YouTube revela a decenas de muchachos casi púberes, representantes de esa hidalga nueva masa de lectores atentos conocida como la de los “BookTubers”, hablar de Número Cero.
En Internet, la bloggera cubana Yoanni Sánchez agradece al maestro su Tratado de semiótica general. “Como filóloga, nunca podré agradecerle lo suficiente”, escribe.
La periodista española Pilar del Río, viuda del Nobel José Saramago, se muestra consternada: “Podría llorar con todos los lectores está noche. Ha muerto Umberto Eco y me duelen la razón y la sensibilidad”, se lamenta.
Cuando le dieron el Premio Gutenberg, los miembros de la Sociedad Internacional justificaron el galardón en el hecho de que con sus novelas “introdujo a millones de lectores internacionales en la cultura y en la historia del libro”.
De eso, de lectores, estuvo colmada su vida. Lectores es lo que más se repite a la hora de llorar su partida. Llorarla en su lengua madre: Morto lo scrittore, para honrar su condición políglota y agradecerle después de todo tanta erudición.
Decía precisamente de la erudición que era una condición propia de los perdedores, de aquellos con los que la vida no había sido muy generosa.
«Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una sola cosa y no perder tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas», expresó con la voz de Colonna, el protagonista de Número Cero.
MURIÓ EN SU CASA, A LOS 84 AÑOS
El filósofo que consideraba que el exceso de información era un mal cotidiano y que llevó al lector por laberintos de pensamiento científico-histórico en novelas como La Isla del día de antes y Baudolino, falleció en su casa de Milán, rodeado de su familia.
Para el periódico italiano La Reppublica, en una Italia de luto, se había ido “el hombre que lo sabía todo”. Para el periodista mexicano José Luis Martínez, director del suplemento cultural del periódico Milenio, “Laberinto”, la tristeza era el sentimiento primordial “para quienes nos formamos con su trabajo académico y un día de 1980 descubrimos que era también un formidable novelista”.
Fue en ese año que salió su primera novela, El nombre de la rosa, punto de inflexión que marcó el intelectual italiano con una de las historias más tortuosas y misteriosas de la literatura universal. La obra fue llevada al cine por Jean-Jacques Annaud con Sean Connery en el papel de protagonista y lo catapultó a la fama mundial.
Parecía haberlo leído todo y entre todos decía amar al argentino Jorge Luis Borges (1899-1986): “En mi libro Las lenguas perfectas lo menciono, porque al menos en tres ocasiones Borges inventó fragmentos de lenguas imaginarias. Borges era extraordinario porque leía tres líneas sobre el argumento y luego inventaba lo que en realidad había sucedido. Era extraordinario: en una palabra inventaba todo”, dijo Eco.
Amaba también la poesía medieval, los versos de Rabelais. Las líneas de James Joyce.
Hijo de un contable, estudió filosofía en Turín, trabajo para medios y editoriales, en 1971 se convirtió en profesor de semiótica, la ciencia de los signos lingüísticos y no lingüísticos. Tras ser profesor invitado y recibir más de 30 títulos de doctor honoris causa dejó la enseñanza en 2007.
No atendía el teléfono, buscando con ello “salvarme la vida”. Había dejado de fumar hace 10 años y en su casa señorial frente al Castillo Sforzesco, le confesó a la periodista Marina Artuza, del periódico Clarín, que su mujer le había escondido el whisky bajo llave. “He bajado de peso desde que no bebo, pero ella no sabe que sé dónde pone la llave”, admitió con humor.
Apocalípticos e Integrados, Historia de la belleza, ¿En qué creen los que no creen?, Historia de la fealdad, son ostros títulos destacados del hombre que dijo de sí: “Yo soy filósofo, escribo novelas sólo los fines de semana”.
Otras distinciones que obtuvo fueron: Medalla de Oro al Mérito de la Cultura y el Arte; Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana, Comendador de la Orden de las Artes y las Letras en Francia; Premio Strega y Premio Médicis.
Por un tiempo, la rosa no tendrá nombre y mucho menos en italiano. Adiós, maestro.